La carta de Ónega: "Qué solos se quedan los muertos"
Y buenas noches a las familias de los fallecidos por el coronavirus, sobre todo en Madrid. Dios mío, esta generación, la que no ha vivido ninguna guerra, ya sabe lo que es una peste, aunque ahora, como hemos progresado tanto, la llamemos de otra forma.
La peste es cuando vemos esos camiones italianos cargados de féretros en busca de un camposanto. La peste es cuando aquí no hay sitio para enterrar a los muertos, ni se les puede despedir con un mínimo homenaje, ni rezarles un responso, ni los hijos les pueden dar esa última palmada en la caja que hemos dado todos los hijos.
En este casino de la vida en que se ha convertido la pandemia apareció el fúnebre enterrador vestido de crupier y dictó la última sentencia: “no va más”. Y se hace el silencio con un alcalde que declara el númerus clausus como si esto fuese una oposición a empleado municipal. Numerus clausus en los tanatorios públicos. Númerus clausus en los camposantos. No cabe un muerto más.
En mi tierra, en la peste de hace un siglo, quedarían como almas en pena formando la Santa Compaña en espera de la amanecida. Tanto progreso, tantos avances, tanta esperanza de vida y al final no hay lugar, ni tiempo, no oportunidad para un entierro. Sois, familias, como los nuevos y los últimos buscadores de restos en la cuneta de la peste.
Quién sabe si conocíais la última voluntad de los finados y les tenéis que pedir perdón por no poderla cumplir. “No hemos podido ni incinerar a nuestro padre”, dicen voces entre los cientos de voces que se oyen estas noches de miedo y pulmonía. Los homenajes se hacen en silencio. Los responsos se rezan en la distancia. Nadie se puede agrupar en torno a nadie, porque el contagio espera agazapado y no respeta ni los lugares de culto.
Y ahora, familiares de víctimas de Madrid veréis que vuestros seres queridos se irán al Palacio de Hielo. La grande, nueva y espero que muy provisional morgue de la capital. A aguardar turno en el lugar donde hace una semana a lo mejor llevabais a vuestros hijos a patinar. A aguardar que se haga sitio en el crematorio. ¡Qué tristeza, familias! Solo os puedo acompañar en ese impensado dolor. Hacía muchos años que no era tan justo exclamar “¡qué solos se quedan los muertos!”