El Blog Alsina

Si todas las elecciones se hicieran como la del Papa de los coptos, qué simple sería el mundo

Les voy a decir una cosa.

Si todas las elecciones se hicieran como la del Papa de los coptos, qué simple sería el mundo. Y qué poco pintaríamos todos. En la iglesia ortodoxa copta siguen practicando lo de la mano inocente. Si hay que sacar un nombre de un bombo, qué mejor que un niño, tan imparcial, tan puro, tan higiénico. Tan de San Ildefonso.

ondacero.es

Madrid | 05.11.2012 20:15

Barack Obama y Mitt Romney | antena3.com

Y si al niño, además, le vendas los ojos, entonces la limpieza del proceso es máxima porque sólo interviene el azar, al que la iglesia copta no llama así, lógicamente, sino “voluntad de Dios” o “inspiración del Espíritu Santo”. Fue un niño con los ojos vendados, de nombre Bishoi, quien sacó el huevo ganador con el nombre del nuevo Papa copto, en una suerte de lotería de opciones limitadas en la que compiten únicamente tres aspirantes, los tres preseleccionados por la jerarquía de la iglesia copta en votación secreta de dos mil quinientos religiosos, una primera criba a la manera de semifinales o primarias con sufragio restringido. De ahí sale la terna que el niño a ciegas deshace en favor de uno de tres. And the winner resultó ser el obispo Tawadros, nuevo Papa de los varios millones de personas que, sobre todo en Etiopía y Egipto (también hay coptos en España) pertenecen a esta confesión religiosa. Cada religión tiene sus propios métodos, sus propios ritos y sus propias creencias sobre cómo se ha de escoger al guía espiritual, aquel que habrá de conducir a los demás por el buen camino. Y a diferencia de lo que ocurre con el poder civil (el político) en las sociedades más avanzadas, esos métodos tienen poco que ver, ¿verdad?, con el sufragio universal y la elección democrática. Nadie entendería que al presidente de los Estados Unidos lo escogiera un niño con los ojos vendados entre los dos huevos de cristal que compiten por el cargo.

Y, sin embargo, nadie habría entendido, en la congregación mormona de Belmont, Massachussets, que al pastor de la congregación (el obispo) lo hubieran elegido los fieles en una votación con urna. A Mitt Romney lo escogió como obispo el responsable de la diócesis, digamos: ayudado por Dios en sus deliberaciones, encontró a aquel hombre joven, casado y estudioso, idóneo para guiar espiritualmente a los trescientos mormones de Belmont. Y debió de hacerlo bien, porque fue asumiendo más responsabilidades en la iglesia mormona de Boston mucho antes de empezar a coquetear con la política. Era un hombre de negocios que dedicaba su tiempo libre al servicio religioso y a combatir los prejuicios sobre la religión que él profesaba. Seguramente no se pasó por su cabeza entonces competir algún día por la presidencia de los Estados Unidos (parecía tan impensable entonces que uno de los grandes partidos pudiera decantarse por un mormón como que pudiera hacerlo por una señora), y mucho menos competir con el primer negro presidente y, hasta hace no mucho tiempo, imbatible en apariencia. Pero eso es lo que, al final, sucedió. Que el conservador mormón acabó subiéndose a las barbas del negro progresista hasta ponerse a su nivel en las encuestas. Su condición de obispo mormón dejó de ser vista como un obstáculo cuando ganó la candidatura republicana a gobernador del Estado y no parece que haya sido tampoco un obstáculo en su carrera electoral frente a Barack Obama. En un país en el que religión y política son, formalmente, ámbitos bien separados pero donde los discursos terminan siempre con God bless América y los candidatos han de contar a qué templo acuden los domingos y para escuchar qué sermones y en boca de qué pastor, Obama y Romney son dos ejemplos de políticos que, sin llegar a romper con eso, han metido distancia entre sus prácticas religiosas y su trabajo.

Cuatro años después de llegar a la Casa Blanca, aún existe un treinta por ciento de norteamericanos que no sabe decir qué religión profesa su presidente, y aún existe un 17 por ciento que cree que Obama es musulmán. De Romney, la abrumadora mayoría sabe que es mormón. Pero también es abrumadora la mayoría que opina que la religión tiene un peso cada vez menor en la decisión de votar a uno u otro candidato y, más aún, en la vida corriente de los americanos. Ojo, que crean que está perdiendo peso no significa que esa circunstancia les agrade. Para la mayoría, la pérdida de influencia del factor religioso es una mala noticia. Que Romney sea mormón no significa que aspire a que todos los americanos lo sean. Que Obama sea protestante no significa que tenga nada contra los musulmanes o los budistas. Los americanos que mañana votan lo harán pensando, a juzgar por lo que dicen las encuestas, en la situación económica de la nación y en el  tamaño de la administración central, a la que los republicanos (generalizando) ven como invasiva (en detrimento del libre albedrío de cada ciudadano) y los demócratas (también generalizando) ven como motor necesario de la redistribución de renta y de los servicios públicos. Eso, al menos, en las presidenciales. Porque mañana en los Estados Unidos, se votan muchas más cosas. Para empezar, hay elecciones legislativas. Generales, diríamos aquí. Se elige la cámara de representantes, los congresistas, los diputados. Que allí no duran cuatro años sino sólo dos. A mitad de mandato presidencial, se vacía el Congreso y se elige de nuevo. Se entiende que si el presidente está haciendo un buen trabajo, los electores le premiarán a mitad de mandato con una cámara de representantes más afín, donde sus proyectos puedan salir adelante con menos dificultades.

A Obama le pasó lo contrario en 2010. Su mitad de mandato fue castigado por los votantes con una cámara baja de mayoría republicana. La primera mitad de su presidencia fue la más puramente Obama, donde el presidente disfrutó de mayoría en ambas cámaras; la segunda mitad, por el contrario, fue un pulso con la mayoría republicana, por eso Obama (persuadido de la frustración de su electorado) alega que hizo cuanto pudo frente a unos congresistas que, dice él, le boicoteaban. Nada le garantiza que, si mañana gana, el Congreso vuelva a ser mayoritariamente republicano. Dos años más de pasarlas canutas. Se vota mañana presidente, se eligen congresistas, se renueva un tercio del Senado (los senadores lo son para seis años), se elige gobernador en once estados, asambleas legislativas estatales (los parlamentos autonómicos que diríamos aquí), y, de propina, hay referendos sobre cuestiones específicas como matrimonio homosexual, uso terapéutico de la marihuana, eutanasia, penalización del maltrato animal, etcétera. Ya que abren los colegios electorales, aprovechamos y se vota de todo. La papeleta electoral, la boleta, es un como un libro de Ken Follet, no acaba nunca. Y aunque para nosotros la única noticia del miércoles por la mañana será si Obama se queda en la Casa Blanca o desaloja, para los habitantes de Indiana, o de Carolina del Norte, será más importante, seguramente, saber quién es su nuevo gobernador o si podrán casarse en aquel estado las parejas homosexuales. Para los reclusos que están en el corredor de la muerte en California, cabe pensar que lo más relevante de mañana es saber si prospera la iniciativa para abolir la pena de muerte en este estado. Son 720 personas. Para ellas, mucho más que para Romney y Obama, lo de mañana sí que es una elección a vida o muerte.