PUNTA NORTE: La puerta que da acceso a 250 años de tiempo
La acidificación de los océanos es es el mayor cambio detectado en el medio acuático en los últimos 50 millones de años. Y no parece que impulse en la humanidad un cambio de mentalidad
Todavía hay esperanza, lo que no hay es tiempo. Es una advertencia que le hace al mundo el divulgador Andri Snær Magnason. Magnason es el tipo que, una vez, rechazó un viaje para estudiar
las costumbres de apareamiento de la anaconda en Venezuela. En cambio, otra vez, sí aceptó la propuesta que le hizo un filólogo para que descendiera con él a una cámara subterránea. Y, como en un cuento de Borges, aquel anciano bibliotecario le abrió a Magnason un universo inmenso que estaba protegido bajo tierra. Allí abajo, en el subsuelo de lo cotidiano, el viejo lector, depositó sobre las manos de Magnason un tesoro: el Codex Regius, el códice de la Edda mayor.
Era el libro que contenía la principal fuente conocimiento sobre lo que fue la mitología nórdica. Ese fue el libro del que se han sacado las proyecciones que, por ejemplo, tienen los héroes de Marvel. La fuente de esos héroes está en aquel libro. Ese es el libro que inspiró a Tolkien, al verdadero señor de los anillos o, también, al compositor Richard Wagner.
El Códex Regius es el manuscrito donde puede leerse la titulada ‘Profecía del vidente’. Es un texto escrito hace casi mil años. Es un texto sobre el fin del mundo. Su lectura para Magnason fue importante por la perspectiva que le dio sobre el paso del tiempo. Desde entonces, la idea del paso del tiempo, la importancia de apreciar lo efímero, se convirtió para él en una obsesión.
Magnason considera que el tiempo se acaba. Estamos hablando del divulgador que planteó la necesidad de utilizar un concepto distinto para reemplazar una idea que ha quedado sin eco. Una idea que ya sólo tiene una sonoridad inexistente, con una resonancia sorda. Él plantea la necesidad de dejar de mencionar el cambio climático para empezar a hablar de lo que en realidad está ocurriendo: la acidificación de los océanos.
El sonido del mar y de sus animales son casi una terapia frente al ruido. Y allí donde se mueven las grandes corrientes acuáticas del planeta, allí se han hecho mediciones que son inquietantes. Qué está pasando en los océanos. Para esa pregunta hay una respuesta científica precisa.
El mayor cambio en 50 millones de años
Hay un hecho incontestable, indiscutible. Para confirmarlo sólo hay que revisar los datos de los estudios sobre el pH oceánico. Tomada en su conjunto, la superficie de los océanos tiene una gama básica de pH. Los
organismos marinos han evolucionado en un medio con ese pH y, por esa razón, están particularmente adaptados a ese entorno. Pero, debido a las emisiones de carbono de la industria humana, el océano está cambiando.
Su descenso de pH es el mayor cambio detectado en el medio acuático en los últimos 50 millones de años. La que está aumentando es la acidez. El aumento de la acidez del océano ya ha blanqueado los arrecifes de coral de Florida o ha matado a las valiosas ostras del Pacífico noroeste.
El pH oceánico descendió una cuarta parte sólo durante el siglo pasado. Pero conforme el océano absorbe más y más emisiones industriales de dióxido de carbono, se espera que ese pH siga sucumbiendo. Y hay un
riesgo máximo. El peligro es que cambie la cadena trófica oceánica antes de que acaba el siglo en el que estamos.
Antes de que acabe el siglo en el que estamos...es un tiempo que suena difuso, casi intangible para lo que consideramos cercano... probablemente porque no tenemos una conexión establecida con el futuro. No somos capaces de abrir la puerta del tiempo. Vivimos el presente esperando. Esperando a que llegue la hora de salir de la oficina, esperando a que llegue el fin de semana, las vacaciones de Navidad, esperando a que llegue el verano para que no haga tan mal tiempo. Vivimos esperando, casi desesperados, en ocasiones, aguardando un futuro inmediato. Pero esperando -en realidad- sin la perspectiva del tiempo que vendrá, sin la perspectiva del tiempo que será determinante.
Y ocurre, ahora ocurre que el futuro llega antes. En el pasado, el futuro era más predecible que ahora, porque la evolución era más lenta. Por eso, ahora, estamos subestimando lo rápido que va a llegar el futuro. El futuro determinante. Y pensando en que ese futuro decisivo tardará en llegar, la humanidad pasa los días esperando soluciones mágicas para detener ese zumbido, ese murmullo que llamamos cambio climático. Nos referimos al futuro de un modo vago. Dice Magnason que nos asomamos al futuro entreteniéndonos en distopías poco convincentes.
Parece que dentro de 80 años sea un tiempo que ya no nos incumba demasiado. Es el efecto aplazado del tabaco que hemos comentado alguna vez. Los fumadores asumen que el cigarrillo les matará, pero no será mañana. Si decimos que dentro de 80 años el pH del océano caerá a niveles de riesgo, en ese caso, para la inmensísima mayoría de las personas, esa advertencia no significará nada. Si añadimos que es el cambio más grande en el océano en 50 millones de años, entonces, es posible que algunos lo comenten con sus amigos el sábado por la noche, o con los sueños el domingo a mediodía. Pero una transformación tan llamativa tampoco tendrá un significado concreto para muchas personas.
"Deberíamos empezar a gritar"
El hecho es que estamos transmitiendo la información más dramática que la humanidad haya escuchado jamás, y por alguna razón peculiar, característicamente humana, para la mayoría de la personas no tiene un significado que suponga un cambio de mentalidad. La información es de tal dimensión que resulta mucho más grande que el propio lenguaje. Acudamos a un ejemplo más manejable para explicarlo mejor. Los científicos no pueden mirar directamente a un agujero negro, la única forma de comprender la escala y la fuerza de un agujero negro es mirando a la periferia, observando su alrededor. Con la hecatombe que se agazapa en el futuro, sucede algo parecido.
La acidificación de los océanos es de tal magnitud que deberíamos empezar a gritar ahora mismo. Deberíamos gritar y echarnos las manos a la cabeza. Deberíamos lanzar un grito colectivo que se escuchase hasta e la luna. Pero no lo estamos haciendo. Y no parece que lo vayamos a hacer. Porque pensamos que queda lejos en el tiempo.
Tomemos a Magnason como referencia. Sus abuelos maternos fueron exploradores glaciares en Islandia. Y una tarde de domingo, en la cocina, metiendo los platos en el lavavajillas estaban nuestro hombre, su
hija y su abuela, la abuela de Magnason. Por tanto la bisabuela de la niña, una mujer que nació en 1924. Y aquel día del que ahora nos estamos acordando su hija tenía 10 años. De modo que él le hizo una pregunta a su pequeña. Le preguntó cuándo tendrás la edad de tu bisabuela, a la que tenía allí delante. Y la respuesta de la niña, después de un tiempecito pensando fue la siguiente. Ella, la niña, tendrá la edad de su bisabuela en el 2102. Parece lejos. Pero no lo es.
Entonces, Magnason le dijo a su hija: imagina que cuando tengas la edad de mi abuela estés sentada en esta misma cocina con tu bisnieta que hablará de ti como una gran influencia en su vida. Entonces ella calculó que esa niña del futuro alcanzaría la edad que tenía aquel día la abuela de Magnason en el año 2180. O sea, que la hija Magnason podría transmitir un mensaje de la abuela de Magnason que será recordado en el año 2180 sin que ese mensaje jamás haya sido escrito, simplemente transmitido de una persona a otra persona y a otra persona todas convertidas por el mismo vínculo. De ese modo acababa de abrirse una puerta en el tiempo, una puerta abierta desde 1924 hasta 2180. Casi 250 años.
Los que ya tengan alguna edad relevante, piensen en alguno de sus nietos: es muy posible que estén vivos en el siglo XXII. Tenemos ante nosotros un gran desafío. El más importante que se haya tenido jamás. Cada día estamos creando el futuro que vendrá. El tiempo es el tiempo de las personas que conoces y amas y de las personas que conocerás y amarás. Por ellos, por nuestros descendientes, es importante plantearse qué está pasando en los océanos. Porque lo que está pasando en los océanos es muy grave, pudiendo condicionar seriamente la vida de quienes lleguen a conocer el siglo XXII.