Quince días tiene el PSOE para evitar su desastre. Si en la noche del 26 de junio los socialistas tienen los ochenta escaños que les atribuía el CIS, no es que tenga que irse a su casa Sánchez, es que tendría que presentar su renuncia el comité federal entero del PSOE. Aunque sólo sea porque la evidente guerra interna que se libra desde hace un año en ese partido, con dirigentes moviéndose la silla unos a otros y con candidatos que van en las listas y que no están moviendo un dedo para facilitar la campaña, tiene seguramente algo que ver con el encogimiento progresivo de un partido que se desangra. Ochenta escaños de 350 sería la madre de todos los fracasos.
Si el 26 de junio pasa lo que dice el CIS, el PSOE tendría en su mano decidir quién gobierna España. O a la derecha, facilitando que gobierne el PP, o a la izquierda pactando con Podemos. La llave es suya, es verdad. He aquí la paradoja: Pedro tiene la llave de la Moncloa pero sólo para abrirle la puerta a otro. Pero para un partido con la historia y la implantación que llegó a tener el PSOE—-hace ocho años aún ganaba las elecciones con once millones de votos y 169 diputados— quedar reducido a la condición de llave es políticamente inasumible. Ser llave se le parece mucho a ser llavero.
El voto, en realidad, se mueve poco. No es en el número de votos sino en la atribución de escaños donde se produce el terremoto. Más que sorpasso, sorpasón, sorpasote o sorpasada.
Los votantes estarán muy cansados del bucle electoral, serán muy críticos con la incapacidad de los partidos para pactar un gobierno nuevo pero siguen votando al mismo al que votaron en diciembre. Ni hay castigo a Iglesias por ponerse estupendo e n la negociación ni hay premio a Sánchez y Rivera por haber pactado. A Rajoy, en fin, le votan los mismos se presente o no a la investidura.
Es la circunscripción provincial y la manera en que se distribuyen en cada provincia los escaños lo que cambia el panorama. Podemos hizo los deberes estudiando cómo convertir votos en escaños, pagó el peaje de aceptar el pacto con IU que antes no querían y si estos números coinciden con lo que pase dentro de tres domingos le habrá salido la jugada redonda.
En la pugna de las elecciones anteriores, Podemos frente a Ciudadanos por la hegemonía de los partidos emergentes, la victoria es largo es para Pablo Iglesias. En escaños pasaría con holgura de ochenta, el doble de los que el CIS le atribuye a Ciudadanos. No crece el partido de Albert Rivera, cuya estrategia pactista no le penaliza pero tampoco le brinda nuevos apoyos. Instalado en los 38-40 escaños, Ciudadanos da signos de haber tocado techo.
En los mítines Rivera sigue indultando a Sánchez de sus dardos aunque en el debate del lunes resucitará, como hizo ya Arrimadas, el dicurso crítico contra los dos partidos tradicionales: Ciudadanos en el medio reprochándoles que no sean capaces de ponerse de acuerdo.
Las elecciones, salvo que cambien mucho las cosas, las ganará Rajoy sin seguridad alguna de poder seguir gobernando. Destila el PP una extraña satisfacción al saber que no alcanzaría el 30% de los votos y perdería entre dos y cinco escaños, lo todo por bueno mientras le sirva, por hundimiento socialista y prejubilación de Pedro Sánchez, para seguir gobernando en minoría. Siempre que el PSOE prefiera que gobierne el PP a gobernar ellos con Podemos, que es mucho suponer y mucho adelantar acontecimientos.
En apenas dos años de historia política en España, PP y PSOE habrán pasado de repartirse el 75 % de los votos a sumar juntos apenas el 50 %. Y habrán pasado de saber que si no gobierna uno gobierna el otro a contemplar cómo un partido que apenas tiene dos años de existencia, Podemos, reclama para sí el derecho a intentar formar gobierno.
Tendrán que plantearse entonces los dos partidos tradicionales si les ha merecido la pena la jugada de no dejarse gobernar el otro al uno y el uno al otro. Ambos pierden peso en el parlamento mientras el nuevo, vibrante adversario electoral de ambos, elección tras elección sigue sumando.