El monólogo de Alsina

El monólogo de Alsina: Los supuestos asesinos custodiando lo que queda de sus víctimas

Les voy a decir una cosa.

Es un tren incoherente. Inarmónico. La locomotora es de colorines: roja, verde, con bandas amarillas y azules. Si fuera más pequeña, podría confundirse con los trenecitos pintados de algún color llamativo que hacen recorridos turísticos por las ciudades pequeñas o los parques temáticos.

ondacero.es

Madrid | 21.07.2014 20:16

En este tren, sin embargo, los vagones son todos grises, con puertas metálicas correderas y sin un solo adorno en sus laterales. Vagones -grises- de carga enganchados en fila tras una locomotora de colores. La estación es la de Torez, a quince kilómetros de Gravobo, en Ucrania. Los vagones están refrigerados para preservar -ahora sí, después de cuatro días al aire- los restos mortales de doscientas personas asesinadas el jueves cuando volaban a Malasia. Junto al tren parecen, en las imágenes, hombres en manga corta, con chalecos y gorra azul, algunos con mascarillas, otros tapándose con un trozo de tela la nariz y la boca. Con una mano sostienen el pañuelo, con la otra sostienen un arma. Son integrantes de los grupos armados que combaten al ejército ucraniano en el Donbás, secesionistas que se organizaron, y asaltaron arsenales, cuando Yanukovich salió por piernas y se hizo fuerte el Maidán en la capital del estado. Muchos de estos hombres eran antes oficiales del ejército ucraniano. Otros eran civiles que se sumaron al levantamiento, guerra de liberación la llaman ellos. En Torez, esta localidad con estación de tren, locomotora de colores y vagones cargados de cadáveres, el control lo tienen ellos, los independentistas del Este afines a Rusia. Sospechosos muy principales de haber derribado el avión de pasajeros. Los supuestos asesinos custodiando lo que queda de sus víctimas. “Son ellos”, decía esta mañana el primer ministro ucraniano, “son ellos los que no permiten que ese tren parta de la estación para empezar a recorrer la distancia que separa los cuerpos de las familias que esperan recibirlos”. Se lo dijo Yatseniuk esta mañana a Mark Rutte, el primer ministro del país que ha perdido a 193 de sus nacionales en este atentado, Holanda. El gobierno ucraniano propuso que todos los cuerpos sean trasladados a Ámsterdam y que se hagan allí los análisis y las autopsias. “Dejemos”, dice, “que la dirección de la investigación internacional la asuma Holanda”. Rutte, cuya prioridad es repatriar a las víctimas, reclama que Moscú presione a sus aliados para que dejaran de retrasar cruelmente el transporte de los asesinados. A medida que van pasando las horas, y que la desesperación de las familias aumenta -encajada la ausencia perpetua de los suyos el único alivio que esperan es el de poder tener sus restos mortales consigo-, a medida que los días pasan sin que comiencen las autopsias, las demandas que se le han ido haciendo a Putin han ido siendo más básicas: hoy no le han reclamado que desmovilice a los prorrusos, ni siquiera que fuerce un cese temporal de hostilidades en Donestz, hoy lo que se le pidió es que actúe para que ese tren pueda empezar a moverse. Los enviados holandeses sellaron este mediodía los vagones casi a la vez que el gobierno ucraniano reprochaba a los secesionistas que, incluso muertos, quisieran  utilizar a los trescientos pasajeros como rehenes. A las seis de esta tarde partió el tren de Torez camino de Jarkov. Putin, que se ofreció esta mañana a cooperar en lo que fuera necesario, ha debido de tocar algunas teclas a lo largo del día. Fue también esta tarde cuando anunció el gobierno malasio que las cajas negras del vuelo, en poder de quienes supuestamente lo abatieron, serán entregadas a los representantes del gobierno malasio. Cinco días después del derribo, la prometida investigación internacional, rápida e imparcial, ni siquiera ha podido empezar. Garantice la seguridad de los investigadores, le dijo esta tarde, a distancia, Obama a Putin, tratando de poner tono de ultimátum.

Si para algo han servido, lamentablemente, estos cuatro últimos días es para demostrar la eficacia que alcanzan a tener los llamamientos y las exigencias de esto que llamamos “la comunidad internacional”. Eficacia nula, se entiende. Ni el horror que manifestó Ban Ki Moon, cabeza visible de la ONU, por el derribo del avión en Ucrania sirvió para que se detuvieran allí las explosiones  -–todavía hoy prorrusos y ucranianos siguen intentando matarse, -ni el horror que Ban Ki Moon ha manifestado por los quinientos muertos en Gaza ha servido para que el gobierno israelí detenga su ataque aéreo y terrestre. Ni Naciones Unidas ni Barack Obama. Ambos han pedido alto el fuego, sin éxito, en Ucrania y ambos han pedido alto el fuego, sin éxito, en Palestina. Lo que hoy anunció el primer ministro Netaniahu, lejos de ser un alto el fuego, es la prolongación de la operación militar mientras no hayan sido alcanzados todos los objetivos. Que significa “hasta que al ejército y al gobierno le parezca que ya está bien”. Con el argumento de que han encontrado muchos más túneles de los que sospechaban -a la reputada inteligencia israelí se le han debido escapar decenas de pasadizos-, y con la razón real, que es haber encajado dieciocho bajas de militares sobre  el terreno, Netaniahu convierte lo que empezó siendo operación búsqueda de los tres adolescentes secuestrados y después operación búsqueda de los dos autores del asesinato de éstos, en una ofensiva total contra Hamas en la que la población palestina de Gaza, la gente que vive allí, ha pasado a ser vista o como cómplice por omisión de Hamas (se deja usar, dice el gobierno israelí, como escudo humano) o como estorbo que aumenta el número de muertos y obliga a la comunidad internacional a darse por enterada. Quinientos muertos en una misma ciudad en solo dos semanas es un ritmo de destrucción de vidas lo bastante alto como para que incluso los gobiernos amigos de Israel digan fuera de micrófono esto mismo que se le oyó decir a John Kerry: si esto es una operación quirúrgica y milimétrica -el famoso estribillo del ejército israelí: asesinatos selectivos preservando al máximo la vida de los civiles- si esto es una operación milimétrica que venga dios y lo vea. El gobierno israelí repite cada día que su intervención es contra Hamás, no contra la población palestina de Gaza. Y que esto no es un conflicto bélico, sino lucha contra el terrorismo. Pero sus hechos no se corresponden con su discurso. Cuando los llamados “daños colaterales” (familias desplazadas de sus hogares, niños asesinados, hospitales alcanzados por bombardeos) son superiores a los llamados “daños selectivos” (el activista de Hamas señalado por Israel como terrorista que vuela por los aires cuando se movía en coche), entonces difícilmente puede considerarse una operación militar como otra cosa que una ofensiva bélica contra una ciudad a la que se considera responsable de que, desde allí, sigan saliendo los cohetes. Como escribe hoy el corresponsal militar de Haaretz, Amos Harel, “el grado de destrucción va camino de alcanzar el de Beirut en 2006, y lo que empezó como operación militar limitada pronto será definido por la prensa como una guerra”. El gobierno israelí está actuando como si todo Gaza fuera Hamás. Probablemente porque, más allá del discurso oficial, eso es lo que, en el fondo, piensa. Que un palestino de Gaza es una derivada de Hamas. Hamas es responsable de lo que le suceda a él porque él es responsable del poder que, en ese territorio, tiene Hamás.