Monólogo de Alsina: "Okupas con contrato de alquiler"
Érase una vez un alcalde, no de estos nuevos de ahora (de Podemos y asimilados) sino de los de toda la vida, que enterado de que había un local comercial en su ciudad tomado por los okupas y cuyo propietario se proponía reclamar que los sacaran de allí, le dio una vuelta al asunto, temió que se le echaran encima los activistas de izquierda si llegaba a producirse el desalojo, y tomó la siguiente decisión insospechada: se compró los okupas.
Abrió la caja del dinero municipal, le preguntó al propietario por cuánto salía alquilarle el local —cinco mil quinientos euros mensuales, por doce meses de contrato mínimo, 66.000 euros del ala, ¿firmamos?— y el alcalde firmó sin decírselo a nadie. El local comercial, que antes había sido una sucursal bancaria, se convirtió en un fenómeno inclasificable: un sitio para okupas pero en el que se paga el alquiler religiosamente. Okupas con contrato. Todos los vecinos de Barcelona pagándole sin saber el alojamiento a los activistas del barrio de Gracia.
Érase una vez un alcalde, de Convergencia Democrática, llamado Xavier Trías, que para evitarse líos se compró unos okupas. Pero luego hubo elecciones y cambió el gobierno municipal. Llegó una activista al cargo de alcaldesa, Ada Colau, y enterada de que el ayuntamiento le estaba pagando el alquiler a una malvada inmobiliaria que sólo había comprado el local —-¡anatema!—- para hacer negocio, se propuso dejarlo de pagar. Pero tan temerosa de que hubiera lío como su antecesor en el cargo, consultó con los okupas qué les parecía a ellos que el poder, el ayuntamiento, ¡el sistema!, les estuviera pagando la renta. Y ellos, encabritados, le dijeron que se acababan de enterar. Y que les parecía intolerable, inaceptable, repugnante, semejante ejercicio de paternalismo. Quién se creía ese alcalde para tenerles a ellos acogidos, ellos que se habían pasado meses estimulados con la expectiva de que vinieran los mossos a desalojarles en cualquier momento. Se creían okupas y eran mantenidos. Gente de orden. Verdaderamente indignante.
La alcaldesa se vio entonces reconfortada en su decisión de dejar de pagar a la perversa inmobiliaria. Aunque fuera a costa de que ésta acudiera al juzgado a reclamar, visto lo visto, que les sacaran de allí a los acampados.
La historia —érase una vez— del alcalde que se compró unos okupas y la alcaldesa que los descambió la contó, a su manera, Ada Colau. Ella no veía por qué pagar porque nada más lejos de su deseo que comportarse con paternalismo.
El juzgado ordenó el desalojo, fueron para allá los mossos de esquadra y se montó el pollo. El lunes por la noche, con alterados, un coche volcado y contenedores ardiendo en el barrio de Gracia, y el martes también, con una ruidosa manifestación de quinientas y pico personas que gritaban policía asesina, periodistas terroristas y algunas otras animaladas con las que intentaban acallar a la prensa.
El mérito que tuvo la reportera de Antena3 anoche teniendo que aguantar a este tío tan pelma.
Tenían razón los candidatos a la presidencia en que la nueva campaña electoral iba a ser cansina. Sí lo está siendo, sí. Tan previsibles los mensajes, tan reiterativos, tan visto y oído ya todo mil veces antes. La ternura que inspira Pedro Sánchez fingiendo disfrutar cada vez que se hace una fotografía, sonriente, con un señor a caballo o un grupo de señoras con vestidos de volantes sólo es comparable con la piedad que inspira Rajoy teniendo que ir a presentar sus listas a este territorio que fue talismás para él y que ahora se ha convertido en tierra hostil: Valencia. Hoy estará allí el candidato del PP, acompañando a Isabel Bonig —no es compañía lo que ella quiere, sino respaldo de verdad de la dirección nacional, que no percibe— y teniendo que en cualquier momento se le cruce algún fantasma de los mítines pasados: un Alfonso Rus, una Sonia Castedo, un Carlos Fabra. O que le entre un sms de Rita Barberá despellejando a algún compañero.
La campaña discurre sin novedad.
• Pedro Sánchez hiperactivo repitiendo que el traicionero Podemos va a por el PSOE para hacerle el juego al PP.
• Pablo Iglesias poniendo cara de no haber roto nunca un plato mientras dice cosas bonitas del PSOE y de lo mucho que le gustaría gobernar con ellos. A quien hay que ganar es al PP, y bla bla bla.
• Mariano Rajoy esquivando minas de los variados casos de corrupción que salpican a su partido.
• Y Albert Rivera liderando la oposición a Nicolás Maduro.
Venezuela como tema de campaña electoral española. Ciertamente. Aunque Ciudadanos niegue que haya vínculo alguno entre la competición por el voto en España y la batalla contra el chavismo en Venezuela, cabe pensar que si Rivera hubiera creído que algún voto suyo peligraba por hacer esta visita la habría dejado para otro momento.
Apoyar a quienes reclaman democracia plena no sólo es loable, es una obligación de quienes se declaran amigos de las libertades políticas de las sociedades. Recordar que Leopoldo López, o Ledezma, o el alcalde de San Cristóbal han sufrido persecución por su oposición a Chávez y Maduro, denunciar que el chavismo es nocivo para la división de poderes y las garantías judiciales, es justo y necesario.
Fueron algunos dirigentes de Podemos quienes pusieron Venezuela, hace dos años, en el escaparate del debate político doméstico al presentar aquel país, su revolución y a su comandante legendario Chávez como el modelo de una sociedad avanzada, libre e igualitaria. Que esos mismos dirigentes se hayan vuelto, como dice Iglesias, pragmáticos y hayan aparcado su devoción por el chavismo no desmiente ni el vínculo ideológico ni el vínculo financiero de la fundación CEPS con el gobierno de Venezuela. No tienen motivos para incomodarse tanto porque se hable de Venezuela en el debate político de España porque ellos fueron los primeros.
Ojalá la oposición al régimen saudí pudiera invitar a Pablo Iglesias a viajar a Riad a predicar en contra de aquel gobierno. Y ojalá él fuera.