Crítica de 'Top Gun: Maverick': Amar la máquina
La secuela de la mítica película de los años ochenta, que extendió la popularidad de Tom Cruise y 'Take my breath away', es una elegante pieza de relojería sobre la lealtad | Más cine y series, en Kinótico
Las secuelas de las películas míticas lo tienen todo en contra, prácticamente desde que se anuncian. Los clásicos -y hoy los clásicos de los ochenta lo son doblemente, vivimos en su perpetua nostalgia- han instalado imágenes míticas en nuestra retina, nos dieron a conocer a las estrellas que siguen siéndolo hoy... y las recordamos como experiencias audiovisuales fundacionales. Nos construyen y son, para siempre, parte de nuestra vida. A este handicap de 'Top Gun: Maverick' sobre su predecesora hay que añadirle otro: que la cinta ha estado guardada en un cajón durante toda la pandemia. Dormida esperando a su público.
Ese sueño fílmico no ha obedecido solo a razones comerciales. El protagonista, productor e impulsor de la película, de esta secuela de la cinta que lo convirtió en alguien inmensamente popular en los ochenta [en un icono pop, incluso en un icono sexual] ha mantenido una férrea posición sobre su exhibición: debía verse en cines sí o sí. Tom Cruise [quizá junto a Christopher Nolan y Denis Villeneuve] se ha convertido en el símbolo de la resistencia del viejo cine, el que se ve en una sala con otros seres humanos. Ha resistido el canto de sirena de las plataformas contra viento y marea, y ha dejado claro a su equipo de rodaje -gritos incluidos- que 'Top Gun: Maverick' era un ejemplo, que el mundo les estaba mirando.
La espera y el empeño no pueden merecer más la pena. 'Top Gun: Maverick' es una elegante pieza de relojería sobre la lealtad. Sí, sobre la lealtad masculina desarrollada en un mundo de hombres, el de la Marina, pero un lealtad emocionante hasta el extremo. Maverick regresa al programa Top Gun para entrenar a un grupo de pilotos -Miles Teller al frente- de cara a una misión prácticamente suicida, y ese regreso al pasado supone también su enfrentamiento con el dolor de la pérdida y con un amor del pasado, encarnado por Jennifer Connelly. El personaje de Cruise despliega tanta ternura con el resto de personajes como la cámara demuestra hacia los aviones, a los que prácticamente acaricia desde los títulos iniciales.
El baile de la pantalla con las máquinas es casi carnal, es sensual y está a la vez lleno de amor. Un amor por lo tradicional, por los viejos aviones que nos siguen prestando un gran servicio... que se puede conectar con la cruzada de Tom Cruise por salvar los cines. En una de las secuencias de la película, el alto mando militar al que interpreta Ed Harris le espeta a Cruise que su especie -la de los pilotos, pero bien valdría para los amantes de esa máquina que es el cine- está a punto de la extinción. "Quizá tenga razón, señor" -responde el personaje de Maverick- "pero no sucederá hoy". Lo del cine, tampoco.