El delito que le imputa la fiscalía alemana consistió en dejarse invitar por un empresario cinematográfico a la fiesta de la cerveza de Baviera, pagando viaje, hotel y guardería para su hijo pequeño. Cifra del dispendio: 510 euros, que se suma a otra cena de 200 euros de agasajo al presidente, y otros 3000 por visita a las carpas de la fiesta bávara. En resumen, 3.710 euros acreditados, con cuyo gasto el empresario esperaba conseguir el favor del presidente Wulff para hacer algún negocio.
Ahora que sabemos la razón del juicio al exjefe del Estado Alemán, y la cuantía del presunto soborno, estaría bien que nos preguntáramos si lo que nos diferencia de Alemania es solo su enorme capacidad de trabajo y productividad. Que comparen también la ética de sus dirigentes con los nuestros y la capacidad de la justicia para llevar ante ella a quién sea, del primero al último alemán.