El monólogo de Alsina: Él también tiene nombre
Les voy a decir una cosa.
Él también tiene nombre. Como Gilad, como Eyal y como Naftalí. Tiene nombre, tiene padres, tiene familia.
Se llama, o se llamaba, Mohamed Hussein. Dieciséis años. Palestino de Shuafat, en la zona noreste de Jerusalén. Adolescente con cara de niño que ayudaba en casa, salía con sus primos y se hacía selfies con el móvil para compartirlos con sus amigos. Cuando él nació -cuando Gilad y Eyal y Naftalí nacieron- Isaac Rabin ya llevaba varios años muerto, asesinado por un fanático ultra en la misma plaza donde el domingo miles de personas reclamaban aún la libertad de los tres israelíes secuestrados.
Mohamed Hussein nació cuando terminaba el siglo. Seguramente sus padres, como los padres de los tres jóvenes judíos, quisieron creer que para cuando él creciera y formara su propia familia se habría terminado ya el eterno conflicto de Oriente Próximo.
“Aún no sabemos si nuestro Mohamed es un mártir o si sigue vivo”. Mahmud, tío de Mohamed, contaba esta mañana al diario Hararetz que su cuñado, el padre del adolescente, llevaba toda la mañana en la comisaría pero que aún no le confirmaban nada. Para él no había duda de que la confirmación acabaría llegando. En su interior sabía que a su sobrino, recién empezado el día, lo habían matado.
Un primo de Mohamed Hussein, que también se llama Mohamed, lo que ha contado es lo que vieron los testigos. Las cuatro menos cuarto de la madrugada. Su primo iba hacia la mezquita cercana a su casa, en el barrio de Shoafat, cuando un coche que venía en sentido contrario frenó, giró bruscamente y se puso al lado del joven. Se bajaron unos hombres y lo metieron a la fuerza en el coche. Los testigos dicen que eran tres o cuatro judíos los que iban en ese vehículo. Que la gente que estaba en la calle intentó evitarlo pero que el coche, un Hyundai gris, se dió rápidamente a la fuga. Y que una persona grabó en su móvil todo el suceso y entregó ese material a la policía.
El secuestro fue denunciado a las cuatro de la mañana. El jefe de policía, un señor que se llama Parienti, no revela con quién hablaron, a partir de ese momento, sus hombres, pero sí que fuente fiables les llevaron a centrar la búsqueda en una zona deshabitada. Menos de dos horas después se encontró el cadáver. Quemado e irreconocible. “No nos precipitemos a sacar conclusiones”, dijo, al facilitar la noticia, el comisario jefe. “Estamos trabajando en la identificación tan deprisa como nos es posible y ruego comprensión, responsabilidad y paciencia”.
El alcalde de Jerusalén, Nir Barkat, ya había condenado el crimen y prometido encontrar a los culpables. La ministra de Justicia, Tzipi Livni, aún confiaba en que no hubiera sido un crimen cometido bajo la coartada de vengar a los tres israelíes porque -escribió en Facebook- “Israel es un estado de derecho, no una sociedad terrorista”.Abbas, el presidente palestino, reclamó al primer ministro Netanyahu que condenara el secuestro y asesinato con la misma celeridad y la misma contundencia con que él mismo condenó la captura de los tres israelíes. Y Netaniahu, casi a la vez que Abbas le recordaba la condena, exigió a la policía una investigación urgente sobre un crimen, dijo, abominable que nadie tiene derecho ni a cometer ni a intentar justificar.
Aunque se retrasó la comunicación oficial de aquello que todo el mundo sabía --que el joven encontrado muerto en la cuneta era Mohamed Hussein--, los incidentes en Shuafat y Beit Hanina aumentaron y se hicieron más violentos a medida que avanzaba la jornada. Fuerzas de seguridad israelíes de un lado, jóvenes palestinos con piedras y cócteles molotov del otro. Si todo el mundo dio por hecho que al chaval palestino lo habían matado ultras israelíes es porque ya anoche hubo grupitos de fanáticos que salieron a la calle a hacerse notar rompiendo cosas y gritando “venganza”. Noche de altercados en Jerusalén. Pintadas que dicen “muerte a los árabes” y estaciones de tranvía saboteadas por activistas violentos. Gabinete de crisis del gobierno Netaniahu de nuevo hace una hora.
En casa de Mohamed, su madre ha aguardado noticias todo el día, acompañada por familiares y vecinos, fotografiada por Associated Press, el rostro de dolor, la cabeza alta. No hay consuelo para una madre que prepara el entierro de su hijo. Lo saben las tres familias que enterraron a los suyos ayer.
Los Shaar, padres de Gilad, han golpeando la conciencia de las autoridades israelíes por la terrible negligencia cometida la noche del secuestro, cuando su hijo consiguió hacer una llamada al servicio de emergencias que nunca fue tratada como el suceso merecía. “Estuvieron buscando a los chicos en el lugar equivocado: si hubieran analizado el origen de la llamada habrían podido dar con ellos mucho antes”. La madre sabe que no fue la negligencia de ese operador lo que mató a su hijo, pero no alcanza a entender que cuando esa llamada le fue revelada a los padres, hace muchos días, les dieran una explicación opuesta a la que les dan ahora. “Entonces nos dijeron que los disparos que se escuchaban eran de fogueo y que la exclamación que se le escucha a mi hijo era porque le estarían golpeando, no porque lo estuvieran matando”.
Por mucho que el asesinato de tres adolescentes haya golpeado el corazón de todo el país, nadie lo está sufriendo más que los padres que ayer tuvieron que enterrar a sus hijos. Esto es lo que dijo hoy, al conocer del hallazgo del cuerpo de un joven palestino, Yisahi, tio de Naftalí Frenkel, en nombre de toda su familia: “Consternados por este crimen atroz, declaramos que no hay diferencia entre la sangre y la sangre, un asesinato es un asesinato, sea cual sea la nacionalidad de la víctima y sea cual sea su edad, sin justificación, sin reparación y sin posible perdón”.