El monólogo de Alsina: Veinte tipos arruinaron la vida de cientos de familias y sacudieron un país
Les voy a decir una cosa.
No siempre un misterio y un secreto son la misma cosa.
Carlos Alsina | @carlos__alsina
ondacero.es | 10.03.2014 20:19
Misterio es lo del avión malasio desaparecido en pleno vuelo; en algún punto entre Malasia y Vietnam, con doscientas cuarenta personas dentro y sin que conste ni señal de alarma emitida por los pilotos, ni testigo que viera nada, ni satélite que captara indicio alguno de que el avión explotara, no se sabe cómo ni en qué momento exacto del recorrido el avión dejó de estar ahí. “Pudo ser cualquier cosa”, dice la compañía aérea, que es lo que se dice cuando uno no es capaz de ofrecer información cierta: “pudo ser un fallo del aparato, o un intento de secuestro, o un atentado, tal vez se desintegró en el aire con sus 249 personas a bordo”. “Misterio sin precedentes”, lo llama el gobierno malasio, porque dos días después no se ha encontrado nada que permita afirmar que el avión cayó al agua. Se da por hecho que cayó, pero no hay nada aún que lo pruebe. A las familias de los pasajeros, en su mayoría chinas, les ha dicho la compañía que se preparen para lo peor. Es más fácil decirlo, claro, que hacerlo. Cómo asumes la pérdida de alguien sin saber, en realidad, qué le ha pasado. Angustia sobre angustia, por la ausencia y por el no saber, la incertidumbre que te taladra y te bloquea. Un misterio es algo que no se puede explicar. Lo de este avión es, todavía, un enorme misterio.
El secreto no requiere de incomprensión o de materias de una complejidad inabarcable. Para que haya un secreto basta con que alguien que sabe algo se lo guarde para sí y no haya manera de arrancárselo. Por ejemplo, Rajoy. Su elegido/a para las elecciones europeas. La semana pasada dijo la secretaria general del PP que antes de anunciar nada, preferían ver cómo acababa el congreso del PP europeo. Primero lo de Dublín y luego ya ponemos el huevo. “Luego” era hoy, o así lo interpretó la mayoría de los dirigentes de ese partido, que hoy se quedó con tres pares de narices al conocer que iba a ser que no, que dice Rajoy que aún no suelta prenda. Es lo que tienen los liderazgos ponedores, que como sólo depende de uno designar candidatos, si el uno no quiere hay que seguir esperando. Total, hasta el siete de abril hay plazo, dicen ahora, qué remedio, en la dirección del partido. Fue enternecedor escuchar hoy a Cospedal emplear el plural de cartón piedra: “Nosotros anunciaremos nuestro candidato o candidata cuando consideremos que es conveniente”. Que significa: “Rajoy aún no ha respirado”. Hubo quien hizo broma cuando el presidente del PP garantizó que tomaría una decisión dentro de plazo (antes del día 7), pero ahora ya a nadie le sorprendería que la tomara el 6 a las once de la noche. Apurando, apurando. En el PSOE se sabe la cabeza de lista, Valenciano, pero el resto de los candidatos sigue como el PP, esperando a que el líder ponga los nombres negro sobre blanco y por su orden.
Hay elecciones europeas a final de mayo. Y aunque es verdad que no despiertan un gran fervor entre la población votante española (46 % de participación en 2009), este año podría ocurrir que se animaran más votantes a acudir a las urnas por aquello de que estamos a mitad de la legislatura (meta volante para poner nota a los distintos partidos) y hace ya dos años desde la última vez que se nos llamó a votar. Hay varias decenas de miles jóvenes que en 2011 aún eran menores de edad pero que ahora (o en mayo) ya tienen los dieciocho y se estrenan, si quieren, en esto de ejercer el derecho al voto. Jóvenes que en 2004 eran críos de ocho o nueve años. Y que, como niños que eran, tendrán el recuerdo de aquel día en que la televisión parecía que estuviera emitiendo una película de desastres todo el tiempo, sin pausas para la publicidad y con aquellas imágenes de unos trenes rotos y gente que corría. Hace diez años estaba a punto de cumplir dieciocho un chaval que se llamaba Álvaro. Que vivía en Santa Eugenia con sus padres y con su hermano mayor, Diego, y que estaba deseando que llegara el domingo, día catorce, para acudir por primera vez al colegio electoral. Por primera vez iba a votar, a IU, como su hermano. De Álvaro supimos luego que jugaba muy bien al fútbol, que era del Madrid, que le gustaba viajar, que tenía un montón de amigos y que se llevaba bien con todo el mundo. Supimos de él como supimos de los hábitos, los inquietudes y los sueños rotos de las 191 personas que aquel día (mañana hará un año) fueron asesinadas por el grupo terrorista que habían montado Sarhane el tunecino y Jamal Amidan, el chino. Bajo la dirección de estos dos, veinte tipos de procedencia y nacionalidades diversas, pero con la misma visión fanática y agresiva del islam, sembraron de mochilas bomba los cuatro trenes, arruinaron la vida de cientos de familias (además de los muertos hubo casi dos mil heridos) y sacudieron violentamente todo el país, un país abocado a vivir los días más agrios de su historia reciente.
Los misterios, que existieron al comienzo, sobre la génesis, preparación y ejecución del atentado (habiéndosele intervenido a ETA, dos semanas antes, una furgoneta cargada de explosivos con destino a Madrid) los misterios los fue esclareciendo una investigación que llegó hasta donde llegó, hasta los hechos probados que recoge la sentencia de 2007, aunque quedaran por el camino lagunas, errores y torpezas. Hay preguntas que se quedaron sin respuesta, pero nadie alcanzó a ofrecer una versión alternativa, y sólida, que atribuyera el atentado o a otro grupo o a otros autores intelectuales. Dos tipos, el tunecino y el chino, veinte fanáticos como ellos, un conocimiento bastante básico de cómo funciona un teléfono móvil y un contacto capaz de proporcionar el explosivo, Trashorras el de mina Conchita. Eso era lo que hacía falta para sembrar los trenes de mochilas bomba activadas con la alarma del móvil. A menudo nos esforzamos en establecer una relación de proporcionalidad entre las consecuencias de un atentado y la dificultad de su preparación. Si ha habido doscientos muertos tiene que ser fruto de una mente complejísima. Pues no siempre. Que una investigación deje alguna laguna no tiene por qué invalidar sus conclusiones. En los meses posteriores al atentado (o en los años posteriores) se recurrió a menudo a esta práctica: cualquier detalle que no encajara o permitiera dudas servía de base para construir sobre él una impugnación global a la tesis de la autoría. Cada pequeño misterio para el que aún no había respuesta se presentaba como un secreto inconfesable que alguien mantenía oculto para que nunca se supiera la verdad. No es un secreto que hubo quien hizo carrera alimentando falsos misterios.
Hoy se intenta transmitir imagen de unidad y de página ya pasada. Dices: ha tenido que volver el PP al gobierno para que cese la pugna política al respecto. En realidad, el cambio de chip empezó en Rajoy hace ahora seis años. Tras su segunda derrota electoral en 2008 promocionó a Soraya y Cospedal y jubiló a Acebes y Zaplana. Fue entonces cuando extirpó el 11M (las dudas sobre el 11M) de su discurso de desgaste al gobierno de Rodríguez Zapatero. Ahí naufragó la expectativa, alimentada por algunos políticos y algunos comentaristas, de que un gobierno nuevo reabriera la investigación y cuestionara la sentencia. Ahí empezaron a entrar en vía muerta las teorías conspirativas.