Marta García Aller: "Cuando un acto institucional da tanta vergüenza ajena, no sé si es mayor el bochorno o la pena"
Marta García Aller reflexiona sobre el rifirrafe entre el ministro Bolaños y la jefa de protocolo de la Comunidad de Madrid durante el acto de celebración del Dos de Mayo.
La imagen de una jefa de protocolo frenando a empujones a un ministro que decide por su cuenta subir a la tribuna de autoridades es una metáfora perfecta de lo mucho que se han perdido las formas en la política española. Es tan forzada la polémica por ambas partes que da hasta vergüenza ajena comentar lo sucedido ayer en las celebraciones del Dos de Mayo. No me extraña que en el resto de España acaben hasta el gorro de que siempre estemos hablando de Madrid. Son ganas de llamar la atención.
El ministro que asiste a la fiesta sin ser invitado puede ser desconcertante, pero más desconcertante todavía es frenarlo a empujones de subir a la tribuna de autoridades como si en vez del acceso a un acto solemne esas escaleras fueran las de la entrada a un garito a las tres de la mañana.
El protocolo solía ser el arte de guardar las formas, de respetar jerarquías, de mostrar cortesía. En el enfrentamiento entre el Gobierno y la Comunidad por el Dos de Mayo el protocolo es más bien el manual de reproches para malquedas. Ahora discuten quién ha quedado peor. Qué bochorno.
No sabía si consultar lo sucedido con expertos en protocolo o en placajes de rugby, pero según los primeros, teóricamente, es el anfitrión el que decide quién sube y quién no a una tribuna. Igual que no tiene sentido, ni estético ni institucional, que en un desfile solemne se le haga hueco en la tribuna al jefe de la oposición, sin más cargo que el de su partido, y no a un ministro de la Presidencia que nos representa a todos. Menos sentido todavía tienen los codazos en nombre del protocolo.
No queda claro todavía por qué el ministro Félix Bolaños tenía tanto interés en asistir al Dos de Mayo sin haber sido invitado ni el Gobierno de Ayuso en excluirlo de malos modos y a la vista de todos. Pero muy hospitalaria, desde luego, no quedó la recepción del día grande de la Comunidad. Para una guerra, aquella contra los franceses, que los españoles no libramos entre nosotros y terminan celebrándola a empujones entre autoridades.
¿Moraleja?
Cuando un acto institucional da tanta vergüenza ajena, no sé si es mayor el bochorno o la pena.