Monólogo de Alsina: "Junts pel Mobile"
No sé si han visto las imágenes, pero Carme Forcadell casi le arranca un brazo al rey Felipe. Qué pasión al estrecharle la mano, mare meva, y qué prolongado el saludo: si se descuida el monarca se la lleva puesta.
Estaba el hombre, o sea, el rey haciendo los saludos de rigor a las autoridades en Barcelona a la puerta del Liceo, saludó primero a Carles Puigdemont, presidente por accidente, que esta vez se abstuvo de hacer bromas —“contigo empezó todo, Tribunal Constitucional”, “los invasores serán expulsados de Cataluña”, ese tipo de cosas—, se escucharon las voces de algunos ciudadanos que daban vivas al rey mientras otros pitaban, Felipe saludó en la distancia al público allí presente y retomó luego los saludos a las autoridades: y allí estaba esperándole Forcadell, la presidenta activista del Parlamento autonómico a la que él no quiso recibir en la Zarzuela. El desquite absorbente de la presidenta fue agarrarle la mano la rey y moverla arriba y abajo una vez, dos, tres, cuatro, una vez más, señor, cinco, seis, hasta que el rey debió de estar tentado de decirle lo que el Papa Francisco al paisano aquel que tiraba de él en Morelia el otro día: “No seas egoísta, no seas egoísta”.
Es comprensible, porque Forcadell había anticipado que aprovecharía la presencia del rey en Barcelona para ponerle al día de la situación política en Cataluña —no vaya a ser que se le haya escapado algo— y debió de pensar que cuanto antes empezara, mejor. Luego ya saludó don Felipe a Ada Colau, la alcaldesa que, a base de jubilar bustos, impulsa la des-borbonización de Barcelona. El domingo hizo una excepción y le pareció estupendo que estuviera allí el monarca dando realce a esta kedada de grandes multinacionales del sector tecnológico, que encarnan como nadie la globalización, pero que traen a la ciudad a casi cien mil visitantes y una legión de medios de comunicación dispuestos a promocionar Barcelona a la vez que hablan del nuevo Samsung o de las gafas de realidad aumentada de HTC. No se espera que la alcaldesa aproveche el evento para criticar eso que ella antes llamaba “la globalización neoliberal” --lo peor de lo peor del maldito capitalismo--, ni que promueva el boicot a los productos de multinacionales que paguen poco a sus empleados, como también hizo cuando no tenía bastón. Aunque tampoco se esperaba que se arrancase con esta emulación de Ana Botella y su relaxing cup of café con leche.
Inglés sin complejos. Como no se esperaba que el presidente Puigdemont hiciera e una encendida defensa del proceso independentista. Lo más que hizo fue referirse a Cataluña como “región europea”, puenteando a España, y decir que Barcelona aspira a convertirse en el Sillicon Valley del sur de Europa. (Cada vez que una autonomía española se declara la Sillicon Valley del sur de Europa muere un gatito).
Así pasó la noche el rey Felipe, rodeado de gente que, o está haciendo todo lo posible para que España empequeñezca, o lo está haciendo para que él deje de ser rey, o las dos cosas a la vez: que ni él sea rey ni España siga siendo lo que hoy significa España.
Barcelona ha amanecido con directivos y comerciales de empresas tecnológicas por doquier —incluido Zuckerberg, el de Facebook, al que alguien debería invitar a un cara a cara con Alierta sobre inversión en infraestructuras, interesantísimo careo— y con el Metro en servicios mínimos. La semana del Mobile es un caramelo para los sindicatos que juegan la baza de la saturación de los transportes públicos, y la están jugando.
Los dirigentes sindicales acusan al ayuntamiento de haber apurado hasta el final la negociación para intentar arrancarles la firma de un convenio colectivo para tres años —-una “vergüenza”, dicen— y el ayuntamiento replica que ha hecho la oferta más generosa que podría hacer, un 1 % de subida salarial, y que recurrir a la huelga es, lo dice la alcaldesa del cambio, “desproporcionado”.
En la lista de huelgas razonables y huelgas desproporcionadas, ésta del metro se incluye, para Colau, en la segunda categoría. El discurso de la alcaldesa del cambio se parece bastante, tirando a todo, al que hace cualquier directivo de una empresa en conflicto laboral con sus trabajadores: los números dan para lo que dan y no se puede conceder todo lo que la plantilla pide. El presupuesto municipal no es elástico (esto lo firmaría Montoro). Y para debilitar la posición de los sindicatos ante la opinión pública ha difundido la alcaldesa del cambio el salario medio que cobran los trabajadores: 33.000 euros anuales. ¿Me hacéis una huelga cuando peor me viene? Ajo y agua.
Los días pasan y a Pedro Sánchez se le impacientan los novios. Ciudadanos, tras el amago de acuerdo inminente tan publicitado (por el PSOE) la semana pasada, urge a cerrar ya el pacto. Si el viernes se decía que el martes terminaría esta pareja de poner el huevo, lo que dijo Villegas, jefe de los cascos azules de Rivera, es que hay riesgo de que todo esto quede en nada.
Y lo dijo el mismo día que los socialistas confirmaron que acudirán con su negociator team (los hombres de Sánchez) a la cama redonda que ha organizado para esta tarde el casco rojo, que es Alberto Garzón: líder de IU, responsable (como cabeza de cartel que era) del peor de los resultados que obtuvo nunca esta formación, y obligado a encontrarse a sí mismo algún papel que lo reivindique como elemento necesario. Doble papel en este caso, porque Garzón ejerce de celestino entre Sánchez e Iglesias y de coartada para que ambos partidos se sienten a negociar sin que ni uno ni otro tenga que admitir que ha cedido a las exigencias previas del otro. Iglesias reclamó a Sánchez sentarse primero ellos dos para estudiar su documentocho, o dejarse ver paseando juntos, para formalizar así la pareja, pero Sánchez dijo que nanai, que negociaran los actores secundarios. Y eso es lo que hoy va a pasar, salvo que en lugar de dos partido serán cuatro, o dos y pico, porque IU y Compromís acuden como mero decorado.
Hasta hoy, las posiciones del PSOE y Podemos, si hay que creer a sus portavoces, están tan alejadas tan alejadas que parece imposible que alcancen un acuerdo de investidura antes del viernes. “Parece” y “si hay que creerles”. Veremos con qué impresiones amanecen el martes, una vez que Jordi Sevilla le haya dicho lo insostenible que le parece su programa económico a Carolina Bescansa. Veremos. Si alguien cede. Y quién cede. Por si acaso, César Luena ya ha fabricado un eslogan nuevo. Éste que dice que poder, se puede y si no se hace será porque uno no quiere.