El monólogo de Alsina

El monólogo de Alsina: Qué alegría y qué sorpresa cuando se lo dijeron a Gallardón

Qué sorpresón esta mañana. Qué alegría cuando le dijeron que habían elegido a este señor. Qué alegría y qué sorpresa cuando se lo dijeron a Gallardón.

ondacero.es

Madrid | 09.12.2013 20:14

“Ministro, no te lo vas a creer, que el Consejo del Poder Judicial ya ha votado y ha elegido presidente a Carlos Lesmes”. “¿A Carlos Lesmes?”, dijo Gallardón poniendo cara de ‘no me lo puedo creer’, ¿Carlos Lesmes el que es magistrado del Supremo?”, preguntó, “¿Carlos Lesmes el que fue director general en el ministerio de Justicia del año 2000?” “¡El mismo, ministro, qué casualidad, eh, justo el que usted quería!” Bueno, bueno”, dice Gallardón, “yo ni quería ni dejaba de querer, son los vocales del Consejo los que proponen candidatos y votan en libertad y en conciencia”. Y ante la sonrisa burlona de sus colaboradores, añade: “Sólo faltaría”.

Hoy el nuevo Consejo del Poder Judicial ha elegido a su presidente, que será, a la vez, presidente del Tribunal Supremo. Y ha habido menos sorpresa en la elección de Lesmes que en la victoria del oficialismo en las municipales de Venezuela. O en la victoria de Mateo Renzi en las primarias de la izquierda italiana, por si la mención de Venezuela, a algunos, molesta. Si estaría previsto que saliera Lesmes que hace por lo menos un mes que, en los ambientes enterados, se sabía que él sería el sucesor de Gonzalo Moliner, antes incluso de que se conocieran los nombres de los nuevos vocales que lo han propuesto y escogido. Éste es el acontecimiento prodigioso que no ha sido suficientemente glosado: dieciséis de los veinte vocales del consejo han visto claro que su presidente debía ser el mismo que, desde hace un mes, se sabía que lo acabaría siendo, el mismo que pactaron, secretamente, Rajoy y Rubalcaba. Es así como el ministro Gallardón ha venido a desempeñar el papel que el espíritu santo se reserva para los cónclaves: él inspira a los electores y estos  eligen como papa al que tienen que elegir. Bueno, papa, presidente del Poder Judicial, que a diferencia de Su Santidad no responde ni ante Dios ni, en teoría, ante el espíritu santo que le ha hecho la campaña. Carlos Lesmes tiene currículum de sobra para acceder a un puesto institucional tan relevante como éste (presidente del Tribunal Supremo),  y el hecho de que llegue al mismo fruto del pacto entre el presidente del gobierno y el líder del principal partido de la oposición (es decir, como siempre) no presupone que lo haya de hacer ni bien ni mal, aunque de su currículum se esté destacando, sobre todo, que trabajó en el ministerio en la época de Aznar. Cuando Zapatero escogió, con la bendición de Rajoy, a Carlos Dívar lo que se empeñó en destacar todo el mundo es que era un hombre muy de ir a misa. Luego supimos que, más que de ir a misa, era de ir a Marbella y eso acabó con él.

 

Zapatero, que sigue de promoción de su libro (y hace bien), estuvo hoy con Herrera hablando largo. Dio respuestas casi tan interesantes como las de Rajoy en la entrevista sábana que le han publicado varios diarios europeos. Si sobre Cataluña dice el presidente que es que él no puede permitirle a Artur Mas que organice un referéndum (bueno, ni puede ni quiere), sobre Cataluña dice el ex presidente que la prudencia de Rajoy le parece acertada. Fraternal capote a su antiguo adversario en la forma de lidiar con su antiguo socio, este Artur Mas que visitaba la Moncloa de incógnito, en sábado noche, para escribir a cuatro manos el Estatut. Zapatero, más conciliador que nunca, ve a Rajoy muy prudente y a Artur Mas muy necesitado de que lo reconduzcan. Por lo demás, admite errores el ex presidente, sí que los admite. Por ejemplo el de tardar tanto en reconocer públicamente (o en aceptar íntimamente) que el país que gobernaba estaba en crisis. Lo que no alcanza a hacer todavía el ex presidente es asumir las consecuencias que eso tuvo; no alcanza a hacer una estimación de cómo de peor fue todo por su error primero de diagnóstico, es decir, qué parte del infierno que vino luego (qué parte) fue específicamente culpa suya. Ahí se enreda en las disquisiciones éstas sobre el dilema que tuvo que enfrentar, la gran elección entre hacer aquello que convenía a España o no hacerlo. En esencia, el dilema es éste y es verdad que, planteado así, deja de ser dilema. Entre hacer lo que conviene al país y no hacerlo no parece que un primer ministro deba tener mucha duda. Por eso Zapatero, que entra a fondo sobre las consecuencias que sus errores tuvieron para el país, se explaya sobre el supuesto efecto que su acierto terminal tuvo para las expectativas electorales de su partido. Digamos que este frente lo tiene mucho más trabajado el ex presidente: el divorcio que hacer lo que necesitaba el país le produjo con su electorado y su responsabilidad en el resultado electoral de 2011. Menos trabajado tiene el efecto que su mala gestión inicial tuvo en el encarecimiento de la financiación del Estado y la prima de riesgo, el coste de la deuda pública que ahora, entre todos, arrastramos. Igual para el libro siguiente, porque estos procesos de reflexión a posteriori ganan con el paso del tiempo a poco que uno sea realmente autocrítico y mínimamente humilde. Si eres Aznar es otra historia.

Si esto fuera los Estados Unidos habrían ido los ex presidentes, acompañando a quien ejerce el cargo, a rendir homenaje a Mandela en Johannesburgo. Claro que si lo hubieran hecho, les estaríamos poniendo a caer de un burro porque ya me dirás tú qué necesidad hay de que vayan todos (aunque sea usando el mismo avión). Obama se lleva a Bush y a Clinton a decir adiós a Mandela, una forma de subrayar la talla histórica de quien ha fallecido y, también, de colocar su figura por encima de las afinidades o discrepancias ideológicas. Caben pocas dudas de que, entre los casi cien jefes de Estado o de gobierno que viajan a esta hora hacia Suráfrica para asistir, mañana, a la ceremonia en el Soccer City de Johannesburgo hay personas que realmente sintonizaron con Mandela, otras que sintonizaron menos y otras que, pese a no sintonizar lo más mínimo, presumen de hacer suyos los principios que inspiraron al más famoso preso africano. No van a coincidir todos a la vez porque son varios los actos a los que los líderes de otros países pueden apuntarse, pero es posible que algunos de ellos aprovechen para saludarse y comentar asuntos pendientes. Como el propio Mandela escribió una carta desde Robben Island, el fallecimiento de una figura pública relevante trae consigo no sólo el duelo y el funeral, sino la posibilidad de conocer y hablar con personalidades muy diferentes y de tendencias políticas enfrentadas, encuentros ocasionales que pueden llegar a dar frutos insospechados. Entre los ilustres que pisarán Sudáfrica estos días están desde el Príncipe Charles, Cameron y Obama, Rohani, Dilma Roussef, Peña Nieto, Hollande, Sarkozy y el Príncipe Felipe, hasta amigos personales del difunto, que lo eran, como Mugabe o Raúl Castro. Todos ellos van camino de Sudáfrica. Y el que no va es el Dalai Lama. Al que nunca han dejado entrar en ese país por temor a que se enfade el régimen chino, gran inversor, y proveedor, del gobierno surafricano. Incluso para asistir a un funeral hay que demostrar que tu presencia no tenga efectos secundarios indeseados.