Monólogo de Alsina: "Tsipras tiene de fan a Pablo Iglesias y a Marine Le Pen de 'groupie'"
El término surgió, como tantas otras cosas, a finales de los sesenta. Cuando arrasaban los Stones, los Doors, The Who, Led Zepellin. Sus fans se contaban por millones. Pero había fans que eran mucho más que fans. Eran devotas dispuestas a seguir a sus ídolos a donde hiciera falta (casi siempre a la habitación del hotel, pero no sólo). A alguien se le ocurrió llamarlas, puesto que amaban aquellos grupos de música, las groupies. La más famosa de ellas, Pamela des Barres, se lamentó en sus memorias —-reveladoras memorias—- del tono peyorativo que tenía el término. Ella sentía un cosquilleo en la entrepierna cuando veía en el escenario a Jagger o a Jimmy Page, pero no era eso (no era el sexo) lo que la aimaba: la groupie, o el groupie, lo que quiere es formar parte del fenómeno que supone el artista al que admira, estar con él, compartir su aventura.
Con el tiempo, el término ha ido aflojando su carga desdeñosa para retratar a los admiradores más rendidos y activos en su exhibición del entusiasmo, de los artistas y, por qué no, de los líderes políticos. Lo normal es que los dirigentes políticos tengan votantes y partidarios. Menos frecuente es que tengan fans. Y aún menos que tengan groupies. Alexis Tsipras puede presumir de tener todas estas cosas. Votantes suficientes como para haber ganado las elecciones en Grecia, partidarios que defienden sus políticas, fans que le han encumbrado como el revulsivo que necesitaba la izquierda europea y groupies que ansían compartir escenario con él, sentirle, tocarle, y que no son necesariamente de izquierdas. En el concierto que ofreció Tsipras en el Parlamento europeo ayer, se destacó como fan, muy fan, el izquierdista Pablo Iglesias, pero la groupie de verdad resultó ser Marine Le Pen, que de izquierdista tiene lo que el papa de ateo.
“Este sí que es un líder de verdad”, dice Le Pen cuando contempla a Tsipras. “Un hombre de los pies a la cabeza, con sensibilidad, con carisma, con amor por su pueblo”. Le compara con De Gaulle, que es lo máximo que puede decir Le Pen de un líder político porque ella misma se ha comparado con el general varias veces. “¡Saque a su país del euro”, le pidió ayer a su ídolo, “échele narices, rompa el euro y demuestre que se vive mejor fuera que dentro”.
Esto es lo único que le reprocha Le Pen a Tsipras: que amague con romper pero al final trague con lo de siempre. Porque ella lo que ansía es que alguien vuele de una vez la moneda única.
La lideresa de la derecha extrema francesa y el líder de la nueva izquierda europea. Comparten el nacionalismo euroescéptico, esta idea del patriotismo que consiste en que cada país tenga soberanía nacional plena para decidir sus políticas, aunque forme parte de un club de países y aunque comparta con diecinueve de ellos una misma moneda.
No se oponen a ninguna de las ventajas que traen consigo esas políticas comunes, pero sí se oponen a muchas de las obligaciones que suponen.
Es una posición, legítima. Contraria al proyecto de integración europea tal como hoy esta planteado: la cesión de soberanía nacional para que cada vez más decisiones sean tomadas en común, por las veintiocho sociedades de los veintiocho países europeos. El problema, naturalmente, de que las decisiones se tomen en común es que no siempre prevalecerá la posición que tú defiendes: si estás en minoría, prospera el criterio de la mayoría.
Syriza, como su socio Griegos Independientes, como Cinco Estrellas, como el UKIP, como el Frente Nacional, están en su derecho a defender una Europa hecha de otra manera. Y si algún día es ésa la posición mayoritaria de la sociedad de estos veintiocho países, así será, habrá una Europa distinta. A día de hoy no es eso lo que tenemos. Sólo en Grecia la mayoría social está en esa tesis. No es mayoría Podemos en España y no lo es el Frente Nacional en Francia, aunque Pablo Iglesias pueda quedar tercero en las generales de noviembre y Marine Le Pen haya ganado las europeas francesas.
Hubo ayer un debate. Plenamente democrático en la institución que representa a la sociedad europea. A los ciudadanos de los veintiocho países que eligieron a sus representantes (Pablo Iglesias entre ellos) hace ahora un año. Ésta es la Europa democrática, en la que cada eurodiputado dice lo que piensa y en la que, sumando aquellos que coinciden con Tsipras y sumando aquellos que discrepan ganan de largo estos segundos. La posición euroescéptica del gobierno griego es minoritaria en la Unión Europea. Democráticamente minoritaria
Debutantes que se lo toman con calma. Si el nuevo jefe de la policía municipal de Madrid tomó posesión del cargo el viernes y el sábado se marchó de vacaciones, la nueva senadora de Podemos Maribel Mora se estrenó en el pleno de la cámara alta ayer…¡ausentándose! Dices: pudiendo ir a trabajar mañana, o pasado mañana, o el lunes que viene, qué necesidad tendrás de fichar desde el primer día. Ejemplar la nueva senadora podémica en su desapego a las instituciones del régimen. Como ella misma dijo, se trata de que los ciudadanos dejen de ver el Senado como un sitio con personas que cobran por hacer no se sabe qué. ¿Qué hizo ella el primer día? No se sabe. ¿Para qué? Para demostrar que los ciudadanos tienen razón en sus percepciones. De ir a trabajar los viernes ni hablamos.
En Cataluña, Artur Mas protagoniza el remake soberanista de “El increíble hombre menguante”. Cuanto más cerca están las urnas de septiembre, más encanija como profeta independentista. Las tácticas políticas las carga el diablo: su gran objetivo, audaz, astuto, era engullir en una misma candidatura a todos los partidos y organizaciones soberabnistas: la lista unitaria, oiga, el soberanismo en comú; meter ahí dentro a la Asamblea Nacional Catalana, Omnium Cultural, Esquerra, las CUP, Convergencia, Unió e incluso Iniciativa si se dejaba. Y al frente del frankenstein, naturalmente, el doctor Mas, la república catalana al alcance de la mano. Cometió el terrible error de fingirse humilde: “No hace falta que yo encabece la lista”, dijo, “yo estoy a disposición del procés, iré en el puesto que ustedes me digan”. Y en estas apareció Junqueras, se le encendió la bombilla y lanzó su ocurrencia envenenada: hagamos una lista unitaria, pero sin políticos. Traducido: sin Artur Mas. Cómo iba a pensar el modestísimo, humildérrimo president, que el soberanismo ejerciente le tomaría la palabra. Uno tras otro han sido sumándose a la idea de la lista sin políticos, abandonando el barco que nunca llegó a partir. La lista del president va camino de integrarla únicamente el president. Nunca se vio una lista tan corta. Convergencia está descolocada ante la mengua inesperada de su carismático líder. Como el hombre de la película, ha sido la niebla en la que se metió la que le ha ido recortando el tamaño. Hasta Rahola se lo mira y lo empieza a ver diminuto. “Ay, mi rey, mi rey. qué te han hecho. De Camelot a Liliput. Te teníamos por Hércules y has terminado en enxaneta”.