Se convertía Chaves en florero. Asumía su extrañeza al descomunal fraude. Pretendiendo demostrar que la ignorancia equivale a la inocencia. Y contraviniendo incluso el mito fundacional de nuestra cultura grecolatina. Me refiero a Edipo. Y la manera en que el rey de Tebas expía su responsabilidad arrancándose los ojos. No sabía que mató a su padre. No sabía que yació con su madre, pero la ignorancia fue un agravante. Y un motivo para el sacrificio, sin contradecir la versión psicoanalítica de Les Luthiers.
La ignorancia, en cambio, es para nuestra clase política un estimulo y una escapatoria. No sabía Rajoy quien era Bárcenas. Ni Pujol quién era su padre. Ni la infanta quién era Urdangarin. Tampoco sabían los consejeros de Caja Madrid que la tarjeta black fuera una manera de atracar el banco con número secreto. Ni sabía Esperanza Aguirre que sus lugartenientes políticos, López Viejo y Granados, le hubieran organizado en el despacho de al lado la Gürtel y la Púnica.
Me lo voy a creer en un ataque de credulidad. Pero no es fácil aceptar que fiemos nuestro porvenir a líderes o lideresas que saben lo que necesitamos pero no saben de quiénes se rodean. Políticos que hacen de la ignorancia una virtud. Y que por la misma razón recortan en educación y en cultura. La marca España no es la Ñ. Es la X.