EL BLOG DEL LECTOR

Novelas victorianas con aire español

Una novela negra francesa, El círculo, de Bernard Minier (Rocaeditorial) y dos novelas españolas de aire victoriano, El gran retorno, de Daniel Sánchez Pardos, y El pensionado de Neuwelke, de José C. Vales, ambas de Planeta, son las propuestas literarias de esta semana en Julia en la Onda.

ondacero.es

Madrid | 18.06.2013 16:41

Libros recomendados en el día del lector | MGF/ ondacero.es

El círculo

En el programa ilustramos el comentario de este libro con un lied extraído del inquietante Kindertotenlieder de Gustav Mahler. La elección no es gratuita. Esta pieza del compositor austríaco une a un policía y a un asesino que son viejos conocidos de los lectores españoles porque ambos aparecían ya en la primera novela del escritor francés Bernard Minier, titulada Bajo el hielo. La comentamos en el programa y ha sido un éxito; de hecho, va a ser adaptada al cine.

El círculo (Rocaeditorial) es la segunda entrega de las aventuras del comandante Servaz y su equipo de la policía judicial de Toulouse.

Un aviso. Si no han leído Bajo el hielo –mejor novela policiaca en Francia y premio de las lectoras de la revista Elle–, les recomiendo que empiecen por ella porque en El círculo se desvelan detalles que pueden restarle un pelín de intriga si la leen después. Eso sí, el autor considera que pueden leerse por separado y en el orden que se quiera. Apuntado queda.

La historia se enmarca en la moda de los psicópatas cultos y muy inteligentes, dignos herederos de Hannibal Lecter. Minier ha conseguido un cóctel muy difícil entre la tradición francesa –con personajes y ambientes próximos al lector– y la frialdad a veces irritante de la novela negra escandinava, que marca aún tendencia en el género. Hace unos días conversé con él y me comentó que esa mezcla entre lo local y lo universal es la clave del éxito de sus novelas.

El arranque es tremendo: un vecino llama a la policía porque ha observado que, en la casa de su vecina, hay un joven sentado junto a una piscina en la que flotan muñecas. Cuando la policía detiene al muchacho descubre que la dueña de la casa está muerta en su bañera, atada de una forma que recuerda un crimen ritual.

A falta de otros candidatos, el chaval –drogado hasta las cejas– se convierte en el único sospechoso. Para complicar las cosas, resulta que es el hijo de la que fue la primera novia del comandante Servaz en sus años universitarios.

El marco elegido es una ciudad ficticia que se presenta como una especie de Oxford o Cambridge del sur de Francia. Ya me entienden. En ella está situada una escuela de élite a la que asiste la hija de Servaz, uno de los grandes hallazgos de la novela.

El círculo mantiene las constantes narrativas de Bajo el hielo: los mismos protagonistas, los roles sexuales clásicos invertidos –las mujeres de Minier son más fuertes que los hombres–, mucha crítica social, detalles de la complicada vida personal de los protagonistas y una investigación que avanza de forma lógica y sin giros inverosímiles.

 

Hay, además, un enfrentamiento de altura entre dos mentes muy brillantes que nos mantiene atados a la novela, a pesar de que en algunos momentos se alarga sin que sea necesario para la trama. Peccata minuta.

El personaje principal, Servaz, está cuidado hasta en los detalles biográficos más insignificantes aunque hay elementos de su personalidad que me chirrían. Se los comenté a Minier durante la charla con café interpuesto. Por ejemplo, le dije, me cuesta creer que un policía de 40 años sea un completo lego en temas informáticos. El escritor me sonrió y me confesó que en el primer original era aún más friki pero que, afortunadamente para él, su editora le pidió que suavizara el perfil.

“Y funcionó”, añadió con una sonrisa.

 

Novelas victorianas con aire español

De unos años a esta parte, la novela victoriana está de moda en España. Por un lado, se vuelven a traducir clásicos indiscutibles; por otro, se recuperan títulos y autores –sobre todo autoras– que habían caído en el olvido, y, por último, escritores españoles se están atreviendo a abordar novelas situadas en aquel extenso periodo del siglo XIX con resultados sorprendentes.

Es una tendencia al alza, decía, y con ejemplos interesantes en todos los géneros. En el programa ya hemos comentado la Trilogía victoriana de Félix J. Palma (Plaza & Janés), basada en la obra de H. G. Wells y cuyos dos primeros títulos nos proponen una revisión documentada y muy divertida de los inicios de la ficción científica. Se han publicado ya los dos primeros títulos de la serie, El mapa del tiempo y El mapa del cielo.

Planeta publica ahora dos novelas, El gran retorno y El pensionado de Neuwelke, situadas en aquel periodo memorable de la literatura inglesa. Ambas son muy entretenidas aunque con temática y ambiciones literarias muy distintas.

El gran retorno

El gran retorno, de Daniel Sánchez Pardos, es una divertida vuelta de tuerca al mito de Sherlock Holmes. De hecho, Sherlock es una presencia indeseada e indeseable en la novela porque Eddie Knox –narrador, protagonista y oveja negra de una familia rica– plantea, nada más y nada menos, que él y su amigo Osmond Starret, escenógrafo y detective, son los verdaderos Watson y Sherlock Holmes. Según él, sir Arthur Conan Doyle robó sus hazañas para crear a Sherlock y enriquecerse de paso.

La acción se sitúa en 1894 y se centra en el misterio que rodea la muerte y supuesta resurrección de unas niñas. Sectas, espiritismo, ciencia y religión se mezclan con mucha ironía en esta historia que vuelve a sumergirnos en la niebla del Londres decimonónico.

Los amantes de Holmes –entre los que me encuentro– hallarán numerosos guiños en los nombres de los personajes, lugares y algunas situaciones que les serán muy familiares –ay, ese pequeño Lin, procedente de las islas Andamán, como Tonga, el feroz pigmeo de El signo de los cuatro–.

Los que busquen entretenimiento puro y duro –en estos tiempos se agradece una lectura desengrasante– se enfrentarán a una novela divertida, bien construida y narrada con mucho humor. Daniel Sánchez Pardos utiliza fórmulas que recuerdan las de las obras de la época sin llegar a la caricatura ni caer en la trampa de la impostura. Se agradece.

El pensionado de Neuwelke

El pensionado de Neuwelke, de José C. Vales, se sitúa, también, en el periodo victoriano pero es narrativa y temáticamente distinta y más ambiciosa en lo literario que El gran retorno.

Se trata de un homenaje a la gran literatura romántica y gótica del XIX, con aromas de Mary Shelley, Jane Austen o las hermanas Brontë. que José C. Vales, por su formación y trabajo, concoce bien.

José C(alles) Vales es licenciado en Filología hispánica y especialista en Filosofía y estética del Romanticismo. Como traductor ha firmado, por ejemplo, la versión de Orgullo y prejuicio, de Jane Austen, que Espasa publicó en 2012. Todo ese bagaje se nota en la novela.

Vales nos propone una historia a la que ha insuflado el aire misterioso del periodo, con una escritura elegante y muy cuidada. Ha sabido evitar la trampa de la impostura, de un estilo afectado y de cartón piedra. Y no era fácil.

El pensionado de Neuwelke está situada, en la década de 1840, en un exclusivo pensionado para señoritas en la remota región báltica de Livonia. La protagonista es Émilie Sagée, una institutriz francesa aquejada de una extraña enfermedad, que huye de un implacable exorcista que ve en ella la encarnación del mal.

Estamos ante una obra en la que los personajes y las atmósferas se imponen a la acción. Es pausada y la trama avanza al ritmo que requieren los protagonistas.

Los escenarios y las situaciones que propone el autor deben degustarse más que deglutirse. Quienes busquen un vértigo a lo bestseller –ya saben, un muerto cada cinco páginas y un sorprendente giro de la trama cada diez– la encontrarán lenta. La distinción entre pausa y lentitud, ya saben,es muy personal.

Vales se ha arriesgado al escoger a un narrador en tercera persona que, de vez en cuando, interactúa con el lector. Es un casi contemporáneo a los hechos –el embajador británico– por lo que sus prejuicios y sus conocimientos son los de la época. Su mirada a cuanto sucedió en Neuwelke es, por tanto, más limpia –si me permiten la expresión– que la que tendría un resabiado y más incrédulo narrador actual. Y le añade, de paso, interés y verosimilitud al relato.

El final se queda, quizás, algo corto para lo que requería un argumento interesante y con una galería de personajes –el punto fuerte del libro– bien construida.