A Esquilo le dijo el oráculo -que era la Organización Mundial de la Salud de entonces-, que moriría aplastado por una casa. “Bah chico, no le hagas caso a las cosas del oráculo, ya sabes como son”, le dijeron, pero Esquilo no se podía quitar de la cabeza la advertencia -subraye la palabra cabeza-. No era un milindres, esquilo, que había luchado contra los persas en Salamina, eh, pero le había entrado rollo con lo de morir como a mí cuando andaba con lo de Rosalía, y como no había mascarillas, se fue a vivir al campo, como Pablo e Irene cuando montaron la Moncloíta de Galapagar.
Así que un día, Esquilo andaba por el campo carente de pelo como un dirigente del PNV. Qué calvas, en el PNV. Me dijeron el otro día que era signo de confianza. Poco pelo, pero pero buena gestión. No como Felipe y Aznar, que son la Españita del pelazo. Vaya, que iba Esquilo por el Galapagar de allí con la coronilla al aire y un quebrantahuesos que llevaba una tortuga en el pico, confundió desde el aire su cabeza con una roca y el pajarón le tiró un tortugazo y lo dejó seco. Y el oráculo acertó.
Moraleja antiviral de Michel de Montaigne: El que teme padecer, padece ya lo que teme y cuando te llega, te llega, así que baja al bar, viaja, besa, pasa del virus y ponte pelo.