No hay dinero y son lentejas
Les voy a decir una cosa.
Cualquier parecido entre Pedro Morenés y José Bono era, hasta hoy, pura coincidencia.
El señor Morenés es un ministro. De los de ahora. Conviene empezar por ahí porque, según el CIS, hay un setenta por ciento de españoles que no tienen ni peregrina idea de quién es el ministro de Defensa, el hombre invisible del gabinete. Sólo en esto se parecía, hasta hoy, al popularísimo (y amante de los focos) José Bono, en que ambos han dirigido ese departamento. Desde hoy se parecen en otra cosa: ambos han tenido que hablar bien de Hugo Chávez, el peculiar (y egocéntrico) presidente de Venezuela, uno de los mayores demagogos del planeta.
Si Bono ha tenido noticia de que hoy Morenés se refirió a Chávez como “un gran amigo nuestro” al explicar lo satisfecho que está el gobierno Rajoy de poder seguir vendiéndole equipamiento militar a Venezuela habrá recordado, con media sonrisa, el episodio que él mismo protagonizó en noviembre de 2005, cuando viajó a Caracas a retratarse con el amigo Hugo en la firma del contrato por el que España, a través de la empresa pública Navantia, vendía a Venezuela aviones y fragatas. Bono se encargaría luego de contar que a él le resultó muy incómoda aquella misión y aquella foto, pero que era Zapatero el que mandaba y el que estaba empeñado en llevarse bien con el caudillo venezolano. Porque en aquel tiempo, cuando aún la crisis económica no lo había eclipsado todo, la política exterior del gobierno era motivo de enorme controversia política y argumento diario de la oposición, que llegó a calificar aquella venta de material militar a Chávez como “error monstruoso” e “irresponsabilidad absoluta”.
En respuesta dijo el gobierno de entonces esto mismo que hoy dijo Morenés: que el gobierno venezolano es amigo de España y que tenerlo de cliente de nuestra industria militar es muy beneficioso porque garantiza ingresos y puestos de trabajo. Cuanto más le vendamos, mejor, ha sugerido el ministro de Defensa, que confirma que ahora mismo hay una delegación de Navantia en Caracas tratando de colocarle más cosas a este fan declarado de Fidel Castro. En 2005, cuando teníamos superávit y Rajoy estaba en la oposición, aún se podía permitir el PP atizar al gobierno por andar en tratos con el venezolano, pero ahora, que tenemos un déficit del 9% y Rajoy gobierna, cualquier pedido que reciban las empresas públicas será bien recibido, venga de Chávez o venga del mismísimo diablo.
No estamos para elegir, dice el gobierno. O como diría Montoro: “no es muy difícil de entender”. El ministro de Hacienda pronunció una de las frases más sonadas de la sesión de control al gobierno de esta mañana: “O aumenta la recaudación, o peligra la nómina de los funcionarios”. “Su sueldo sale de los impuestos -dijo el ministro- no es muy difícil de entender”. Hombre, que el salario de los funcionarios, como el resto de los gastos de las administraciones públicas, dependen de los ingresos que éstas consiguen es fácil de entender, en efecto. Igual lo que resulta más difícil es entender cómo Montoro ha pasado de descartar la subida del IVA porque no iba a ser necesaria (ya habíamos subido el IRPF) y porque estábamos cumpliendo religiosamente con el calendario de recorte del déficit público, a proclamar ahora que peligra la nómina de los funcionarios y que por eso, entre otras cosas, hay que subir los impuestos.
Hoy el gobierno recupera aquella frase que pronunció Rajoy en Bogotá a mediados de abril, la semana que se anunció la subida de las tasas universitarias y el aumento del copago farmacéutico: una frase breve, tres palabras: “no hay dinero”. Entonces se dijo que no había dinero para pagar los servicios públicos y ahora se dice que, al paso que vamos, no hay dinero ni para pagar las nóminas. Fue después de aquel recorte cuando Rajoy dijo que ya no podíamos recortar más y que le tocaba mover ficha a Europa. Y Europa lo que debió de pensar es que sí, que sí podíamos recortar más, porque al final nos ha obligado a tomar todas esas otras decisiones que no queríamos.
Montoro puede decir que sube impuestos para pagar, entre otras cosas, las nóminas, pero lo cierto es que los sube porque la Unión Europea ha tomado el control de nuestra política económica al comprobar que tampoco este año cumpliremos con los objetivo que nos habían marcado y encima necesitamos cien millones de euros para sanear bancos. Así las cosas, los debates parlamentarios están condenados a la melancolía, porque no están presentes protagonistas tan principales de todo lo que está pasando como Almunia, Durao Barroso, Oli Rehn, Angela Merkel, Draghi, Juncker, Katainen (que es el finlandés). Es con todos ellos con quienes habría que debatir algunos de los aspectos principales de nuestra situación económica: sería muy ilustrativo ver a Rajoy discutir con Draghi por qué el Banco Central pasa olímpicamente de nosotros, o discutir con el finlandés si realmente necesita tantas garantías para decidirse a prestarnos la viruta.
En ausencia de estos señores (y señora) tan principales, nuestros debates del Congreso son un sí pero no, un discutamos cómo de amargas son todas las medidas que se toman sin mencionar en ningún momento que la autoría intelectual de las mismas viene de fuera y por qué viene. La segunda frase sonada de la mañana no fue de Montoro sino de Rajoy, en respuesta a una intervención de Rubalcaba. Dijo el presidente: si tengo que reducir el déficit y me critica usted por subir impuestos y recortar gasto, ya me dirá cómo lo hago. En esto tiene algo de razón el presidente. Para recortar el déficit, o ingresas más, o gastas menos o las dos cosas a la vez, es obvio. Y es verdad que hay distintas opciones entre las que un gobierno elige, pero los grupos de la oposición, si quieren presentarse como gente seria, han de ir más allá del mero rechazo a lo que el gobierno decide.
Tienen que ser capaces de plantear una cuenta alternativa a la de Rajoy, pero que salga. Bueno, de entrada han de tomar postura respecto de una cuestión muy simple: ¿ellos acatarían las instrucciones de la comisión europea, o no? Si la Unión Europea nos dice que subamos el IVA y bajemos el salario a los funcionarios, ¿lo harían o se declararían insumisos? Esto es lo primero sobre lo que deben fijar criterio. Si Rubalcaba gobernara, ¿tragaría con lo que viene de Bruselas o le haría una peineta a su colega Almunia? Y en segundo lugar, si tenemos que recortar en lo que queda de año otros 15.000 millones de euros, y dado que no comparten las medidas que ha elegido el gobierno para conseguirlo, ¿ellos cómo lo harían?
El PSOE tiene dicho, por ejemplo, que ellos pondrían un impuesto a las grandes fortunas, que es una opción, una posible fórmula para aumentar ingresos. Pero, a estas alturas de la película, ya habría que precisar un poco más: qué entiende por gran fortuna, qué tipo fiscal se le aplicaría y cuánto estima que recaudaría con esa medida. Para poder ir haciendo las cuentas a ver si salen. En el capítulo de gastos, lo mismo. El PSOE dice: reduzcamos en Defensa, por ejemplo. De acuerdo, pero cuánto. Cuánto y de dónde. Para ver, después de meter esa tijera, cuánto gasto nos queda todavía por recortar y por dónde seguimos.
Esto es como un viaje que tenemos que hacer: partiendo de donde estamos, casi un 9 % de déficit público, hemos de llegar al 6,3 % a final de año (que no parece que vayamos a poder, pero bueno). La meta la conocemos. El punto de partida, también. Ahora cada cual puede plantear el camino que le parezca más adecuado o menos asfixiante. Unos dirán que vayamos por esta carretera, que es más directa aunque con más subida, y otros que elijamos carreteras secundarias que son más suaves aunque dén más vuelta, pero al final los distintos caminos que se propongan tienen que servir para llegar al destino. Porque si no, ya me dirán. Mira que a gusto se va por esta carretera; ya, pero no llega al destino elegido.
Esto es un poco lo que le pasa a Cayo Lara, que critica el recorte de gasto sea el que sea y lo haga quien lo haga. Pero es que Cayo Lara lo tiene fácil, porque su punto de partida es que ni hay que cumplir con lo del déficit, ni hay que atender a las instrucciones de Bruselas, ni hay que prestarle la menor atención a los mercados financieros. La meta ésta del 6,3 % de déficit en 2012 no va con él, y con ese planteamiento, hacer política es más fácil. Ni siquiera te tienes que preocupar de explicar de dónde sacarías el dinero prestado que seguimos necesitando para pagar las deudas contraídas.
Tus socios europeos no te lo van a prestar y los inversores internacionales tampoco, pero a ti te da igual porque lo vas a sacar, ¿de dónde? Mañana se debate en el Congreso el último decreto de recortes (“último” porque es el más reciente, no porque no vaya a haber más). El gobierno ya sabemos lo que va a decir: no hay dinero y son lentejas. Es la oposición la que tiene mañana una oportunidad magnífica para probar que ella sabe cómo cumplir con el déficit este año pero llegando por un camino diferente, y menos doloroso, al que ha elegido el gobierno. Mañana vemos.