Sin comentarios, por tanto, hoy
Les voy a decir una cosa.
Es una pena que se haya desmentido que el Papa Francisco haya hecho un exorcismo en plena plaza de San Pedro -posando sus manos sobre un hombre poseído y ordenando a Satanás que saliera de allí ipso facto- porque dada la buena sintonía que mantiene Rajoy con el sucesor de Ratzinger le podría haber pedido que le adiestrara.
“De sucesor a sucesor, Francisco, cómo se hace para exorcizar a un ex presidente de gobierno”. Anoche, después del “tiro al plato” que se marcó Aznar -desinhibido y con apariencia de querer ajustar cuentas- nos preguntábamos en la tertulia por cuál de las dos opciones que tenía sobre la mesa se decantaría el hoy presidente del gobierno y del PP, o sea, Rajoy. Opción a, hacer un gesto de autoridad que recuerde a todos los populares que el líder ahora es él, el aznarato ya pasó; opción b, ninguneo. ¿Que Aznar ha dicho qué? Que diga misa. No hay mayor desprecio, ¿cómo es eso?, que no darse por enterado.
Con buen criterio los oyentes os inclinasteis mayoritariamente por la “b”: Rajoy, que nada tiene que ganar (ésa es la verdad) en un enfrentamiento directo, público, con el hombre que primero le ungió y ahora le repudia, ha optado -al menos hasta ahora- por una silenciosa peineta: por este oído me entra y por éste me sale. Si te molesta, tira de ésta. Cinco veces le han preguntado en la rueda de prensa de esta tarde en Bruselas y las cuatro ha dicho que él no comenta lo que digan ex presidentes. Y lo decía tan sonriente, tan de “me fumo un puro”, que por un momento pareció que iba a contar que, en lugar de ver Antena3, anoche prefirió poner la Sexta. Sin comentarios, por tanto, hoy. Porque la vida sigue, claro, y ocasión tendremos todos de ver si el desquite, como la venganza, se sirve en frío. Quienes se habían abonado a la tesis ésa de que Aznar sigue mandando en el PP, que pierdan la esperanza de que Rajoy, justo ahora, vaya a bajar los impuestos. Justo ahora es cuando ni se le va a pasar por la cabeza hacerlo.
Hoy se ha producido la interesante circunstancia de ver cómo algunos dirigentes socialistas parecían aznaristas (estaba pletórica Soraya Rodríguez en el Congreso citando a Aznar como fuente de autoridad: ¿ve cómo tenemos razón, que hasta Aznar dice lo mismo que nosotros?) mientras que algunos dirigentes del PP fingían que el aznarismo se extinguió allá por el cuaternario. Casi todos los dirigentes en activo de ese partido a los que hoy tuvieron ocasión de preguntarles los periodistas o se hicieron los locos, o evitaron pronunciarse en serio sobre el asunto o se limitaron a cerrar filas con la dirección actual y el gobierno Rajoy.
Digo “casi” porque hubo dos excepciones, una por su dureza en la respuesta al ex presidente, otra por todo lo contrario, que se han ganado hoy un subrayado. Primero, Montoro, que si Aznar estuvo desinhibido él no se iba a quedar atrás. Uno de los misilazos que el ex presidente le disparó anoche llevaba grabado su nombre: “Hay que bajar impuestos ahora y puede hacer, aunque algunos que participaron en la bajada del 98 parece que ahora lo dudan”. Esto era un “Ay, Cristóbal, con lo que tú has sido”. El ministro de Hacienda dio respuesta esta mañana: “Ya me gustaría a mí bajar impuestos, pero no se puede. Las añoranzas melancólicas, para otro día”. Añorante melancólico ve el señor Montoro a su jefe de otros tiempos. Tal como su jefe ve al actual gobierno escasito de ideas y lánguido.
La segunda excepción, ésta por lo contario (lo aznarista que sonó), fue la de Ignacio González, barón regional en ejercicio, pendiente aún de saber si será candidato en 2015, que hoy arriesgó: no sólo dijo que Aznar es el mejor presidente del gobierno que ha habido -que lo sepas, Mariano- sino que consideró las reflexiones del ex presidente “enormemente interesantes”. En el subtexto se leía: qué narices, a mí me han gustado. Dices: bueno, sólo es Ignacio González, nunca se entendió bien con Rajoy, es hijo de Esperanza, el PP madrileño nunca ha sido marianista. Cierto todo, pero es un presidente autonómico de una comunidad que vota abrumadoramente al PP. No es, por tanto, cierto esto que se está diciendo hoy de que “nadie” desea el regreso de Aznar. Escuchando a Ignacio González, igual hay por lo menos uno. Uno más una ya salen dos.
¿Tiene razones Rajoy para sentir su trono amenazado? No parece, ¿no? Salta a la vista que el tirón de Aznar no es el que fue ni siquiera en el PP (esto ya empezó a percibirse en el congreso de Valencia de 2008, cuando se personó allí a pecho descubierto y no arrancó las ovaciones que él esperaba), pero no siendo ya lo que fue, tampoco cabe negar que hay un sector de ese partido que añora no tanto su bigote como su estilo aquel de liderazgo tan de “vamos a hacer historia”, “seguidme que lo que digo yo va a misa” (y que rabie el PSOE y el grupo Prisa). Si Aznar le disputara hoy el liderazgo del partido a Rajoy -hipótesis muuuy hipotética- no partiría como favorito.
Pero lo que sí puede es espolear a otros decepcionados, disgustados, insatisfechos del PP para que empiecen a manifestarlo abiertamente. Porque haberlos, naturalmente que los hay. Una cosa es que la mayoría del partido no quiera ni oír hablar del retonno y otra que no comparta buena parte del diagnóstico que anoche hizo (bueno, “hizo”, “sacudió”) el ex presidente del gobierno. Empezando por lo del castigo a las clases medias y siguiendo por lo de la ausencia de un proyecto político digno de ser llamado así. Esto no se lo ha inventado Aznar, y por supuesto no es original en el planteamiento. Es algo que se escucha hace meses puertas adentro de los despachos y en los reservados de los restaurantes donde se citan los dirigentes del PP, el mismo lamento: nuestro único proyecto político es cumplir el déficit; y nuestra única herramienta, sacarle cada vez más cuartos a los contribuyentes.
Mientras no haya corriente crítica digna de ser considerada corriente, que gane apoyos en detrimento del sector oficial (que hoy tiene el 90 % de los cargos), mientras no se abran fisuras con vocación de grieta en el grupo parlamentario que sostiene al gobierno, es verdad que Rajoy no tiene nada que temer. Pero que Aznar no sea una amenaza para su estabilidad presente no significa que lo de anoche sea irrelevante para la salud política del actual presidente. Es, como poco, un engorro. Y, en el peor de los casos para él, el comienzo de una lluvia fina que pondrá a prueba su condición de impermeable.
Ahora, también puede beneficiarle. Hay mucha gente, sobre todo fuera del PP, que no soporta a Aznar. Y quién sabe si al ver a Rajoy acosado, mordido por el ex presidente, sentirán, de pronto, sientan una empatía inesperada con él. Igual hasta su índice de popularidad hasta mejora. Entretanto, los ministros de Rajoy seguirán cantándole a Aznar, a coro, el anuncio del Almendro, pero al revés: “No vuelvas, a casa no vuelvas, que no te esperábamos”.