En esta ocasión el maestro británico ahonda en las últimas páginas sinfónicas de Mahler, las del extenso Adagio destinado a su inacabada Sinfonía 10. Es el adiós definitivo del compositor al romanticismo más tardío, a su emocionante y particular universo musical de contrastantes pasajes de enternecedora calma y clímax orquestal que ilustran los estados de serenidad, angustia, incertidumbre o dolor del compositor, del ser humano. También Shostakóvich, heredero de la arquitectura orquestal mahleriana, despliega su intensa carga emocional en los pentagramas de la Sinfonía 4, obra maestra de colosales dimensiones, tanto por duración como por exigencia de plantilla, sobrepasando el centenar de músicos.