OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Rajoy se va porque no quiere ser Aznar"

El mes en el que todo cambió. Hasta el director de El País va a ser cambiado. El periódico que publicó los más duros editoriales contra Pedro Sánchez. El "insensato sin escrúpulos sin valores ni ideología conocidos". Eso, entre otras cosas, le llamaron.

Carlos Alsina | @carlos__alsina

Madrid | 06.06.2018 07:46

De la España empantanada hemos pasado a la España cambiante. En el primero de los cien días de cortesía que se dispensan al gobierno debutante.

• Hoy anuncia el presidente Sánchez con qué ministerios y qué personas al frente inicia su mandato. Todas con la experiencia que a él le falta en la gestión de lo público: no es mal comienzo rodearse de quienes saben más que tú. Asumir, con naturalidad, que el bisoño eres tú. Una vicepresidenta, Carmen Calvo. Una ministra de Economía, Nadia Calviño. Una ministra de Hacienda, María Jesús Montero. Más mujeres que hombres en un equipo curtido y sin fuegos artificiales. De izquierda clásica, bien poco predispuesta al coqueteo con el color morado y con un mensaje de firmeza frente al independentismo.

• Y hoy empieza a pasar el PP por el trance de desescombrar, primero, para poder reconstruirse luego. Cambio de presidente, cambio de dirección, cambio de rumbo. A la fuerza, es verdad. Sólo cuando ya no le queda otra se abre paso la llegada de aire nuevo (veremos cuánto de nuevo) y el relevo de los que allí estuvieron.

Mariano Rajoy no se ha ido todavía. Rajoy ha empezado a irse.

A la vuelta del mundial celebrará el PP —primera organización política del país por. número de militantes— el Congreso Extraordinario que coronará a un nuevo líder (veremos cuánto de nuevo). O nueva.

Y se va porque quiere. La prueba es que, aún ayer, las quinielas estaban divididas entre quienes decían que se agarraría a Génova y al escaño y quienes calculaban que abriría camino ya al siguiente.

Podía haber anunciado ayer que permanecería en la oposición a Sánchez y le habrían aplaudido lo mismo. Podría haber apelado a la necesidad de hacer las cosas con calma, la sucesión a fuego lento, fortalecerse en la adversidad, y no habrían dejado de aplaudirle. Podría haberse encomendado, en fin —como tantas otras veces—, a la santísima trinidad de sus principios esenciales (lo normal, lo sensato, el sentido común) y la ovación habría sido igual de disciplinada. También menos sincera, ciertamente. Porque ayer la ovación que recibió el señor Rajoy de los suyos fue auténtica. Y emocionada. Como ocurre en las cenas de despedida al jefe que se jubila. Como ocurriría en los velatorios si el difunto pudiera levantarse un momento a agradecer las coronas. La emoción en carne viva tras haber sufrido el tormento, imprevisto, de un gobierno desollado.

No hubo sobreactuación ayer. No hubo sentimentalismo. No hubo lágrimas forzadas. Lo del Partido Popular es un drama. Un drama real a la vista de todos. Con una guerra en ciernes para la que ya acarrean munición (y dosieres) los contendientes. Con un rey destronado, y roto, obligado a encajar la sentencia más dura que ofrece la vida. Que no es la de la Gürtel, sino la evidencia de que nadie es dueño de su futuro. Tampoco los presidentes de gobierno. Sujetos a vaivenes, corrimientos de tierras, efectos mariposa e imponderables.

Un rey destronado al que sólo resta salvar la memoria que de él quede.

Intentar que no le pase a él lo que les pasó a sus antecesores.

• A Zapatero, que fue borrado de los actos del PSOE tras su fracaso como gestor de la crisis de 2008. Señalado como responsable del hundimiento electoral de 2011.

• A Aznar, que pasó de ser el papa emérito del PP cuya bendición anhelaban todos a ser sufrido en silencio como una hemorroide.

Rajoy se va porque quiere.

• Porque quiere pensar que su marcha será vista como un acto de desapego.

• Porque quiere creer que, caído él, tendrá alguna oportunidad de remontada su partido (con él sabe que no).

• Porque quiere evitar el declive de su autoridad interna, la agonía de quien ve que su palabra va dejando de ser ley para diluirse en parloteo.

Rajoy se va porque no quiere ser Aznar. Aquel que coronó al sucesor para luego fiscalizarle, corregirle y reprobarle. Aquel que nunca admitió fallo alguno en la detección, y el atajo, de las corrupciones de los colegas. Aquel que, presentándose como la voz de la conciencia del PP verdadero, dedicó sus mejores esfuerzos a hacer calar la idea de que todo lo que vino después de él fue peor. Mucho peor. Zapatero, por supuesto. Rajoy, aún más por supuesto.

En su epílogo como presidente del PP, de aquí a finales de julio, Rajoy hará lo que mejor sabe hacer: no moverse; no actuar; no decidir nada. Eso anunció ayer.

Todo se queda como está hasta que haya nuevo líder. O traducido: que Santamaría será diputada rasa hasta entonces. Y dependiendo de lo que salga, también después de entonces. No habrá tutela ni manipulación del proceso.

Y al hacerlo, si lo cumple, estará repudiando Rajoy el procedimiento que le permitió a él mismo venir al mundo como líder. El dedazo del que manda.

Al PP le toca pasar por el trance que ya vivió el PSOE.

Lo principal que ha ocurrido en las sumas y restas políticas en los últimos tres años es que donde antes había dos partidos, el PSOE y el PP, ahora hay cuatro.

Rubalcaba primero y después Sánchez se encontraron con un competidor llamado Podemos.

Rajoy se ha encontrado con un competidor llamado Ciudadanos.

El tablero cambió en 2015 con dos nuevos actores. Esto que se llama un parlamento más plural y que Aznar prefiere llamar una derecha fragmentada que necesita, dice él, unificarse.

En contra de lo que dijo Rubalcaba, no siempre se entierra bien.

Hay veces en que el muerto resucita. Ahí está el presidente Sánchez.

Y hay veces en que del presidente caído se sigue haciendo leña porque hace falta la leña para tener prendida la hoguera de algunas terribles vanidades.