Madrid | 17.03.2020 10:06
Digo confinamiento domiciliario y no arresto domiciliario, por mucho que nuestros hijos piensen que se les ha castigado. Ya han descubierto que no están de vacaciones. Y empiezan a echar de menos las satisfacciones de la vida en libertad, por mucho que exigiera ésta última ir al colegio.
Es una novedad para las familias descubrirse a sí mismas. Empezarse a conocer, incluso. ¿Y tú en que trabajas, mamá? ¿En qué curso de la ESO estás, hijo mío? ¿Desde cuándo tenemos perro? Pues desde hace seis años, hijo mío. Se llama Lex.
No es fácil organizar el zafarrancho doméstico. Ni repartir los minutos del cuarto de baño ni las tareas domésticas. Parecemos encontrarnos en un experimento sociológico. La mejor manera de resolverlo consiste en la tolerancia y en la paciencia, pero no es sencillo sobreponerse a la claustrofobia.
Hubiera sido más complicada la experiencia en los tiempos de la única televisión y del mando (a distancia) único. Habría más discrepancias para elegir una película que en las deliberaciones de un consejo de ministros, pero las plataformas de series y las alternativas de la piratería han desdibujado el centro de gravedad. No existe la chimenea como existía antaño.
De hecho, nuestros chavales ya estaban en cierto modo aislados de serie. El ensimismamiento tecnológico adquiere ahora el valor de un entrenamiento. Estaban familiarizados con la experiencia de comunicarse desde el propio "centro de pantallas". Jugaban ya antes on line. Y ligaban on line también. El confinamiento ya formaba parte de sus vidas, no digamos cuando cundieron las epidemias lúdicas. Ninguna tan endémica como el Fortnite.