Un suponer: imagina que te concedieran otro premio por ser un campeón en lo tuyo. Un galardón de esos con pedigrí, con peso, de los que disparan flashes. Y para que lo recibas y lo brindes al equipo te proponen recogerlo en la salita de los cafés aprovechando la desco local de las 8:20 tras tu sermón diario… ¿raro no? Incluso clandestino, como si no fuera merecido.
Así es como será el acto de entrega del trofeo liguero al Real Madrid. 9:30 de la mañana del domingo en un saloncito de Valdebebas con la familia más cercana, como se hacía antaño con las bodas de penalti. Rocha por la Federación, Florentino por el Madrid y el equipo con la legaña puesta antes de iniciar el cortejo de celebración por las instituciones castizas.
Es evidente que el Gobierno no quiere darle al presidente accidental ni medio retal de alfombra roja, es evidente que el campeón ha puesto pegas a otras alternativas porque no tiene piel con casi nadie, pero es lapidario lo cutre que resulta todo por esta situación transitoria que no parece tener fin. Y el acto de presentación de Vicente del Bosque como cara amable, sin cerrar. ¿O es que su colaboración no está sellada y lacrada?
El caso es que todos los madridistas siguen levitando y con razón. Por su liga, por su final Champions y por esa forma épica y mágica de conseguir las gestas. Enhorabuena. Para ellos y también para Carolina Marín y su Princesa de Asturias. Un reconocimiento merecido a su oro olímpico y a sus mundiales que nos ha de motivar para seguir currando de cara a que el fútbol no eclipse tanto a campeones y campeonas.
Mira, reconozco que hasta hace un mes no conocía ni a David Vega ni a Noemí Romero, los primeros españoles con plaza olímpica para la gimnasia de trampolín en París. Una modalidad con la que tocar el cielo desde una cama elástica. El sueño de más de uno. Y de dos.