"Elemental, querido Watson": así funcionaba la mente de Sherlock Holmes
Javier Cancho nos cita en 'Por fin no es lunes' con la figura de Sherlock Holmes, un hombre siempre estuvo pendiente de los detalles porque para una gran mente nada es pequeño
El maestro de la deducción ha sido hoy protagonista en 'Punta Norte', la sección de Javier Cancho en 'Por fin no es lunes'.
Observación y razonamiento. Esas dos actitudes fueron una constante en la vida de Sherlock Holmes. Él siempre estuvo pendiente de los detalles, por diminutos que resultasen. Porque para una gran mente, como fue la suya, nada es pequeño. Las más insignificantes sinuosidades podían ser reveladoras, si era él quien estaba observando. Él estaba convencido de que el arte de la indagación consiste en ir trazando los pasos que han sido dados.
Él sabía de la conveniencia de adaptar las teorías a los hechos en vez de los hechos a las teorías. También solía explicar que la prensa es una institución muy valiosa, si sabes como usarla. Conocía bien el oficio. Y hacía buenas sugerencias cuando te lo encontrabas. "Nunca suponga nada, me decía", le ha contado Cancho a Isabel Lobo.
La suposición, añadía a continuación, es lo que destruye la lógica. Su ocupación consistía en saber lo que la mayoría desconocía.
No tan elemental...
Las capacidades deductivas de Sherlock Holmes son cualquier cosa menos elementales. Por mucho que él le estuviera siempre diciendo a su amigo aquello de: "elemental, querido Watson". Holmes tenía la enorme habilidad de inferir, de llegar a conclusiones observando lo que había, para terminar alcanzado lo que se escondía. Pero, además, fue un pionero utilizando algo tan valioso como la ciencia.
Sherlock empleaba la medicina forense y la criminología en sus investigaciones. Sherlock Holmes usó huellas dactilares para resolver ‘El signo de los cuatro’, un caso publicado en 1890. Por tanto, usó huellas dactilares una década antes de que Scotland Yard adoptara esta práctica, como método. En Scotland Yard no se usaron registros dactilares hasta el primer año del siglo XX.
Pero, no se vayan todavía, aún hay más: Sherlock utilizaba el razonamiento deductivo. Siempre indagaba en las motivaciones de los crímenes que investigaba. Siempre decía que cuanta más información puedas reunir, más precisas serán tus deducciones. Holmes sabía que aprovechando todos los sentidos de los que disponemos, aumentamos nuestra conciencia sobre lo que nos rodea. Aumentamos nuestra capacidad de percepción. Esa capacidad es algo que puede mejorarse con hábito, intención e interés.
El padre de Sherlock, Arthur Ignatius Conan Doyle, también era médico. Como Watson. Arthur fue un médico culto. Con una vida vivida. Viajó a latitudes remotas. Y tenía las espaldas curtidas. Le dieron unas cuantas palizas por rebelde en un internado jesuita en Inglaterra. No lo pasó bien en aquel colegio, en un sistema educativo como el victoriano donde no existía la imaginación. Allí lo que regía era la disciplina. En aquel claustro de los jesuitas, Conan Doyle tuvo más de una conversación con el tipo que encontró 'La Isla del Tesoro', con el fabuloso Robert Louis Stevenson. Aunque el personaje que más le influyó fue otro médico. Fue el doctor Joseph Bell, que trabajaba en el hospital más antiguo de Escocia, en Edimburgo, donde era cirujano y donde fue pionero de la ciencia forense.
Los médicos fueron siempre los mayores sabuesos tratando de desentrañar los enigmas ocultos en los síntomas. Los diagnósticos del doctor Bell se basaban en la observación aguda y el razonamiento astuto. Combinaba los datos de los que disponía y los relacionaba para llegar a su propósito. Otra fuente de inspiración para Conan Doyle fue el doctor Henry Littlejohn, un médico que asesoraba a la corona y ayudaba a la policía. Littlejohn utilizaba su pericia forense para orientar en la resolución de casos criminales.
Otra influencia considerable en el padre de Sherlock es la del neurólogo William Gowers, especializado en enfermedades neurodegenerativas. Y lo fascinante de ese médico era su sistema analítico. Gowers le enseñaba a sus estudiantes a empezar a orientar los diagnósticos desde el momento en el que el paciente entraba por la puerta de la consulta. Esa actitud es la misma que Sherlock Holmes tiene cuando se pone a trazar perfiles relacionando detalles. Es la importancia de lo que puede parecer inconsecuente. Hay veces en que se dice más con lo que se hace que con lo que se cuenta, hay ocasiones en que pueden sacarse más
conclusiones analizando las palabras que se han utilizado que en lo que ha sido dicho.
Los palacios mentales
La mayoría no lo sabe. Pero, resulta que en nuestras mentes tenemos palacios. Son palacios mentales. Imagina que queremos recordar la lista de la compra. Queremos ser capaces de recordar cada detalle de esa lista sin tener que mirar el papel donde solemos apuntar lo que tenemos que comprar mientras estamos en el centro comercial. Para manejarte dentro de los palacios que tenemos en la memoria, hay que crear una imagen en el ojo de tu mente, una imagen de un lugar que conozcas bien. En este caso, para la lista de la compra, la imagen puede ser un frigorífico y una despensa. Para no olvidarte de nada, debes caminar a través de tu palacio mental e ir dejando cada objeto de la lista de la compra en lugares específicos a lo largo de esa ruta, en el frigo o en la despensa.
Prueben a hacerlo. Funciona. Y es ejercitable. Poco hay más flexible que la mente, poco mejora tan rápido cuando se intenta. La técnica se atribuye al poeta griego Simonides de Ceos, que vivió en el siglo V a.C. Cuenta la leyenda que Simonides estaba en una cena y que, a mitad del banquete, lo llamó un mensajero. Y justo cuando estaba saliendo por la puerta, el techo se derrumbó y murieron todos los que se encontraban dentro de la sala. Él se libró por un segundo.
Simonides intentó recordar dónde estaba sentado y, de repente, se imaginó conversando con el invitado que tenía enfrente, con el que estaba a su izquierda y con un tercero que presidía la mesa. Y se dio cuenta de que podía identificar los cuerpos recordando el lugar exacto en el que se había sentado cada uno. Fue entonces cuando descubrió que la mejor manera de recordar un grupo de objetos (o de personas) es agregar imágenes a una ubicación específica y ordenada. Así es como funcionaba la mente de Sherlock Holmes.