Casi la mitad de las víctimas de violencia sexual en España son menores y así son sus agresores
De las más de 18.000 agresiones sexuales denunciadas, 8.337 tuvieron como víctimas a menores. Las violaciones en manada han aumentado, aunque no son tan numerosas como las cometidas en solitario.
👉 Las agresiones sexuales a menores son cada vez más graves, más frecuentes y más prolongadas
A principios del pasado marzo, la ONG Save the Children publicó el informe Silenciadas: un análisis sobre agresiones sexuales en la adolescencia, en el que trata las agresiones sexuales cometidas y sufridas por menores edad en España. Lo hace desde una perspectiva de género necesaria para la correcta comprensión de los delitos en los que las mujeres somos mayoritariamente víctimas y los hombres, en su mayor parte, victimarios.
No es de extrañar la existencia de este informe si tenemos en cuenta que, en los últimos años, hemos presenciado un incremento de noticias sobre violencia sexual en la adolescencia.
Según la Convención de Derechos del Niño, hemos de entender por niño o niña todo menor de 18 años, salvo que se haya alcanzado la mayoría de edad en virtud de la ley que le sea aplicable (por ejemplo, la figura de la emancipación. Por su parte, la Organización Mundial de la Salud define adolescencia como el periodo de vida que va desde los 10 a los 19 años, siendo una transición entre la niñez y la edad adulta.
En esta compleja fase vital se van a producir cambios físicos y psicológicos en la persona, y en ocasiones podremos ver actos antisociales o delictivos vinculados a esta etapa de desarrollo.
El género tiene un impacto directo en las agresiones
Si nos centramos en la violencia de índole sexual, el informe sobre Delitos contra la libertad sexual del año 2022 del Ministerio de Interior de España desvela que, de las 18 731 denuncias interpuestas en ese año por violencia sexual:
8 337 (aproximadamente el 44,5 %) de las agresiones denunciadas han tenido como víctima a una persona menor de edad. De estas, el 82 % eran niñas o adolescentes, marcando una clara predominancia de victimizaciones al género femenino.
En el 97 % de los casos, el agresor fue un hombre. De esta cifra, el 15,6 % de los condenados eran menores de edad.
De estas denuncias, resultaron detenidas o investigadas 11 699 personas, de las cuales 1 031 se sitúan en el rango de los 14 a los 17 años. Analizando los datos según género del victimario menor de edad, podemos observar 927 hombres frente a 104 mujeres.
Con lo visto hasta el momento, se verifica que el género tiene un impacto directo en la violencia sexual, tanto en adultos como en adolescentes, y ser mujer se configura como un factor de riesgo para sufrir una victimización sexual de cualquier índole.
Por otro lado, 632 del total de delitos sexuales del año 2022 fueron cometidos por dos personas o más, de género masculino, frente a los 573 casos del año 2021.
Esta violencia sexual en la adolescencia cometida en grupo ha sufrido un incremento desde el año 2016 hasta el 2022, identificando un descenso en el año 2020 por el confinamiento sanitario domiciliario.
No obstante, el número total de abusos y agresiones sexuales múltiples son residuales en comparación con la violencia sexual cometida por un solo victimario, representando un 4,2% del total.
Perfil de víctimas y victimarios
El perfil de las víctimas en la violencia sexual grupal cometida por adolescentes es el de mujer de una media de edad de 15 años. Respecto a los victimarios, son chicos de edad similar a la víctima y la conocían previamente. Este tipo de agresiones, cometidas en grupo y en la adolescencia, tienen una serie de causas favorecedoras propias respecto a las agresiones con un solo perpetrador:
La influencia del grupo de iguales: muchos de estos menores no agredirían sexualmente solos, y la presencia de otras persona les resulta desinhibitoria.
La existencia de una cierta justificación social de estas acciones, e incluso que puedan parecer un “rito de iniciación” a la sexualidad.
La falta de una educación sexual centrada en el consentimiento y el deseo mutuo, unido esto al consumo de pornografía cada vez a edades más tempranas puede provocar que ciertas conductas no se identifiquen como violencia sexual por parte de los menores.
Además, debemos tener en cuenta la fase vital en la que se encuentran los adolescentes, en plena construcción de su sexualidad, la cual va a venir marcada por los estereotipos de género que aún mantenemos y que van a afectar a chicos y a chicas de maneras distintas.
Precisamente por la edad de víctima y victimario, resulta imprescindible la intervención con ambos para evitar la normalización de la violencia en las relaciones sexuales. Se tiene que trabajar en la reparación de la víctima mientras se interviene con el victimario para lograr una reeducación que evite la reincidencia. Además, se hace necesaria la prevención general, proporcionando a los y las adolescentes una formación afectivo-sexual de calidad, adaptadas a sus edades, y estructuradas en torno al consentimiento, la igualdad, y la no violencia.
Los informes relativos a la violencia sexual en la adolescencia que hemos comentado en este texto nos muestran que ha habido un incremento en los delitos sexuales cometidos por adolescentes y, paralelamente, también en los ejecutados en grupo, respecto a los datos de años anteriores. No obstante, debemos tener en cuenta que este es un aumento de los casos denunciados, puestos en conocimiento de las autoridades, lo que nos puede indicar una mayor condena social de este tipo de delitos, que anima a la denuncia, pese a la cifra negra que aún pesa sobre estos.
En relación a los delitos sexuales cometidos por dos o más menores de edad, pese a que vemos un incremento anual de los casos conocidos desde el año 2016, estos continúan siendo residuales respecto a los delitos sexuales individuales. Además, los delitos sexuales no pertenecen a las tipologías delictivas más cometidas por menores de edad.
Nathalie Soriano Ruiz, Directora del Máster Universitario en Criminología: Delincuencia y Victimología, Universidad Internacional de Valencia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.