La gente buena no suele pasar a la historia
Joachim Michelberger es un hombre que ha cambiado la vida de millones de personas; y, sin embargo, no lo conoce casi nadie
Dice el escritor Jorge Corrales que la gente buena no suele pasar a la historia. Y pone un ejemplo: la historia de un tipo llamado Joachim Michelberger. Cuenta Corrales que Joachim ha cambiado su vida y la de millones de personas; y, sin embargo, no lo conoce casi nadie.
La historia de Joachim comienza en Colonia, Alemania. Pero no en la Colonia monumental junto a la catedral, sino en un pequeño barrio a las afueras. Podríamos entretenernos contando aspectos de su vida, contando que Joachim era el segundo hijo de una familia trabajadora, que obtuvo estudios de contable, y se casó con una mujer llamada Ulrike.
Podríamos dar algún que otro detalle pero tiene poco sentido, porque en su biografía no encontraréis nada extraordinario. Joachim era un tipo normal. O mejor dicho, no era un tipo normal. Era un buen tipo. En Colonia, sus vecinos están muy orgullosos de una ciudad que se fundó a orillas del Rin hace 2.000 años. Más allá de su barrio, a Joachim no lo conocía nadie. Pero, en su barrio era alguien apreciado. Nadie sabe
explicar bien por qué, pero era de esa gente que siempre camina con una sonrisa en la boca.
A Joachim le encantaba volar cometas con su hijo. Cuando terminaba su trabajo siempre se les veía juntos en el parque, con algún cacharro con alas entre las manos. Pronto el hijo de Joachim empezó a crecer y, con ello, comenzó a tener más amigos. A Joachim no le importó. Después del colegio, les recogía a todos y les veía disfrutar. Un día, entre los amigos de su hijo apareció un niño turco.
Estamos hablando de los años 80, en el oeste de Alemania y aunque -ya entonces- era normal la emigración, todavía había una barrera que separaba a las dos sociedades. En las sociedades adultas, por supuesto. A los niños les da igual el lugar de nacimiento. De modo que aquel niño turco comenzó a frecuentar la casa de Joachim. El pequeño iba y venía desde el otro lado de la calle, donde vivía. Pronto, Joachim conoció a los padres del vecino. Eran inmigrantes turcos que habían venido a trabajar en la fábrica de Ford.
Aquellos padres tenían, sobre todo, una esperanza: la de darle a su hijo una vida mejor que la que ellos habían tenido. Y parecía que aquel anhelo estaba dando sus frutos.
Entre los cromos de fútbol y los deberes del colegio, Joachim empezó a fijarse en que el niño llevaba libros de ciencia. Joachim se atrevió un día a preguntarle si le gustaban los experimentos. El chico simplemente respondió: "Es que de mayor quiero ser médico". Los chicos se fueron haciendo mayores y llegó un momento que no debería ser traumático, pero que generalmente lo es. El paso a la escuela secundaria.
En Alemania, la educación secundaria se divide en dos partes: una básica, el Haupschule, y otra enfocada a estudios superiores, el Gymnasium. La decisión para que un niño vaya a la Haupschule o al Gymnasium se toma al rededor de los 12 años. El caso es que la decisión se toma de común acuerdo entre los padres y los profesores. En el caso del hijo de Joachim fue elegido para pasar al Gymnasium, a la vereda que conducía a los estudios universitarios. Pero, sin embargo, Joachim se percató de que no estaba contento. Algo pasaba.
Un gesto que ha salvado miles de vidas
El misterio se desveló enseguida, al día siguiente se encontró con su vecino, el padre del niño turco. Los profesores le habían recomendado que el chico no pasara al Gymnasium. Pero por suerte para aquel muchacho, Joachim era su vecino. Y Joachim tenía toda la fe en las posibilidades de aquel chico. No entendía como los profesores no se habían dado cuenta. No lo concebía. Ese mismo día se acercó al colegio para hablar con los profesores. Fue hablando uno por uno con ellos: Aquel chico era listo, era bueno y no podían quitarle esa oportunidad por su lugar de nacimiento. Al final los convenció a todos. Como dice el escritor Jorge Corrales, Joachim era un buen tipo.
Ese pequeño gesto, ese pequeño empeño, ese ejercicio de confianza en un muchacho y de perseverancia hizo posible que años después se pudieran salvar unas cuantas vidas. Quién sabe cuántas. Las consecuencias de aquello crearon un maravilloso Efecto Mariposa que llega hasta hoy.
El nombre del niño turco es Uğur Şahin, uno de los padres de la vacuna contra el coronavirus, junto a su mujer: Özlem Türeci. Los dos son los fundadores de Biontech y han desarrollado un tipo de vacuna que podría evolucionar a terapias con las que poder curar varios tipos de cáncer.
El momento que estamos escuchando corresponde al día en el que el gobierno alemán concedía a los dos investigadores de origen turco la más alta distinción del estado germano. Era el reconocimiento a tan elevada contribución. Era una demostración de orgullo por tener entre su comunidad científica personas tan brillantes, que tanto han hecho por la humanidad en un momento crítico.
"Seamos buenas personas"
Uğur Şahin no hubiera ido a la Universidad si no fuera por ese vecino que se empeñó en que el chico merecía una oportunidad. Y él, el señor Sahin, no se ha cansado de contar esta historia. No se ha permitido olvidar qué fue lo que permitió que él pudiese llegar a estudiar. Si no hubiera sido por Joachim, sería un caso más de alguien muy brillante que se hubiera perdido para la ciencia. Pero lo más bonito es que Uğur Şahin no lo cuenta desde el resentimiento, sino desde el agradecimiento. El agradecimiento a la bondad humana, al saber ver más allá de nosotros mismos y pensar en los demás. Al hecho de que alguien decida esforzarse y entregar su tiempo a un asunto que es tuyo.
Es un agradecimiento a los pequeños gestos. Dice Jorge Corrales, a quien le debemos la historia que hoy estamos contando, que, por favor, seamos buenas personas, como Joachim y como Uğur Şahin. Vacunémonos,
ayudemos a nuestros vecinos con ese pequeño gesto.
Sólo un detalle más: Joachim Michelberger no existe. El nombre del vecino real de Uğur Şahin se desconoce. Nunca ha querido hacerlo público. Porque el vecino no lo consideraba importante