opinión

Monólogo de Alsina: "Ahora ayudamos y nos dejamos ayudar y se interesan por nosotros personas a las que nunca creímos que pudiéramos interesar"

Diario de la pandemia. Nueve de abril. Ya queda un día menos para dejar todo esto atrás.

Carlos Alsina

Madrid | 09.04.2020 08:18

· Jueves Santo. Jueves Santo en un país irreal. De un mundo irreconocible.

· En Good Bye Lenin, la película, una mujer despierta del coma en la Alemania del Este sin saber que ha caído el muro de Berlín. El país ha cambiado tanto que su hijo intenta ocultárselo para que no le dé otro jamacuco.

· He imaginado cómo sería despertar en la España de hoy sin saber nada de lo que ha pasado. O cómo sería si te hubieras ido de viaje antes de que aquí nos confinaran a todos, antes de que volviéramos locos con la harina, la levadura, el papel higiénico y los guantes de goma. Y hoy, por ejemplo, regresas y, ¿qué piensas? María Jesús no tiene que imaginárselo porque justo eso lo que le ha pasado. En febrero cumplió años y se hizo un auto regalo: un billete de avión para Australia. Tiene al hijo viviendo allí y se dijo: 'éste es el momento de visitarle'. Salió de España el 14 de marzo, víspera de que nos confinaran. Regresó anteayer después de 52 horas de viaje. Ha pasado por los aeropuertos vacíos de Sidney, Doha, París y Madrid. De Barajas a Asturias ha ido en su coche, por una autovía desierta, ella que sólo tiene dos años de carné y que nunca había hecho un viaje tan largo y sola. Las picaduras de mosquitos que se había traído de Australia le incomodaban bastante. Al llegar a casa fue a la farmacia y se encontró con una fila de personas separadas entre sí. 'Primera señal', me cuenta, 'de que había llegado a una España diferente'. Luego fue a la frutería y vio un cartel: 'Si cree tener Covid no entre'. Empleadas con mascarilla y guantes que la miran, y como viene pálida por el viaje, comentan algo entre ellas, puede que sospechando. Luego cuelga la ropa en el patio de casa y oye a un viejo suspirar: 'Qué día tan bonito', dice. Y es como si dijera 'qué día tan bonito me voy a perder porque no se me permite salir de casa'.

· Bienvenida, María Jesús, a la España del confinamiento, las colas espaciadas, los analistas de curvas, los aplausos, los médicos agotados, los discursos interminables y los féretros acumulados en las morgues. Todo eso constituye hoy España. Y el miedo. Al virus, al hundimiento económico y a quedarse en el paro. Hay debate parlamentario a las nueve en el Congreso. Ignoro si al común de los españoles le interesa el debate tanto como a los periodistas o bastante menos. Ignoro cuántos españoles ya se han cansado de escucharles decir todos los días las mismas cosas. E ignoro a cuántos españoles les importan nuestras polémicas sobre qué es y qué no es periodismo. Cuánto les interesan nuestros ombligos.

· Bienvenida, María Jesús, a la España de las vidas cambiadas y de vidas truncadas. Vidas descolocadas y vidas (catorce mil o más) terminadas.

· Vidas cambiadas: Carmen, por ejemplo. Ha cambiado las papillas y las sillitas por los purés y las sillas de ruedas. Y los pañales pequeños por los pañales de gran tamaño. Carmen es médica. (He aprendido a decir médica, porque antes me salía decir médico y una oyente me dio una colleja, ahora ya no me equivoco). Bueno, Carmen es médica. Médica reconvertida, como tantos colegas suyos estos días. Ella es gastroenterolopediatra, o sea, aparato digestivo en versión criaturas pequeñajas. Pero ahora ha sido reclutada para un equipo Covid, que es como un comando de operaciones especiales pero de médicos. Lo forman internistas, cirujanos, enfermeras, auxiliares, limpiadores de hospital. Pero se hacen llamar los corono virólogos. Se han puesto nombre de serie de televisión rara, ¿verdad? Los corono virólogos. Y ahí está Carmen al rescate diario de los abuelos que comen puré, se mueven (poco) en silla de ruedas y usan fármacos en gotas. Como dice ella, con la edad todos volvemos a la niñez, necesitamos que alguien esté pendiente de nosotros y que nos diga que las cosas van a ir bien.

· Ah, la doctora corono virologa me cuenta que escuchando la radio el otro día supo que una de sus pacientes de antes, de los bajitos, evoluciona bien con su nuevo corazón. La paciente (o pacienta, no sé) se llama Chloe, e igual te acuerdas de ella porque le quitaron el corazón averiado que tenía y se lo reemplazaron por uno que va como un reloj cuando ya estábamos con la cuarentena declarada y el estado de alarma y todo eso. La primera niña trasplantada en un país alarmado.

· A Óscar, a Raquel y a Chus les he puesto cara a la vez que sus pacientes del Hotel Auditorium de Madrid. Los tres son celadores de hotel, que es un oficio nuevo que ha surgido en estos días extraños en que hay hospitales que han crecido dentro de los hoteles. Los celadores de este hotel, como los médicos y las enfermeras, se han grabado un vídeo en el que se quitan las mascarillas y se lo han puesto a los pacientes en las habitaciones.

El vídeo me lo ha pasado Alfonso, que es hermano del doctor Hermoso. Javier Hermoso Iglesias. Es a él a quien se le ocurrió desenmascararse en un vídeo porque los pacientes se lamentan de no poder reconocerles si dentro de tres meses, por ejemplo, se los encuentran en el supermercado comprando geles de baño. Al comienzo del vídeo sale el doctor Hermoso, que habla tan suave tan suave que casi no se le oye, explicando que es un vídeo de agradecimiento a los pacientes porque reciben de ellos mucho más de lo que les pueden dar.

· Me ha escrito un inútil. Miguel. Bueno, perdóname Miguel. No es que sea inútil, es que a ratos se siente inútil porque comparado con los voluntarios de Cruz Roja, o los conductores de ambulancias, o con los agricultores que andan buscándose la vida para que no se pierdan las cosechas, él se mira a sí mismo y dice: sirvo para poco. (No te apures, Miguel, yo creo que esto nos está pasando a casi todos). 'Lo único que se me ha ocurrido', me dice, 'es arengar a las tropas de mi comunidad de vecinos', me dice, 'así que al patio salgo a las ocho, aplaudo, hago el payaso con los niños, me aseguro de que Manolo, que tiene 83 años, esté bien y echo un rato con Pepita, que tiene 93 y necesita palique como agua de mayo'. Miguel tiene 34 años y una abuela de 96, tres más que Pepita, en una residencia en la que anteayer detectaron el primer contagio. 'No sé si los gobiernos han abandonado a los mayores', termina, 'pero las cuidadoras de las residencias estoy seguro de que no'.

· Le dije a Rafa Latorre ayer por la tarde que según vaya pasando el tiempo iremos asumiendo que lo más sangrante que ha pasado estas semanas es lo de las residencias. Ancianos fallecidos, cayendo en la soledad de sus habitaciones, sin médicos que los asistieran, sin traslados a los hospitales, con los cuidadores desbordados, asustados, espantados. Rafa cree que hay otro goteo que está pasando inadvertido: el de ancianos que fallecen solos en los pisos que habitan desde hace años, también solos. Tiene razón. Casas en las que nadie ha entrado, puertas en las que nadie deja la bolsa de la compra, pisos sin balcones a los que asomarse y con ventanas pequeñas en las que nadie va a reparar. Los bomberos que fuerzan las puertas van rellenando esta otra lista que tampoco forma parte de la estadística oficial.

· Cada vez hay más personas que estos días me cuentan, casi como liberándose de una carga, que su estado de ánimo ha cambiado. Javier es una de ellas. Ya no comparte memes o vídeos de broma, los aplausos de las ocho ya no le llenan como antes. Le cuesta entonar el Facciamo. Cuando el coronavirus te golpea directamente, cuando conoces el nombre, y la vida que tuvo, una de estas 14.000 personas, tu relación con la pandemia cambia. Javier perdió el sábado pasado a Alicia. La perdió él y la perdieron todos sus compañeros del hospital de La Paz. De la maternidad de La Paz, que fue su segunda casa. Esto es lo que me cuenta él: 'Alicia fue enfermera de neonatología, más de cuarenta años entregada a velar por las vidas de recién nacidos. Ahora estaba disfrutando de su jubilación con enorme vitalidad. Se fue el sábado en el mismo hospital donde tantas vidas preservó. Sus compañeros, que la adoraban, no pudieron hacer más. Cuesta no darle vueltas a la pregunta de si no esperó demasiado a ir a Urgencias, tan generosa ella y no queriendo saturar el servicio sin necesidad'. Tiene razón Javier: cuando dejan de ser números para ser vidas truncadas cuesta más entonar el Facciamo y cualquier otra canción. No hay que obligarse a cantar cuando uno lo que necesita es llorar.

· A mí me ha hecho pensar que si Alicia estuvo cuarenta años en la Maternidad e La Paz, muchos de los oímos ahora mismo este programa nos debimos de cruzar con ella en algún momento, muchos llegarían quizá a hablar con ella, a preguntarle sobre el bebé recién llegado a la familia. Madres que hoy pueden tener hijos de veinte años o de cuarenta. Y quiero pensar que recordarla hoy es una forma de esto que propone Javier, recobrar fuerzas para seguir cantando (o volver a cantar alguna vez) los himnos que ahora se nos resistan.

· Hay veinticinco mil funcionarios trabajando en las prisiones de nuestro país. En las cárceles también hay médicos y enfermeros. Me lo recuerda una oyente que forma parte de ese colectivo y que me ha enviado esta nota para hablarme de una compañera suya.

Anoto que estos días estamos viendo llorar a personas que no lloraban casi nunca. Lo que contaba Isabel de su madre: oírle, por primera vez, decir 'os quiero'. Estamos viendo ayudar en el barrio a personas que no habían tenido que ayudar, ni dejarse ayudar, nunca. Estamos viendo interesarse por nosotros a personas a las que nunca creímos que pudiéramos interesar. Nuestra oyente enfermera de prisiones tuvo un día difícil y se ausentó una tarde del balcón a la hora de los aplausos. Y al día siguiente tuvo que tranquilizar al vecindario preocupado.

Te cuidan.

· A Bruno le cantaron ayer cumpleaños feliz sin que él se lo esperara. Fue culpa de una vecina. Bueno, fue culpa de su madre. La vecina de balcón le dice a la madre: pues fíjate que el domingo cumple años mi marido. La madre le responde: pues Bruno los cumple hoy. Y ahí saca la vecina toda la potencia pulmonar que dios le ha dado y le grita al vecindario: '¡Hay un cumpleaños! Y medio barrio canta cumpleaños feliz. Me dice la madre: fue muy emocionante. Y yo me imagino a Bruno, quince años recién cumplidos, dirigiéndose a todos los balcones de la calle: 'Queridos conciudadanos, cuando esto pase estáis todos invitados a tarta en casa'.

· La Antonia más famosa de España es la esposa de Fidel. A él lo grabaron hablándole a ella, por videoconferencia, gracias a dos enfermeras que le llevaron el iPad a la cama. Ella se había vestido de rosa esperando a escuchar la voz de él.

Te quiero más que a mi vida.

· Quiero enviar un saludo a Melchor. De Armilla, Granada. Nombre completo: José Melchor Perelló Lavilla. Apasionado de la música. Natural de Buñol, clarinetista y director de la banda de música San Isidro. Por si acaso Melchor nos está escuchando, desde la cama del hospital en la que pasa el trago éste del coronavirus, que sepa que la banda entera está deseando que vuelva a usted a reñirles porque se despistan con alguna nota. Que dice José Manuel que a ver qué le parece a usted, Melchor, esto que le ha salido a la guitarra.

· Gracias, José Manuel. Y cuidado con la Escuela Municipal de Música Maestro Tomás Ureña de Puente Genil, Córdoba. Que ha grabado (en conexión con la casa de cada uno de sus miembros) esta versión española del Facciamo.

Se ha hecho un vídeo y todo que parecen 'Viva la gente'. Todo va a salir bien. Que lo sepa la niña que sigue pidiendo ayuda para ir al parque.

Todos queremos ir al parque. En cuanto los reabran, y nos dejen, nos vamos todos contigo. Y con la escuela de música de Puente Genil y la banda de Armilla a montar un concierto al aire libre. Facciamo, finta, che.

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