El monólogo de Alsina: "Vox se ve como el cancerbero que abre la puerta del cambio, pero solo vale si PSOE y Podemos se cierran a pactar"
A Santa Claus ya no llega porque repartió sus regalos el martes y ya está de regreso en Laponia, dándose un baño caliente y esperando a que el uniforme colorao salga de la secadora.
A Santa Claus no llega pero a los Reyes Magos sí. A los Reyes aún hay tiempo para escribirles la carta y Juan Marín ha escrito la suya. Les pide que algunos diputados de Podemos Andalucía se abstengan en la segunda votación para que Moreno Bonilla salga elegido presidente (y él pueda ser vicepresidente) sin deberle nada a Abascal, el que manda en Vox. Y ofrece, no a los Reyes Magos sino a Teresa Rodríguez, una de las siete sillas de la mesa que se va a poner en pie mañana. El nuevo Parlamento andaluz. La mesa de ese Parlamento, que es el órgano que gobierna la vida parlamentaria.
Si no está usted enterado de lo que sucedió ayer yo se lo cuento. Alguien sacó el móvil en el bar de la estación de tren de Cádiz porque identificó en una mesa del fondo a tres personas conocidas. A saber, Juan Marín, el de Ciudadanos Andalucía, Teresa Rodríguez, de Podemos, y Antonio Maillo, Izquierda Unida. El primero tiene 21 diputados en el Parlamento nuevo que se constituye mañana. Los segundos suman 17. ¿Qué hacían los tres tomando café en el bar de la estación? Sondearse, escrutarse y ver si hay alguna posibilidad, o no, de dejar a Abascal con un palmo de narices. ¿Cómo?
En Ciudadanos dan por hecho que los doce diputados de Vox nunca van a votar en contra de la investidura de Moreno Bonilla. Como mucho, si nadie ha contado con ellos para pactar nada, se abstendrían. Para ser elegido Moreno necesita más síes que noes. Síes tiene 47 asegurados, los suyos y los de Marín. Noes, si nada cambia, los 33 del PSOE. Si cuatro diputados de Podemos se abstienen, Moreno sale elegido (y Marín con él) sin el apoyo explícito de Vox. Lo cual para Ciudadanos sería un alivio.
Abascal está muy rebotado, o eso quiere que parezca, porque se siente objeto de un cordón sanitario. Ay, estos de Ciudadanos que a él lo tratan como si tuviera la peste mientras se van a tomar café con los podemitas y los de Izquierda Unida, bolivarianos, comunistas y amigos de Otegi. Escribió un tuit ayer en el que dice que no va a haber mayoría alternativa en Andalucía por culpa de Ciudadanos. Por el cordón sanitario.
A Abascal las urnas le trajeron una llave. O él creyó que el llavero entero. Vox se ve como el cancerbero que abre y cierra la puerta del cambio. La pieza del puzzle imprescindible para que la principal novedad política de este otoño-invierno prospere. Pero la llave sólo vale si los otros dos grupos parlamentarios, el del PSOE (menguado) y el de Podemos (que ahora incluye a IU) se cierran a pactar nada con la pareja PP-Ciudadanos. La primera puerta a la que llamó Rivera fue la del PSOE. Aunque sólo fuera por aquello de que Ciudadanos hizo presidenta a la señora Díaz hace cuatro años. Hoy por ti, mañana por mí. Pero Ciudadanos en este viaje no puede ir solo porque solo no llega a ninguna parte. Marín y Moreno Bonilla, les guste más o les guste menos, son siameses. Y el PSOE ya dijo que no van a abstenerse ellos, habiendo ganado las elecciones, para poner al frente de la Junta a Juanma. A tanto no llega la cura de humildad susanista. La única puerta que queda es la de la otra pareja, Teresa Rodríguez-Antonio Maíllo, el Podemos andaluz (emancipado de Pablo Iglesias) y lo que va quedando de IU, que en Andalucía aún conserva algo de peso y personalidad propia (en el resto del país, Garzón va camino de enterrarla).
¿En cuánto valora Podemos Andalucía tener una de las siete sillas de la mesa del nuevo Parlamento? ¿Cambia silla por un número de abstenciones suficientes para hacer presidente a Moreno en la segunda votación? Después de la foto de ayer, Ciudadanos-Podemos, ninguno de los participantes ha querido abrir todavía el pico. Dicen que no hay novedad y que no hay acuerdo. Y no quieren decir más porque la transparencia se predica bastante más de lo que se practica. En 24 horas estaremos contando la constitución del Parlamento andaluz del cambio. Sólo les quedan unas horas a todos para ver cómo se organizan.
El rey arriesgó poco, ya se lo dije ayer.
Pasó de puntillas por la cosa territorial y la cuestión catalana y se explayó con los problemas de los jóvenes para emanciparse debido a la precariedad de sus contratos. Arriesgó poco porque en esto de las dificultades de los jóvenes todos los partidos lo ven como lo ve el rey. Y todos hacen ese mismo discurso.
Si se fijan un poco, lo que el monarca vino a decir es que en este año 18 no se ha resuelto ninguno de los problemas que tiene el país. Por eso es enternecedor comprobar que quienes tienen la obigación de encontrar la manera de solucionarlos, los partidos que están en el Parlamento, se declaran reconfortados porque el rey habló de lo mal que lo tienen los jóvenes. A ver si un año de estos puede dejar de decirlo porque esos mismos partidos han encontrado la manera de cambiarlo.
Este año no dijo ni media el rey sobre la corrupción, por ejemplo, pero esta vez ningún partido se lo ha reprochado. En otro tiempo, Iglesias y Echenique se le habrían echado a la yugular por no decir nada de los corruptos, pero ahora… entre que ya no está Rajoy y que Urdangarín, en contra de lo que Podemos sugería, lleva en prisión ya unos cuantos meses, no lo han echado en falta.
Sobre Cataluña, Iglesias sostiene que el rey ha admitido implícitamente que se equivocó el tres de octubre de 2017. Muy implícitamente ha debido de ser, porque sólo lo ha visto él. El rey dice que hay que asegurar la convivencia. Pero también, que la convivencia en España se llama Constitución. La Constitución que Puigdemont y Junqueras intentaron tumbar en Cataluña. La Constitución que ahora tiene en la boca todo el día Podemos pero que antes decía que era fruto del infumable pasteleo de la transición tutelada por el ejército franquista. El discurso volvió a ser una revindicación de la transición. Y es entrañable también, navideño incluso, escuchar a Pablo Iglesias censurar a Vox por querer eliminar algunos de los principios que inspiraron nuestra democracia. A ver si va a ser Pablo quien está admitiendo implícitamente que se equivocó al menospreciar el pacto que se consiguió en España en 1978.
Es verdad que la palabra que escogió este año don Felipe, convivencia, es la que más utiliza Sánchez para hablar de Cataluña. Ya lo anticipamos aquí el lunes. El rey no iba a sabotear la política de ducha escocesa a que nos tiene acostumbrados Sánchez: esta semana toca darle jabón a Torra como hace dos semanas tocó darle cera. Qué tocará cuando llegue la semana santa. Convivencia es una palabra comodín que vale lo mismo para darle calorcito a Sánchez que para ponerse firme y exigir que las instituciones defiendan al Estado. Convivencia ya aparecía en el discurso de octubre de 2017. Era la convivencia lo que había sido socavado por las autoridades catalanas.
Ahora que Sánchez está no en resolver la cuestión —que él tampoco sabe cómo— pero sí en que no le monten a él otro primero de octubre, el rey está en esperar y ver. Y el independentismo está en el raca raca. Ahora que Sánchez ha distinguido a Torra tratándole como un presidente autonómico prime, más importante que los demás, Torra agarra la ocasión al vuelo y ya está predicando que hay que montar una comisión de extranjeros que diseñe un proceso de negociación entre los dos gobiernos, el de España y el de Cataluña, de Estado a Estado y como si estuvieran diseñado el armisticio que pone fin a una guerra. A ver lo que tarda Sánchez en aprender en cabeza propia lo que ya aprendieron sus antecesores: al independentismo les da la mano y te arranca el brazo. Porque el independentismo es, y no lo oculta, insaciable.