EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: “Cucú ¡tras!”

Les voy a decir una cosa.

Seguro que ustedes también lo han hecho. O lo siguen haciendo si tienen un bebé en casa. Te pones delante de él, te tapas los ojos con la mano, esperas un momento y entonces quitas de repente la mano y el crío, al ver tu cara de nuevo, se parte de risa.

ondacero.es

Madrid | 24.04.2014 20:12

Es un juego bien simple, tan antiguo tan antiguo que probablemente ya se divirtió con él Miguelón el de Atapuerca y que tiene muchas versiones: taparse la cabeza con un pañuelo, esconderse, tapársela al bebé (criaturilla) con una camiseta y decir, al mismo tiempo, esto tan tierno (e incomprensible) de cucú, ¡tras! Sí, parece bobo, pero el bebé se lo pasa pipa. ¿Por qué?, te habrás preguntado tú el día que te descubres a ti mismo poniendo caritas y diciendo, tan feliz, ¡tras! Y por qué nos sale a todos hacerle la misma broma al niño pequeño desde hace generaciones y generaciones y generaciones.

Jean Piaget fue un psicólogo suizo que se pasó media vida estudiando esto del cucú tras (envidia, eh). Su teoría es que, para el bebé, esto que a nosotros nos parece tan simple es un truco de magia insuperable. Porque cuando él deja de ver algo, es como si hubiera desaparecido. Vaya. Y cuando reaparece de pronto, ¡tras!, es una sorpresa tan emocionante que el crío se parte. Sé lo que vas a pensar, hinchado de orgullo, la próxima vez que juegues al cucú con tu hijo recién nacido: para este niño soy David Coperfield. Pues sí, éste es el asunto al que Piaget llamó “el principio de permanencia del objeto”, que dice que nos pasamos los dos primeros años de nuestra vida aprendiendo a descodificar el mundo que nos rodea -y a entender, por ejemplo, que aunque dejes de ver un objeto (porque alguien lo esconde o lo tapa) el objeto sigue ahí, no ha desaparecido.

Digamos que los niños no vienen preparados de serie para comprender este principio básico y que practican el “si no lo veo no lo creo” hasta que van perdiendo, pobrecillos, la inocencia. Con cuatro meses el cucú tras es una juerga; con año y medio, el crío ya no le ve la gracia. Hay que cambiarle las bromas porque ya ha hecho suyo esto que le servirá para interpretar la realidad y tomar decisiones el resto de su vida: que no estés viendo algo no significa que no siga ahí. José Blanco, por ejemplo. ¿Cuánto se le ha visto desde que Zapatero fue evacuado de la Moncloa? Poco tirando a nada. Dices: habrá desaparecido. Pues no, él ha seguido ahí, todo este tiempo, de diputado, pero sólo ahora que ha empezado la campaña de las europeas, cucú tras, ha reaparecido el ex ministro.

O el empleo, por ejemplo, con este cambio de método en el cálculo de la EPA: el gobierno ha dejado de usar el censo de 2001 para emplear el de 2011 y, gracias a eso, abracadabra, hay 400.000 españoles más queriendo trabajar y 377.000 más trabajando. De un día para otro la tasa de paro baja en un 0,3 %. Ahora entiendes la cara de bebé feliz que se le ha puesto hoy a Fátima Báñez: cucú, 377.000 empleos que estábamos tapando con la mano, que aparezcan, ¡tras!! A la ministra se le cae la baba. Dices: en realidad no ha cambiado nada, es un cálculo estadístico basado en la población del país y si esta cambia, por el censo, pues cambia el resto. Hoy no escucharás a Montoro decir: “bah, es una pura estadística sin más relevancia”. ¿Por qué? Porque este informe es del INE, no de Cáritas.

Que no lo veas no significa que no siga estando ahí. Hoy, por ejemplo, Rajoy se ha plantado en Barcelona en un foro empresarial y no ha visto a Artur Mas, pero eso no significa que Artur Mas no siga existiendo, ya quisiera Rajoy. Si no le ha visto es porque ninguno de los dos tenía el más mínimo interés en verse. ¿Para qué? Si Mas lo que anda buscando es que se abra una negociación con el gobierno central y Rajoy lo que no quiere es sentarse precisamente a negociar nada. “Sentarse es ceder”, piensa Rajoy; “sentarse es obtener algo”, piensa Artur Mas. Y así continúa escribiéndose este serial interminable cuyo título que evoca a García Márquez: “El president no tiene quien le reciba”. Casi cuatro años después de empezar a gobernar Cataluña, Mas ha hecho hoy el discurso típico de los jefes de gobierno, ése que dice que la recuperación económica es una realidad, que las exportaciones van como un tiro, que la gestión de su gobierno está siendo magnífica y que la imagen de Cataluña en el resto del mundo no para de mejorar. En esto sí coinciden, ¿ves?, Artur Mas y Rajoy, en predicar a diario lo bien que van las cosas gracias al trabajo que ellos están haciendo.

Los recortes y las subidas de impuestos son fruto de las imposiciones externas (Bruselas, en el caso de Rajoy, Madrid en el discurso de Mas) y de la herencia recibida (Zapatero para el PP, el tripartito para Convergencia). Y los dos se plantean las elecciones del mes que viene como un aval a la política que vienen haciendo: aunque Rajoy diga que esto va de Europa, lo que espera es poder presentar una victoria sobre el PSOE como la prueba de que la sociedad le respalda; y Artur Mas, tres cuartos de lo mismo: cualquier cita electoral, para él, consiste ya en lo mismo, el plebiscito sobre su perseverancia monotemática en la consulta.

Que no veas a Cañete -cucú- en su despacho no significa que no siga siendo ministro -tras-.  A la espera de que deje paso al siguiente, el sillón ministerial, a día de hoy, lo sigue ocupando él. O como hoy dijo Elena Valenciano sin saber que un micrófono la grababa, que “sigue de ministro y no se marcha el tío”. El PP no tiene prisa en pasarle a otro la cartera: como siempre que se plantea este debate ha recordado hoy González Pons que en generales el presidente del gobierno se dedica a dar mítines sin dejar en ningún momento el cargo. Aún vemos  Cañete atornillado al sillón el mismo día de los votos. Lástima que fuera el mismo PP quien reclamó a Juan Fernando López Aguilar que dejara de ser ministro cuando se anunció su candidatura a las elecciones en Canarias.

España cuenta ya los días que faltan para el lunes, 12 de mayo. Ese día hará campaña en España, tachán tachán, Jean Claude Juncker. Nueve días después será Schulz quien esté en Barcelona para pedirnos el voto. Habrá un antes y un después de estas jornadas históricas. Que no veas a Juncker -o a Schulz- en la papeleta que metes en la urna -cucú- no significa que no esté allí. De hecho, es el hecho de que los estás votando a ellos lo que, según decían los partidos (ahora ya han dejado de decirlo porque han visto que no cuela) daba a estas elecciones una dimensión inédita e histórica -¡tras!-. Tan volcados están los aspirantes en ocuparse de los problemas y los desafíos que tiene Europa que aún no se les ha escuchado decir ni media de lo que sigue sucediendo en Ucrania.