Rubén Amón indulta al juez Llarena: "Ha reaparecido dispuesto a terminar el trabajo con Puigdemont"
Rubén Amón indulta en Más de uno al juez Llarena después de que el Parlamento Europeo haya retirado la inmunidad a Carles Puigdemont.
Madrid | 11.03.2021 10:14
Hay que reconocerle al juez Llarena la constancia, la perseverancia. Por eso he dicho alguna vez en este espacio radiofónico de éxito que me recuerda al carcelero Javart. O al policía Javart, el oficio que luego emprende uno de los protagonistas de Los Miserables.
Es él quien dedica su vida y su obra a la captura de Jean Viljean en la novela de Víctor Hugo. Y no le disuaden de hacerlo ni la astucia del delincuente ni el paso de los años. Javart hace de Viljean su razón de ser en el nombre de la Justicia.
A Llarena le sucede lo mismo con Puigdemont. Esta siempre a punto de capturarlo. Y bien pudo haberlo hecho cuando el expresidente escapista huyó a Alemania. Podrían habérselo entregado por el delito de malversación, pero Llarena no quería resignarse al delito menos relevante. Quería enchironarlo por caza mayor, rebelión y sedición para entendernos.
Pudo haber sido un error. Mejor traerlo por la letra pequeña que dejarlo en el limbo, pero Llarena ha reaparecido en la actualidad dispuesto a terminar el trabajo. Y a resarcirse. Se diría que Puigdemont es la némesis del juez, el antagonista pendenciero en busca y captura.
Llarena es un tipo hermético y reservado, lo más alejado del juez estrella. No concede entrevistas. No presume. Y no tiene mejor camino que conservar el anonimato que el casco del que se recubre la cabeza para pasearse con su Harley Davidson.
Ningún vecino de Barcelona sospecharía que la bestia negra del soberanismo se desdobla en un ángel del infierno, crucificado en el manillar de su ruidosa moto americana.
Y no es que Llarena sea barcelonés, que nació en Burgos, pero allí prosperó hasta adquirir la presidencia del la Audiencia Provincial. Quiere decirse que Llarena ha vivido la pujanza y degeneración del soberanismo. Y que ahora quiere combatirlo desde la Sala Segunda del Supremo.
La ocupa desde 2016, pero es ahora cuando ha asumido un papel canónico y sobrevenido de personificación del Estado. L’Etat c’est moi decía Luis XIV. El estado soy yo, dice Llarena, poniendo precio al último cromo de la colección.