Monólogo de Alsina: "Lo único que consta que ha hecho Torra es hablar y hablar y hablar y seguir hablando"
En la España siempre a medio hacer hoy presentamos: el regreso del serial. Que no es Puente Viejo, ya quisiéramos, sino… el serial catalán.
Madrid |
Aquí está —en versión original subtitulada— uno de los actores secundarios, de nombre Joaquim Torra, haciéndose pasar anoche por protagonista en el estreno de la nueva temporada de 'El procés naufragat'.
Qué tiempos aquellos en que el mundo se paralizaba cada vez que un president de la Generalitat anunciaba una comparecencia. Ahora ya no se paraliza ni la prensa digital subvencionada, que anda tan floja de fuelle, tan flácida, como el propio movimiento nacional independentista.
En el capítulo de anoche, Torra se repite a sí mismo interpretando la misma escena que ya malogró hace un año. Cómo olvidar la convicción con que explicó, año 2018, que el gobierno que él encabeza estaba comprometido a hacer efectiva la República.
Haremos efectiva la República. Grandes acontecimientos en la nueva temporada del procés; ya me dirás, un año después, cómo de efectiva ha sido. Lo único que consta que ha hecho Torra es hablar y hablar y hablar y seguir hablando. Con razón los más beligerantes de los independentistas le reprochan que se pase el día diciendo lo que hará o dejará de hacer sin que la revolución prometida alcance a verse por ningún sitio. Lo bravo que se puso al proclamar que era injusta la prisión preventiva de sus colegas Rull, Turull y los demás, y lo poco que se atrevió luego a abrirles la puerta de la cárcel para devolverles esa libertad que él considera injustamente arrebatada. Por eso anoche —esta escena no estaba prevista en el guión oficial— algunos paisanos le gritaron traidor porque le ven manso y charlista.
Con Torra ocurre que ni él esperaba aguantar tanto en este culebrón. Como incentivo para engancharse otra vez al serial se ha demostrado bien poco efectivo.
El estreno de esta nueva temporada resultó flojo en comparación con las anteriores. No hubo marcha con antorchas a la prisión por culpa de la maldita gota fría (que es española, no catalana, gota fría borbónica y represora). La Asamblea Nacional Catalana, este grupo tan moderado que hace de guardián de las esencias, compensó la suspensión del desfile de antorchas con una iniciativa incendiaria: presionar a los ayuntamientos catalanes para que sólo contraten empresas significadamente independentistas. La obsesión por señalar al discrepante para asfixiarlo, eliminarlo, liquidarlo. Hay gente que vive en el Berlín de los años treinta y no se quiere enterar.
Después del flojo estreno de temporada, para esta tarde anuncian los creadores del serial un montón de escenas trepidantes grabadas todas en exteriores. Con camisetas de colores, pancartas, eslóganes y artistas invitados de la talla de la monja Caram, la monja Forcades, Lluis Llach y Pilar Rahola. Es decir, la manifestación independentista de cada año. La revolución de las sonrisas, los viejos y los niños dándose la mano, miles de personas en comunión con la causa, la felicidad de seguir fingiendo que la ruptura con España es cuestión de insistir un poco más. Este mundo imaginario que se ocupó de engordar en 2012 el entonces omnipresente Artur Mas. La gran mascarada. El gran timo al personal.
Además, en la España siempre a medio hacer hoy presentamos los últimos días del otro serial. Ni contigo ni sin ti. La monserga de la falsa negociación.
Y así podrían pasarse años y años, years and years, haciendo girar la rueda del hámster. Bueno, esto se acaba. Próxima semana el Rey tomará nota de que Sánchez no pasa de los 130 síes como candidato, mandará cordialmente a todos los líderes a paseo e irá entrenando la mano para la firma del decreto de convocatoria electoral.
Ahora, no se haga usted ilusiones. Es altamente probable que este serial regrese para el once de noviembre, en puertas de otro aniversario de la muerte de Franco —y con Franco sin desenterrar— cuando echemos cuentas de los diputados que tiene cada uno y nos salga que el ganador necesita el apoyo de varios grupos para poder gobernar. Otra vez a lo mismo y, lo que es peor, con los mismos.
Con los mismos líderes políticos que han fracasado en su tarea de darle al país un gobierno. Cuando un Parlamento se disuelve porque no ha cumplido su primera tarea, que es investir un presidente, el fracaso —es verdad— corresponde en primer lugar a quien recibió el encargo del Rey. Pero no sólo. Si el aspirante fracasa, los demás han de encontrar una alternativa. Y éste es el fracaso de los otros, los Iglesias, los Rivera, los Casado. No han querido darle el gobierno a Sánchez (en su derecho están) pero tampoco han encontrado a quién dárselo. Nunca hubo otro posible candidato porque los líderes políticos no se molestaron nunca en buscarlo. Siempre fue así de simple la elección que tenían: o Sánchez o a elecciones. Y aquellos que desde el minuto uno tuvieron claro que preferían elecciones —Rivera sin duda, también Casado— no han tenido la coherencia, el coraje, de decírselo a los votantes así de claro: sí, queremos que se vuelva a votar a ver si así mejoramos la cosecha de mayo, que se nos quedó escasa. Pues a ello vamos. A elecciones de nuevo. Las quiere Sánchez y las quieren los demás.
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