#HistoriaD: Los Galvin
En otro capítulo de la historia de la medicina, Javier Cancho relata la historia de la familia Galvin. Un ejemplo de la incomprensión de la esquizofrenia por parte de los médicos.
Colorado Springs es un lugar de una belleza agreste. Los Galvin vivían allí, en las estribaciones de las Montañas Rocosas. En los años 50, solía decirse que Colorado Springs era un lugar de familias modélicas.
Don Galvin, el padre, era un oficial de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. La madre, Mimi, procedía de una adinerada familia de Texas. Los Galvin tenían doce hijos. Don fue nombrado Padre del Año en 1965 en su comunidad vecinal. Mimi cosía ella misma la ropa de sus 12 chiquillos, su laboriosidad disponía de un ímpetu imperturbable. Los Galvin parecían encarnar el sueño americano, con una especie de sonrisa sistemática en cada encuentro con la vecindad.
Pero, por dentro, a los Galvin las sonrisas se les fueron marchitando. Algo empezó a pasar con el primogénito. Aquel muchacho, Donald, sin un motivo aparente, un día, fuera de sí, rompió 10 platos haciéndolos estallar contra el suelo.
Unas semanas después mató a un gato lentamente, ante la mirada estupefacta de sus padres. El mayor de los Galvin había perdido la cabeza. Y todo aquello que fue sucediendo era sólo el principio. La familia, con el transcurrir de los años, fue involucrándose en un desfile cotidiano de desatinos caóticos y espantosos. De los doce hijos, seis enloquecieron.
A los Galvin les dijeron que tenían seis esquizofrénicos en casa. Seis enfermos con una enfermedad que nadie entendía, ni los médicos ni los investigadores, y mucho menos ellos mismos, los Galvin.
Era un Día de Acción de Gracias. La mesa familiar había sido preparada con ese tipo de esmero tan meticuloso. Era el penúltimo intento de normalidad al que aspiraba Mimi. Pero, al cabo de cinco minutos, la mesa acabó del revés, con las patas hacia el techo. Los padres estaban sobrepasados, paralizados, mientras los otros hermanos buscaban vías de escape, preguntándose en secreto a ellos mismos si serían los próximos en caer, los siguientes en enloquecer. Para los Galvin, fueron años de delirios, gritos y hospitalizaciones.
También de terrores, de los más horripilantes. Uno de los seis enfermos violó a sus dos hermanas. Los Galvin sufrieron un infierno doméstico constante, pero también padecieron la falta de respuesta de la medicina. La larga incomprensión de la esquizofrenia por parte de la comunidad médica es de un modo indiscutible una historia de fracaso persistente. Durante un tiempo se culpó a las madres, se las señaló como la causa de la enfermedad.
Ahora se sabe que la esquizofrenia es un desorden del desarrollo mental. Rastreando marcadores genéticos, las muestras de sangre de los Galvin resultaron fundamentales para una investigación relevante sobre el factor genético de la enfermedad.
Están surgiendo desarrollos prometedores en la detección temprana y en las técnicas de intervención suave que combinan terapia, apoyo familiar y medicación mínima.
Pero, entonces, el mundo exterior miró para otro lado. No se quiso saber lo que ocurría en casa de los Galvin.