El monólogo de Alsina: “Son los españoles los que deciden lo que quieren”
Les voy a decir una cosa.
"Son los españoles los que deciden lo que quieren". Gran verdad la que dijo esta mañana el presidente del gobierno, entrevistado por Carlos Herrera. Son los españoles los que ejerciendo su derecho a decidir —que diría Artur Mas— meten en la urna la papeleta (es verdad que con listas cerrada) del partido al que encomiendan representarles.
Como este año van a ser unas cuantas las urnas, empezando por Andalucía este domingo, como hay nuevos aspirantes en la carrera y como el clima social ha cambiado bastante desde la última vez, hace bien el presidente —y hace bien el resto de dirigentes políticos— en empezar por ahí, en tener presente que aquí quien decide lo que hace con su voto es…el votante. Votante al que uno puede intentar convencer o asustar; seducir o sermonear. Al que cabe intentar persuadir de que la opción política que uno lidera es la buena, la mejor inversión electoral que está al alcance de la urna, o cabe intentar persuadir de que es la menos mala, el mal menor dentro de un abanico de grises.
A Aznar esta segunda opción le horripila: aún resuenan en el Palacio Municipal de Congresos de Madrid los ecos del sermón que le encasquetó a la plana mayor de su partido, prendida la zarza y mostrando las tablas de la ley. “Tenemos que ser los mejores”, les dijo Aznar, “no los menos malos. No se trata de apelar al miedo porque nosotros nunca hemos apelado al miedo”. Esta segunda parte tal no vez no sea rigurosa desde el punto de vista histórico porque no hay partido que estando en el gobierno no haya jugado a alimentar el canguelo presentando el cambio de signo político como un salto al vacío, tal como no hay partido que aspirando a reemplazar a quien hoy gobierna no alimente la ilusión de lo pronto que desaparecerán todos nuestros problemas si el poder cambia de color político.
El que gobierna se presenta a las elecciones combinando estas dos ideas: he gobernado bien, para las circunstancias que me han tocado, y cambiar por cambiar, oiga, es tontería. Te llames Susana, te llames Rajoy, acabas recurriendo a esta misma carta que dice: con mis aciertos y mis errores, yo soy la estabilidad. El resto es incertidumbre. Inquietante incertidumbre. Lo está usando Susana en Andalucía para instar a los votantes a no hacer experimentos podémicos y lo está usando Rajoy en la never ending campaña de 2015 para alertar a los votantes contra ventoleras ciudadánicas.
Los populares han identificado en Albert Rivera —no en Podemos, no en el PSOE de Sánchez— a su principal competidor por los votos que el PP obtuvo en 2011. ¿Significa esto que ningún votante PP de 2011 va a votar a Pablo Iglesias, al PSOE de Sánchez, a UPYD, a (esto ya es rizar el rizo, pero quién sabe) Alberto Garzón? Pues no, claro. Si los partidos cambian de criterio, no van a poder cambiar los votantes. Pero las encuestas (ay las encuestas) que maneja el PP dicen que quien mejor está conectando con su votante de 2011 es Ciudadanos. “No atendáis a las falsas promesas de quienes no tienen experiencia de gobierno”, les dijo ayer Rajoy a sus militantes más cafeteros en un mitin en Granada. Hoy, en tono más pausado y en Onda Cero, lo repitió en otros términos: “Mi obligación es alertar de que la estabilidad no la dan proyectos políticos que en tres meses parecen que es algo importantísimo y tres meses después dejan de serlo”. De nuevo pensando el presidente más en Ciudadanos que en Podemos. Que el año esté colmado de urnas tiene un efecto históricamente comprobado, y es que presidentes autonómicos, ministros, presidentes de gobierno, sienten de pronto el deseo de dejarse ver en los medios. Pasan de no dar entrevistas a no dejar ni un sólo día de darlas.
¿Cómo estuvo hoy Rajoy? Se aprecia siempre en sus conversaciones largas que hay dos asuntos en los que se siente cómodo porque entiende que los hechos le han dado la razón. Uno es la situación económica, sin duda la parte de su discurso que maneja con más soltura. Sus ideas fuerza en este campo son: le hemos dado la vuelta a la situación sin pedir el rescate financiero, ahora la tendencia es positiva pero se arruinaría caso de que cambie el gobierno. Dado que es cierto que, hace dos años, con la prima en seiscientos y pico puntos, fueron muchos los economistas y los comentaristas (algunos muy próximos al gobierno) que abogaron por que se pidiera el rescate, es muy legítimo que el presidente se atribuya el mérito de no haberlo pedido. Suya fue la decisión y suyo el derecho a rentabilizarla.
El otro asunto es Cataluña, no porque haya desaparecido el proceso soberanista que lidera Artur Mas, o porque sólo llegara a celebrarse un referéndum en formato cartón, sino porque percibe que, cinco meses después de la consulta ficticia, el souflé decae. No sería la primera vez que el proceso, en apariencia, emite para volver a emerger con más amplitud y vehemencia (veremos qué pasa la próxima diada) pero constata el presidente que los medios le dedicamos ahora muchos menos minutos a Cataluña y concluye que ésa es la prueba de que el patio se ha ido serenando.
En estas dos cuestiones, la economía y Cataluña, a Rajoy se le ve entrenado en su discurso y desenvuelto. No así, y aquí es donde se le vio esta mañana en dificultades, cuando se le pregunta por la doctrina de su partido sobre los imputados y por las razones de que no quiera ver al frente del PP madrileño a Esperanza Aguirre. A la pregunta de si deben ir imputados en las listas electorales respondió el presidente con la palabra que define exactamente su postura: depende. “Depende”, dijo, “porque hay imputaciones e imputaciones”. En su esfuerzo por convertir en criterio asentado lo que son decisiones volubles, mantiene el PP que debe examinarse cuál es el motivo de imputación y cuál es su base, hasta el punto de concluir esta mañana Rajoy que excluir, por sistema, a los imputados de las candidaturas es cometer una injusticia. El problema es que justo eso, sacar los imputados de las listas, es lo que predica en Valencia, por ejemplo, Alberto Fabra, o lo que reclama en Andalucía al PSOE Juanma Moreno. Si excluir de la política a una persona sólo por haber sido imputada es una injusticia tremenda, qué hace el PP exigiendo la renuncia al escaño de Chaves y Griñán, sólo por haber sido imputados.
Tiene razón el presidente del gobierno cuando dice que es llevar las cosas al extremo esto de prescindir de las personas sólo porque haya sospechas sobre ellas, ni juicio ni condena. Le habrá dado la razón, por ejemplo, el presidente de la Diputacion de Leon del que prescindieron ipso facto por haber sido detenido, sin esperar siquiera a que se le imputara algo. En realidad, y en este asunto de los imputados, sigue sin haber más criterio que el que ha habido siempre, depende, en efecto, pero no de la imputación sino de quién sea el imputado. No es el caso, sino el nombre y el cargo. Si eres un segundón, date por amortizado. Si eres Imbroda, date por candidato.
La menos convincente de sus respuestas fue la que dio el presidente sobre Esperanza Aguirre y por qué debe dejar la presidencia del partido en Madrid. El argumento que eligió Rajoy fue el de la compatibilidad de cargos: “lo razonable”, dijo, “es que el alcalde se dedique a la alcaldía, el presidente autonómico a gobernar y que haya un presidente de partido que lleve el partido”. Es un modelo, claro, salvo que, como sabe todo el PP, eso no pasa en ningún sitio. Si se hubiera parado al decir que el alcalde, o alcaldesa, se dedique a sólo a la alcaldía habría servido, pero añadió esto de que el presidente autonómico también se dedique sólo a lo suyo.
Dejando con la mosca tras la oreja no sólo a todos los presidentes autonómicos que lo son, a la vez, del partido, sino, sobre todo, a Cospedal, que es presidenta autonómica, presidenta del PP castellano manchego y secretaria general del partido. Compatibiliza con holgura. Cuando Herrera le hizo ver esta contradicción (no in términis sino en doloris) improvisó el presidente un porque yo lo valgo. “A situaciones distintas”, dijo, “soluciones diferentes”. Que significa, como ocurre con los imputados, que no hay, en realidad, un criterio. En esto también “depende”. Depende de cómo se llame el afectado.