Las 5 costumbres de Semana Santa que más sorprenden a los extranjeros
Procesiones, silencio, tambores que no paran, gente encapuchada e, incluso, desfiles de esqueletos. Te contamos todo sobre las tradicionales más peculiares de la Semana Santa en España. Cinco costumbres tan nuestras, como sorprendentes para quien las ve por primera vez.
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Madrid |

Un silencio sepulcral. Las calles, abarrotadas pero quietas. Solo se oye el crujido de la madera, el roce de una túnica, un llanto suelto. Y entonces... suenan los tambores.
No es una escena de ficción ni una ceremonia ancestral en tierras lejanas. Es España, en pleno siglo XXI, celebrando la Semana Santa con una intensidad que desconcierta incluso a los más viajeros. Aquí, la fe se pasea sobre los hombros, el dolor se canta, y el tiempo parece plegarse a un rito que todo lo detiene: la agenda, el tráfico, y hasta la razón.
Para quien lo vive por primera vez, es un espectáculo imposible de clasificar: ¿teatro sacro? ¿desfile religioso? ¿catarsis colectiva? ¿folklore vivo? Nada encaja del todo, y eso es precisamente lo que lo hace inolvidable. Porque la Semana Santa española no se explica: te atraviesa, te sacude, y te llena de incógnitas perfumadas con intenso.
Estas son cinco costumbres que cada año dejan a los extranjeros entre fascinados y perplejos. Algunas conmueven. Otras sorprenden. Y hay más de una que, directamente, les deja con la boca abierta.
Las procesiones de Semana Santa
España cuenta con diversos atractivos culturales y turísticos, y la Semana Santa es uno de ellos por méritos propios. Entre sus numerosos espectáculos, destacan las procesiones de Semana Santa. Y esos encapuchados que caminan en silencio son los nazarenos, miembros de las cofradías que, durante siglos, han mantenido viva una tradición tan llamativa como desconcertante para aquellos que llegan de visita.
En concreto, las procesiones de la Semana Santa española son un conjunto de desfiles religiosos cuyo objetivo principal es representar la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Tanto es así, que el recorrido realizado sirve de muestra sobre la creencia y la fe religiosa, en este caso cristiana.
Pero además de la solemnidad del acto, lo que más sorprende a los extranjeros que visitan España durante sus vacaciones, es la intensidad emocional y el nivel de preparación que implica, ya que, durante largos meses, cada cofradía prepara su salida procesional. Por lo tanto, no se trata únicamente de llevar imágenes religiosas por la calle: detrás hay ensayos, turnos, planificación milimétrica, vestimentas tradicionales y un enorme sentido de pertenencia.
Llama especialmente la atención la estética de los nazarenos que, con sus túnicas largas y los característicos capirotes puntiagudos, caminan en largas filas, muchos de ellos descalzos, como acto de penitencia. A menudo cargan cirios encendidos o estandartes. Su presencia, silenciosa y en ocasiones anónima, despierta la curiosidad de quienes los ven por primera vez.
De hecho, en algunos países, sobre todo en Estados Unidos, esta estética impacta porque recuerda visualmente a la del Ku Klux Klan (KKK), una organización supremacista blanca conocida por utilizar túnicas blancas y capuchas puntiagudas que cubren el rostro. No obstante, las raíces no podrían ser más distintas: mientras que el KKK adoptó esa iconografía en los siglos XIX y XX con fines de intimidación, los capirotes de Semana Santa en España provienen de ritos penitenciales medievales que simbolizan humildad y anonimato ante Dios.
Durante las procesiones, las calles se llenan de público, desde locales emocionados hasta turistas que no saben muy bien qué esperar. Porque una procesión no es un desfile al uso. Hay emoción contenida, respeto, a veces lágrimas. La gente guarda silencio, lanza pétalos desde los balcones o rompe a aplaudir cuando el paso gira en una esquina complicada. En ciertos momentos, incluso alguien canta una saeta improvisada, una especie de lamento flamenco que le pone voz al sentimiento colectivo.
Las procesiones más importantes de Semana Santa en España son las siguientes:
- La Madrugá de Sevilla: en la noche del Jueves al Viernes Santo, varias hermandades recorren la ciudad en la procesión más intensa y multitudinaria, con momentos de profundo silencio y saetas desde los balcones.
- Procesión General de Valladolid: celebrada el Viernes Santo, reúne 33 pasos de 20 cofradías y convierte la ciudad en un auténtico museo al aire libre, con tallas históricas del siglo XVI al XVIII.
- Jesús Nazareno de Medinaceli (Madrid): la más popular de la capital. Su histórica talla del siglo XVII recorre lugares emblemáticos como la Puerta del Sol o Cibeles.
- Cristo de los Gitanos (Granada): procesión nocturna del Miércoles Santo que culmina en la abadía del Sacromonte, entre fogatas y cante flamenco, con la Alhambra como telón de fondo.
Los tambores de Calanda, en Teruel
El Viernes Santo a las 12:00 horas en Calanda, un pequeño pueblo de Teruel, los tambores resuenan con tal fuerza que parecen hacer temblar el suelo, y no es para menos.
Esta localidad del Bajo Aragón, situada en la confluencia de los ríos Guadalope y Guadalopillo, destaca en toda España por su tradicional 'Romper la Hora', cuando todo un pueblo hace sonar sus bombos y tambores al unísono, desatando una sinfonía que se siente en el pecho.
No obstante, además de la cantidad de personas tocando, lo que verdaderamente hace única esta tradición es la intensidad con la que lo hacen. Los calandinos, que se consideran los auténticos "señores de los tambores", baten los parches de manera sincronizada, creando un ambiente electrizante que parece trasladar a todos los presentes a otra dimensión.
La tradición, que ha sido declarada Fiesta de Interés Turístico Internacional, atrae a miles de turistas que se agolpan para vivir este ritual, y que marca el comienzo de la Pasión en Calanda. Se trata de una experiencia única para los visitantes, que mezcla tradición, devoción y emoción, y que sigue sorprendiendo cada año a quienes se acercan a vivirla.
No obstante, además del espectáculo sonoro, Calanda es un lugar donde disfrutar de su gastronomía típica. Entre sus platos más destacados se encuentra el ternasco de Aragón, una carne tierna y sabrosa, ideal para probar en uno de los tradicionales asadores del pueblo. Y para el postre, no puede faltar la tarta de Calanda, elaborada con almendra, huevo y un toque de licor, que convierte a este dulce en uno de los más característicos de la región. Sin duda, una buena manera de completar una visita a este pintoresco pueblo aragonés.
La danza de la muerte de Verges, en Girona
Cada Jueves Santo, en Verges, un pequeño pueblo de apenas 1.210 habitantes en la provincia de Girona, se representa uno de los rituales más singulares y sobrecogedores de la Semana Santa en España: la Danza de la Muerte.
Al son lúgubre de un “tabal”, un tambor tradicional, tres niños y dos adultos ataviados con trajes de esqueletos bailan una coreografía sombría y perfectamente sincronizada. Tras ellos, otros cinco esqueletos portan antorchas encendidas, completando un cortejo fúnebre que avanza por las calles en medio de la oscuridad.
Este rito ancestral tiene raíces medievales y se cree que surgió en una época en la que las epidemias y la peste arrasaban Europa. Su simbolismo es tan potente como su estética: representa la inevitabilidad de la muerte y la esperanza en la resurrección, un recordatorio de que la vida es frágil y efímera. Los danzantes, como si fueran heraldos de lo inevitable, encarnan esa verdad universal: la muerte llega para todos, sin distinción de edad, clase o condición. Sin embargo, esta procesión no se limita a ser una escenificación lúgubre. Es también una reflexión sobre la vida y la fe, un mensaje de que el ciclo vital continúa y que, al fin y al cabo, la muerte no es más que un paso hacia otra forma de existencia.
De esta manera, la música tenebrosa, la danza esquelética, las antorchas y la oscuridad de la noche se combinan para crear una atmósfera cargada de tensión simbólica. Cada paso, cada giro, cada golpe de tambor parece detener el tiempo y colocar a los presentes frente a sus propios límites.
Más allá de su componente religioso, la Danza de la Muerte de Verges es un fenómeno cultural único. Existen muy pocas manifestaciones similares en el mundo con un nivel de simbolismo tan elevado y una ejecución tan cuidada. Por este motivo, ha sido reconocida como un auténtico tesoro cultural, y es considerada una de las tradiciones más raras y fascinantes no solo de España, sino de toda Europa.
Penitentes, entre cadenas y pies descalzos
En muchas ciudades españolas, entre las que destacan Málaga, Cádiz, Cuenca y Zamora, la Semana Santa va mucho más allá de las solemnes bandas de música y los pasos impotentes. Existe una devoción extrema que protagonizan aquellos que recorren las calles descalzos, con cadenas atadas a los tobillos y cargando pesadas cruces. Hablamos de los penitentes anónimos, fieles que, año tras año, se proponen cumplir promesas o pagar votos religiosos en uno de los actos de fe más duros y, al mismo tiempo, más respetados de estas fechas.
En sus gestos no hay ningún tipo de espectáculo, tan solo sudor, esfuerzo y silencio, causando así un profundo impacto, especialmente en aquellos extranjeros que contemplan esta situación por primera vez. Algunos caminan kilómetros con los pies heridos, arrastrando cadenas que resuenan con cada paso. Otros avanzan con cruces de madera a la espalda, sin decir palabra, completamente cubiertos por la túnica y el capirote.
Un rasgo característico de este tipo de procesión es el silencio del público, prácticamente absoluto. Nadie aplaude, nadie interrumpe. Se respira respeto. El sufrimiento físico visible es parte del mensaje: no se trata de llamar la atención, sino de expresar la fe con el cuerpo, en carne viva.
A pesar de que para muchos visitantes estas imágenes tienen un trasfondo difícil de comprender, lo cierto es que la penitencia voluntaria tiene una larga tradición y un importante legado en la cultura española. El uso del capirote se remonta al siglo XVI, cuando era utilizado como símbolo de humillación pública impuesto a delincuentes. Con el tiempo, los penitentes comenzaron a adoptarlo voluntariamente en las procesiones para expresar su arrepentimiento de forma anónima y humilde, ocultando su identidad tras una tela que solo deja ver los ojos.
Por su parte, las cadenas también tienen un trasfondo histórico: eran llevadas por esclavos cristianos liberados del cautiverio en el norte de África, que desfilaban junto a monjes mendicantes mostrando públicamente su sufrimiento como acto de fe. Con los años, este gesto ha evolucionado en una forma de penitencia que algunos fieles aún mantienen viva durante la Semana Santa, como testimonio de dolor, redención y agradecimiento.
Los Empalaos de Valverde de la Vera
El Jueves y Viernes Santo, cuando el reloj marca la medianoche, las calles silenciosas de Valverde de la Vera (Cáceres) son escenario de una de las expresiones de fe más intensas de la Semana Santa española. Es la hora de Los Empalaos, un ritual que impone respeto desde el primer paso.
Los protagonistas son hombres que, en señal de promesa o penitencia, se visten con un timón de madera de castaño, al que atan con cuerdas sus brazos y torso desnudos, dejando el cuerpo completamente inmovilizado. Sobre la cabeza llevan una corona de espinas, en la espalda dos espadas cruzadas, un velo cubre su rostro, y unas vilortas, grilletes tradicionales de gran peso, cuelgan de sus muñecas. El atuendo se completa con una falda blanca, en un conjunto que remite directamente al sacrificio de Cristo.
Pero este acto de fe no es reciente. Para averiguar su origen debemos remontarnos a la Edad Media, cuando se llevaba a cabo como parte de las prácticas de la Cofradía de la Vera Cruz, y ha llegado hasta hoy como una forma de cumplimiento físico de la penitencia. Durante el recorrido, cada empalao camina 14 cruces repartidas por el municipio, descalzo, sin hablar, sin pedir nada, acompañado únicamente de la mirada respetuosa de los asistentes.
No obstante, no caminan solos. A su lado, mujeres vestidas de nazarenas, también descalzas, realizan el mismo recorrido en silencio. Su papel, aunque menos visible, es igual de esencial: representan el acompañamiento, la fortaleza silenciosa y el vínculo comunitario que sostiene esta tradición. No hay nombres ni identidades reveladas. Cada empalao cumple su promesa de forma anónima. Lo que queda es una imagen poderosa: figuras encorvadas, cruz a cuestas, envueltas en el sonido sordo de las vilortas y el crujido de las piedras bajo los pies desnudos.