Se las pintaron con nocturnidad y alevosía. Y no sé, doctora Bonino, si ha sido porque usted es médica o porque está casada con un chino. Si es por lo primero, ha tenido usted mala suerte: vive en un edificio donde hay alguien que no sale a las ocho a aplaudir a los héroes sanitarios. Si es por lo segundo, tiene la mala fortuna de tener por vecino a un racista.
Desecho esta última tesis, porque su agresor es un odiador o una odiadora quizá machista, quizá de mentalidad criminal. Pertenece a ese grupo que agreden a médicos, enfermeros y enfermeras en los hospitales.
A ese grupo que insulta a un niño autista que pasea con sus padres. A esa minoría que estaría dispuesta a que muriese todo el mundo en su barrio con tal de no contagiarse ellos.
Querida doctora Bonino, personifico en usted a todo el personal de la Sanidad que se enfrenta a un doble riesgo: al riesgo de contagio, que dice Comisiones Obreras que ya son casi 30.000 los profesionales sanitarios infectados, como si nos fuésemos a quedar sin médicos ni enfermeros en esta locura del Covid.
Por otra, el riesgo de una vecindad que no piensa en la grandeza de su servicio, sino que ve en ustedes un foco de contagio. Por su trabajo, ese sí que es esencial, no están confinados, doctora. Sufren un confinamiento peor: el de verse marginados por el miedo y la sinrazón.
Sé que usted, doctora Bonino, ha recibido infinidad de testimonios de apoyo. Ninguna mente sana concibe la agresión que sufrió. Yo ignoro si atiende a infectados del virus. Si lo hace, es porque es usted una gran representante del voluntariado.
Si no lo hace, es sencillamente médica que presta otros servicios esenciales. Mi mensaje es decirle que no la amilanen unos odiadores absurdos y cobardes. Y piense que los aplausos de las ocho van por usted. Y que son mucho más representativos que esos profesionales del sinsentido y del rencor.