Me dejan desolado, director. Y, por lo que hemos visto ayer en el Congreso, a la mayoría parlamentaria, también.
Es que tanto el ministro Albares como el presidente del Gobierno están hablando de la carta de Sánchez a Mohamed VI como si fuese al revés: una carta del rey marroquí al presidente español. Incluso como si fuese un tratado de amistad y cooperación o la superación histórica de todos los contenciosos.
Seamos serios: esa carta solo es la expresión de unos deseos del gobierno español. Nada más. Sánchez asegura que se garantiza la soberanía de Ceuta y Melilla, cuando lo único que figura en el escrito es la integridad territorial, que para Marruecos es precisamente la recuperación de las dos ciudades autónomas.
Hasta donde estamos informados, Marruecos no hizo otra cosa que filtrar el párrafo de la dichosa carta donde Sánchez avala a Mohamed VI en la cuestión del Sahara. Ahora el rey Mohamed tiene los pequeños gestos de reponer a su embajadora y abrir el tráfico aéreo y marítimo, pero ni siquiera el terrestre.
No tenemos noticia de ningún acuerdo entre naciones que hable de fin de los desencuentros. Lo que hacen los señores Sánchez y Albares es intentar salvarse como pueden de la jugarreta del monarca alauí y no quedar como unos pardillos.
La prueba está en los tiempos. ¿Por qué hay que esperar al día 30 para que el presidente dé una explicación al Parlamento? Por una razón tan elemental como esta: porque hay que construir esa explicación.