Lo que le pasa a Sánchez es que tiene varios conflictos al mismo tiempo. El más divulgado, el de las vicepresidentas, que condiciona la estabilidad de Gobierno. Pero tiene el conflicto de un pacto de coalición firmado apresuradamente, porque lo que le importaba en aquel momento era conseguir la presidencia del Gobierno y el resto Dios proveerá.
Y ahora tiene la inmensa responsabilidad de que una reforma no ponga en peligro la recuperación del país o la paz social. Hacer posibles compatibles ambas cosas es un desafío para estadistas y la primera necesidad nacional. De nada sirve un cambio radical de legislación si los inversores se asustan ante las condiciones de contratación. Y al revés, de nada sirve satisfacer a los inversores si los sindicatos ven la nueva legislación como un ataque al empleo digno y estable y se ven obligados a meter al país en un bucle de conflicto social.
Es seguro que Pedro Sánchez, en medio de todo esto, hizo promesas incompatibles, gestos que suscitaron recelos entre personas y discursos según el auditorio que tenía. Los últimos, para sugerir laderogación en el Congreso del PSOE y rebajarlo al cambio de algunas cosas tres semanas después.
Si de esas contradicciones se obtiene una síntesis, lo veremos hoy. Si, como diceLa Razón, no acepta una reforma sin acuerdo con la patronal y consigue convencer de lo mismo a los sindicatos y Yolanda Díaz, empezaremos a creer en él. Y él empezará a ser un presidente razonable para este país.