EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: La tradición que no se moderniza termina por parecer 'viejuna'

Les voy a decir una cosa.

Hay un Rosell que dice que hay que creer en todo. Y hay un Rosell que no cree todo lo que se dice. Hay unRosell que se declara, pese a todo, optimista. Y hay un Rosell que, sabiendo lo que hay, prefiere recetar realismo.

ondacero.es

Madrid | 01.05.2013 20:55

Hay un Rosell que piensa ya en el mercado internacional para salir de compras. Y hay un Rosell que en el mercado internacional la salida necesaria para aumentar las ventas. Hay un Rosell que cree, o dice creer, en la remontada del club que es más que un club. Y hay un Rosell que cree, o dice creer, en la remontada del país y del club al que el país pertenece, que se llama Europa.

Hay un Rosell que es Sandro, preside el Barça y sueña con vivir este primero de mayo una noche heroica. Y hay un Rosell que se llama Juan, preside la patronal CEOE y ha elogiado, en este primero de mayo, la labor que realizan los representantes sindicales en las empresas, lo que él llamó las “bases” de los sindicatos mayoritarios.

La noche del primero de mayo es noche de Champions y de pelear, el barcelonismo, por la remontada -vibra ya el Camp Nou al grito de “nada es imposible y bendito sea Messi”-. La mañana del primero de mayo fue mañana de ocio, deporte y reuniones de amigos para la mayoría de los españoles y de movilización en la calle para aquellos que quisieron sumarse a las manifestaciones organizadas por los sindicatos.

Es tradición que las dos centrales, CCOO y UGT, salgan de la mano a la calle a exigir al gobierno que cambie de política. Lo vienen haciendo desde hace, al menos, veinte años. Ni siquiera en tiempos de Felipe se recuerda un primero de mayo que aplaudiera la política gubernamental: es verdad que cuando gobierna la derecha el discurso se endurece con alusiones al gran capital, el caciquismo y los fantasmas del franquismo -cuando gobierna la izquierda de lo que se habla es de traición a la clase obrera-, pero, en términos generales, los sindicatos siempre opinan que el gobierno lo hace mal y que hay que obligarle, en la calle, a rectificar su política y abrazar aquella que ellos le están recetando.

Veamos algunos ejemplos de la hemeroteca. Títulos de diarios sobre las movilizaciones sindicales.

· Primero de mayo de 1988, hace 25 años. UGT exige al gobierno que cambie su política económica y le dé un giro social. “Detrás de las grandes cifras macroeconómicas están los problemas de los parados y los pensionistas”, denuncia Nicolás Redondo.

· 1990. Los líderes sindicales instan al gobierno (del PSOE) a cambiar de política y demostrar que es el partido de los pobres. Las medidas del gobierno benefician a los patronos, dicen, que comen con una cuchara más grande que los trabajadores y siempre a dos carrillos.

· En el año 93, Redondo y Antonio Gutiérrez, vísperas de elecciones: “no somos neutrales, rechazamos tanto la política económica del PSOE como la del PP; la del PP son las privatizaciones, la del PSOE es el decretazo y la desinversión industrial”.

· En el 98, Gutiérrez y Cándido Méndez: “la política del gobierno es una plaga para el estado de bienestar; se pongan como se pongan, conseguiremos cambiarla”.

· En 2002, Méndez y José María Fidalgo: “exigimos la retirada de la política laboral de este gobierno, los cambios que pretende son agresiones a los trabajadores”.

· En 2005, rechazamos la reforma laboral que está planteando el gobierno, está cediendo a la presión de la patronal y recortando derechos”.

· En 2010, Mendez y Toxo: “si el presupuesto del año próximo es restrictivo habrá un gran conflicto laboral, la reforma laboral no hace falta y es un engaño a todos los ciudadanos”.

· En 2013, o sea, hoy: “urge que el gobierno rectifique su política; cambie de política o cambie de gobierno”.

Con ligeras variaciones en la intensidad de los mensajes o en el verbo grueso, los líderes de Comisiones y UGT, los cinco que han protagonizado los últimos 25 años de acción sindical (Redondo, Gutiérrez, Méndez, Fidalgo y Toxo) han predicado cada primero de mayo contra la política económica o laboral del gobierno de turno.

Sólo en 1997, cuando los dos sindicatos acababan de firmar con la patronal y el gobierno Aznar una reforma laboral que, para no llamarla así, se bautizó como pacto por el empleo, hubieron de hablar Gutiérrez y Méndez no del gobierno, sino de su propia actuación: aquel primero de mayo fueron los líderes sindicales quienes tuvieron que escuchar abucheos, pitos y expresiones ofensivas en boca del sector crítico, aquellos que les acusaban de haberse vendido.

Ese día fueron ellos, amargamente, quienes tuvieron que escuchar lo de “traidores a la clase obrera”. La tradición es la tradición, y el primero de mayo para Méndez y Toxo -como antes lo fue para Redondo y Gutiérrez (que acabó de diputado del PSOE) o para Fidalgo (que llegó a sonar como ministrable de Rajoy)- es una puesta en escena reivindicativa que siempre bascula sobre los mismos pivotes.

Se trata de hacerse valer, de revindicar el papel de los dirigentes sindicales como interlocutores obligados para el gobierno, sea éste del signo que sea. Y se trata sobre todo, en esta última década, de reverdecer (un poco artificialmente) la influencia que en otro tiempo tuvieron los líderes sindicales. En los noventa los gobiernos temían la oposición sindical porque estaba acreditada la capacidad de Comisiones y UGT para ponerlos en apuros, su músculo para mover la calle y hacerse notar en los medios. Para Felipe fue un problema gordo la ruptura con la UGT; para Aznar fue un fracaso tener que entregar la cabeza de un ministro de Trabajo tras el éxito de una huelga general.

Los gobiernos que han venido luego han ido perdiendo miedo escénico en correspondencia con la pérdida de influencia que han ido sufriendo los dos sindicatos mayoritarios. Méndez y Toxo están más habituados a hablar de cómo lo hace el gobierno, o la comisión europea, que a hablar de cómo lo hacen ellos mismos en sus organizaciones. En las ruedas de prensa, en las entrevistas, se extienden sobre las doctrinas económicas, los indicadores y las leyes que aprueban los unos o los otros. Son parcos, por el contrario, cuando se les pregunta por su propia gestión, por el divorcio creciente entre clases medias, autónomos y sector servicios, y los líderes que se autodefinen como representantes de los trabajadores.

Es falso decir que a las convocatorias sindicales no acude nadie porque la de hoy, por ejemplo, en Madrid ha sido numerosa. Muy numerosa si se compara con otras concentraciones que alcanzan un gran eco en los medios -como la plataforma En Pie, o el 15-M, o los escraches-, muy numerosa en comparación con todo eso aunque poco nutrida si se compara con años anteriores, sobre todo los años de gloria en que los sindicatos de clase tenían verdadero tirón en las calles.

Esa pérdida de influencia tendrá, seguro, muchas causas y muy diversas, pero es probable que una de ellas sea la falta de renovación, y de modernidad, en el lenguaje, los discursos y los oradores. Esto de lanzar ultimátums cada semana, “convoque un pacto o convoque elecciones”, esto de afirmar en cada convocatoria que “habrá un antes y un después”, suena hueco porque está hueco: al día siguiente de cada movilización decisiva todo sigue como estaba. Y esta forma de mitinear rompiéndose la garganta, tan de otra época -tan de la época en que no se había inventado la megafonía- va tiñendo los actos sindicales, año tras año, de color sepia. La tradición que no se moderniza termina por parecer viejuna.