Monólogo de Alsina: ¿Quién teme a Podemos?
El final del verano llegó. Y no volverá. Se nos acaba el verano de 2016, mañana. Y el dúo dinámico se nos ha peleado. Pablo e Íñigo. Iglesias y Errejón. El dúo que dinamizó la política española hace dos años vive horas de desafecto. Vientos de crisis en la pareja.
Hombre, si se divorcian Angelina y Brad Pitt es que puede acabar divorciándose cualquiera. También el matrimonio que parió Podemos.
Divorcio, ruptura, escisión son palabras mayores. Aún no llegan tan lejos las rencillas. El pique. La diferencia de proyectos. No da, todavía, esta crisis en la relación para hablar, en términos zarzueleros de un "cese temporal de convivencia".
Simplemente hay, primero, una competición por hacerse con el control del partido en Madrid, la plaza principal —junto con Andalucía— de todas las plazas de Podemos en la medida en que en las demás comunidades de peso, Cataluña, Galicia, la comunidad valenciana, son otras las marcas asociadas. Y segundo, una diferencia de criterio, menos gruesa de lo que algunos quieren ver, entre sus dos dirigentes principales. Cuya amistad pasa ahora la prueba del pulso político que ambos se están echando.
En el partido del amor, como lo llama John Müller, hay tiempo también para el despecho.
Iglesias sostiene que han de seguir dando miedo. ¿A quiénes? A quienes a estas alturas aún se lo tengan. Pongamos cara de comernos a los niños, a los niños ricos que son todos hijos del Ibex-35. Volvamos al discurso aquel de 2015, el poder contra nosotros, nos silencian, nos persiguen, pretenden encerrarnos para que no podamos asaltar los cielos.
Errejón está en el otro discurso, el de ampliemos nuestra base social. La transversalidad nos hará fuertes. Seduzcamos a quienes hoy recelan de nosotros porque nos ven radicales, voceantes, mitineros.
La cal viva frente al guante de seda. El agitador que disfruta de su papel provocador y el buen chico que no ha roto un plato en su vida.
Iglesias está en el cuanto más miedo demos más genuinos somos. Y la gente, más nos quiere. La gente, siempre la gente. El pueblo, la ciudadanía.
La gente. Todo lo hacemos siempre para la gente y con la gente.
Comprueben cómo Iglesias hace una pirueta en su discurso mitinero de ayer. Empieza recriminando a quienes le dicen que no hay que dar miedo a los creadores de opinión, pero de pronto ya no habla de esos creadores sino de los sinvergüenzas y los golfos. Qué tendrán que ver los unos con los otros.
Al final, lo que sigue digiriendo Podemos son lodos que dejó el gatillazo en el sorpasso de junio, el millón de votos que se dejó en seis meses y que unos atribuyen a su matrimonio con Izquierda Unida —la IU que lleva dentro al Partido Comunista— y otros a la estrategia de negociación, o de no negociación, con el Partido Socialista. Errejón lo achaca a las dos cosas a la vez: significarse como partido de izquierdas muy izquierdas y errar la forma de encarar el debate de investidura de Sánchez. La cal viva.
¿Tienen sus diferencias? Sí. Si no hubiera discrepancias no sería Podemos, dicen ellos. ¿Hay una crisis lo bastante honda como para que esto pueda acabar explotando? Pues no parece. Los votantes puede que estén un poco perplejos ante estas turbulencias internas que no responden, en realidad, a un debate ideológico como tal —tiene más de codazos por imponer la forma que cada uno tiene de ver las cosas—, pero no amenaza, a día de hoy, el resultado electoral de la marca.
En el equipo de Sánchez —incansables a la realidad de los hechos— quieren ver en esta desconexión entre Iglesias y Errejón una esperanza, otra vez. Ay si Podemos lo dirigiera Errejón, suspiran, sobreactuadamente en Ferraz, ay qué sencillo sería entonces pactar la investidura de "Pedro regenerator". Porque Sánchez sigue con el mismo salmo desde hace dos semanas: su sueño es un pacto cruzado de PSOE con Podemos y Ciudadanos. Para hacerle presidente a él, se entiende. Pero sin los independentistas emborronando la hoja de ruta.
Hay una familia que cumple un mes sin noticias de una joven desaparecida, Diana Quer.
Y hay una familia que amanece hoy desgarrada por el golpe que acaba de encajar. La familia de Angel María Villar, el presidente de la Federación Española de Fútbol.
Cuya sobrina —supimos anoche— fue secuestrada el martes pasado en la capital de México. María Villar residía y trabajaba allí. El martes de la semana pasada terminó una reunión con un cliente y tomó un taxi para ir a casa. Dentro ya del vehículo telefoneó al marido para decirle que iba para casa. Lo siguiente que éste supo, horas después, es que la tenían secuestrada. Primero la habían llevado de cajero en cajero para sacar dinero y después exigieron 90.000 euros de rescate al marido. Éste reunió el dinero que pudo y pagó. Pero la liberación esperada nunca llegó a producirse. La noticia la facilitó anoche La Brújula y la confirmó el ministro de Exteriores, García Margallo.
El marido de María y el primo de ésta, Gorka, su primo, han estado recorriendo las morgues estos últimos días temiendo encontrar allí lo que ayer encontraron: el cadáver de ella en una morgue de Toluca. Como nos contaba a primera hora el periodista mexicano José Jaime Hernández, por algún motivo los secuestradores pensaron que devolver a María con vida suponía un riesgo para ellos.
El cadáver se encontró el jueves en un arroyo, maniatado y con una bolsa de plástico en la cabeza. Fue llevado a la morgue de Toluca. Esta ciudad del estado de México que en los últimos años se ha convertido en la capital del secuestro. Grupos de delincuentes que asaltan personas en la calle, o en sus casas, o en connivencia con taxistas, y se las llevan consigo para chantajear con su vida a las familias. Incluso cuando éstas pagan los rescates, es frecuente que la víctima sea asesinada. A primera hora conversábamos con Jesús Esquivel, periodista mexicano, natural de Toluca, que vivió también un secuestro en su familia.
El cónsul de España en México se desplazó ayer a Toluca, con los familiares de la mujer asesinada, para organizar la repatriación de sus restos.