EL CIERRE DE LA SAGA SE ESTRENA MAÑANA

Crítica sin spoilers de 'Star Wars: El ascenso de Skywalker'. "¡Los muertos hablan!"

"Más que como una película, ‘El ascenso de Skywalker’ ha sido concebida como una respuesta: a la parroquia tuitera y a Rian Johnson. Los muertos y los mitos, o sea, los negocios, no se tocan"

David Martos

Madrid |

Fotograma de 'Star Wars: El ascenso de Skywalker', la novena película de la saga galáctica | DISNEY

“¡Los muertos hablan!”. Son las tres primeras palabras de ‘El ascenso de Skywalker’, que aparecen inmediatamente después del título. Los muertos hablan. Es una oración que el espectador entenderá cuando lea las palabras siguientes, amarillas, flotando bajo un cielo oscuro, en perpetua fuga hacia el infinito. Los muertos hablan. Parece una premonición de las 2 horas y 22 minutos siguientes. Y quizá lo sea, muy a pesar del director J. J. Abrams, que ya dirigió la séptima entrega y regresa para echar el cerrojo. En el noveno episodio de la saga Star Wars hablan los muertos. Hablan muchos muertos. Y hablan mucho. Condicionan la trama, modelan las vidas de los vivos. Los vivos viven en función de los muertos. De quiénes fueron, de lo que querían, de cómo se apellidaban. ‘El ascenso de Skywalker’ es una película llena de muertos que hablan. Que hablan de sí mismos, principalmente.

¿Y quiénes son los muertos? Probablemente esto es lo que se preguntará quien lea estas líneas, que quiera formarse una opinión antes de ver la película… pero no quiera tropezarse con ningún spoiler. Pues los muertos -lo decimos con cuidado de no revelar si en el episodio que cierra la saga hay muertos nuevos o no-, los muertos son básicamente aquellos personajes que ya estaban muertos en los títulos de crédito del Episodio VIII. Por activa, por pasiva, por aparición, por mensaje o por sombra… el Episodio IX está dominado por ellos. Y si les sumamos el fallecimiento real de Carrie Fischer, la actriz que interpreta a la general Leia Organa, y que los fans de ‘La guerra de las galaxias’ enterraron en vida a Rian Johnson, director de ‘Los últimos Jedi’… la fosa común empieza a rebosar.

Para analizar ‘El ascenso de Skywalker’ hace falta realizar un pequeño diagrama de la última trilogía. El Episodio VII supuso la reconexión de la audiencia con los viejos personajes de los años 70, y también la aparición de una nueva camada de protagonistas [Rey, Finn, Poe]. Fue un rearme emocional, una actualización de los mitos o, si se quiere, un espectáculo de circo ante el que todos sonreímos embobados: los viejos actores estaban allí, sobre la pista, enfundándose los trajes de viejos fantasmas. Y todo era entrañable. Sin embargo, la entrega del odiado Johnson -a quien desde esta columna vamos a defender con uñas y dientes- debía ser un puente, un tránsito, un trámite. Nada de eso. Resultó ser una enmienda oscura a la totalidad de la saga. Un terremoto genial en el que se derrumbaron los mitos, ardieron los textos sagrados y se abrió la puerta a que la ‘season finale’ fuera de nueva planta, a la medida de los jóvenes padawan.



Con ‘Los últimos Jedi’ ya rodada y prácticamente terminada, se anunció que Abrams regresaba al puente de mando de la saga con el Episodio IX. Carrie Fisher había muerto unos meses antes en circunstancias muy penosas, causando conmoción general, y tras el estreno de la octava entrega, los mensajes de fans en las redes sociales, “indignados” por cómo Johnson había tratado a su juguete, terminaron por convencer a LucasFilm. O sea, a Disney. La película que se estrena mañana es fruto de todo esto. De esto y de su propia condición de acontecimiento cultural, más allá de lo cinematográfico. Más que como una película, ‘El ascenso de Skywalker’ ha sido concebida como una respuesta: a la parroquia tuitera y a Rian Johnson. Los muertos y los mitos, o sea, los negocios, no se tocan.

La película, dicho todo esto y regresando a la acepción más circense, es espectacular. Cumple con su cuota de persecuciones, efectos visuales, escenas de humor provocadas por el mundo ‘droids’… y algún pasaje emotivo que, sí, humedece los ojos. En el lado oscuro de la fuerza se sitúa todo lo que se deriva de los párrafos anteriores. J. J. Abrams, que se esfuerza intensamente en cada entrevista por desmentirlo, ha enmendado la plana a Johnson en prácticamente todo. La primera hora de la película genera, de forma algo confusa y atropellada, las condiciones épicas que Rey necesita para convertirse en heroína. Hay escenas sin explicar y escenas inexplicables, y algunos personajes secundarios que nadie recordará. Los siguientes segmentos de la película, en cambio, se lanzan en brazos de los muertos. Es decir, de los mitos.

Decimos que la película es una respuesta. Una respuesta que responde a su vez a algunas de las preguntas de la trilogía, como los orígenes de Rey o la conexión mental de la protagonista con Kylo Ren. Pero al ser esa su misión, es decir, responder, todo se acelera. Abrams tiene mucha prisa. Abre interrogantes, los cierra, punto seguido. Si los personajes están atrapados en una cueva de la que no se puede salir, de la que el cadáver que yace en el suelo no consiguió escapar, lo que importa es encontrar la respuesta que han ido a buscar allí. Salir es secundario. Hay mucho que responder. Y mucho que enmendar. 142 minutos no dan para tanto. Esto puede generar en el espectador una sensación de vértigo anticlimática. El clímax -y esta película lo es, es un gigantesco clímax que cierra más de 40 décadas de un espectáculo que ha asombrado al mundo- necesita sus tiempos. Y sus procesos.

Pero la película tiene prisa. El director quiere desembarazarse enseguida del bulto que lleva encima. De la responsabilidad de tener que cerrar el show. En más de una ocasión los personajes reflexionan sobre ese último esfuerzo, ese último tramo de la ordalía, ese empujón final, “porque, si no, todo lo que hemos hecho no habrá merecido la pena, no habrá servido para nada”. Es entonces cuando aparecen los muertos, en formación de coro fantasmagórico, para recordar todo lo vivido. Es este un gesto que revela una importante desconfianza en la generación de héroes y heroínas que el propio Abrams creó en 2015. Un gesto, por cierto, que le distancia de George Lucas, que con muy moderado acierto se atrevió en la trilogía-precuela [entiendo que la mitad de los lectores se haya perdido ya con el diagrama] a generar mundos y conexiones nuevas, a jugar dentro de los límites del escenario. Los muertos de Lucas, curiosamente, no hablan. Ni Anakin, ni Obi-Wan, ni Yoda.

Son los de la trilogía central, o fundacional, o la clásica, los que lo condicionan todo. Son Luke y Leia. Esa es la respuesta para los seguidores de la saga. La cinta parece entender que lo que los fans querían de la trilogía final era solo una continuación de las aventuras de los hermanos, que aparecían en pantalla canosos y entrañables. Pero Johnson se atrevió a retirar a Luke de escena. Y Leia había fallecido. ¿Qué se podía hacer? Las soluciones de Abrams en ‘El ascenso de Skywalker’ vacían de voluntad y contenido a los protagonistas jóvenes y entregan el timón a los viejos, que hablan desde el otro lado de la Laguna Estigia. El cineasta podría haber optado por construir sobre la base del nuevo universo que Johnson le entregó en bandeja, y sin embargo opta por un nuevo regreso a casa, por la vuelta a un velatorio plagado de féretros. Por un movimiento final de la sinfonía que no pretende epatar, sino pacificar. Descanse pues en paz, enterrada en la arena, la gloriosa familia de los Skywalker.