El monólogo de Alsina: De pronto, la muerte. Sin avisar, como casi siempre. Sumiendo a los vivos en esa pregunta que carece de respuesta y que es por qué
Les voy a decir una cosa.
De pronto, la muerte. Sin avisar, como casi siempre. Sumiendo a los vivos en esa pregunta que carece de respuesta y que es por qué. Por qué mi madre, mi hermano, mi hija que esta mañana madrugó porque tenía médico en Ávila, dos horas y media después de levantarse ya no existía. Cómo puede morirse una hermana, un padre, una abuela con la que anoche mismo hablaste por teléfono, con quien quedaste en hablar esta semana para organizar la comida del domingo. Cómo es posible que ese teléfono que tienes en la agenda ya no sea de nadie, ya no sirva de nada.
De pronto, recién comenzado el lunes, se apareció la muerte. A las nueve menos cuarto de la mañana. Kilómetro 123, nacional 403, término municipal de Tornadizos, provincia de Ávila. Eso cae por donde el embalse de Becerril, dicen quienes conocen la ruta. Lo dijeron ya a primera hora, cuando llegó la noticia de que un autocar había volcado. Aunque el término municipal es Tornadizos, el núcleo urbano queda muy lejos, por allí la que pasa es otra carretera, la autonómica 505. Por eso al escuchar “Tornadizos” muchos creyeron que el autocar sería otro. “Ése no es el autobús que coge la abuela, el suyo va por la nacional, el suyo es otro”. Escuchar por la radio la noticia de que un autocar se ha salido de la carretera y no saber, a ciencia cierta, si es el que usa una persona querida es una angustia difícilmente comparable, la angustia de no saber. Escuchar por la radio que hay víctimas mortales, llamar insistentemente al móvil de esa persona, oír la señal una y otra vez sin nadie, al otro lado, que lo atienda, es el comienzo de una cuesta abajo que no está en tu mano evitar; es la repentina transformación de lo que iba a ser un día corriente en un infierno. De pronto, la muerte. Sabes antes incluso de saber. Lo del nudo en la garganta no es una forma de hablar, ocurre físicamente. Sabes que es él, o ella, uno de esos muertos de los que habla la radio antes de que nadie, oficialmente, te lo confirme, antes de emprender camino al polideportivo Carlos Sastre que hoy se convirtió en destino de familias enlutadas por dentro y vestidas, por fuera, de verano para las que este ocho de julio de 2013 será ya, siempre, “el día del accidente”. El autocar había pasado ya por Burgohondo, por Navaluenga y por El Barraco. Treinta y dos pasajeros. El embalse de Becerril es casi la última referencia antes de enfilar los últimos kilómetros hacia Ávila. Ya estaban llegando. Pero el vehículo, de pronto, se sacude, gira de golpe y vuelca. El que pudo salir por su propio pie, lo hizo intentando entender qué estaba pasando. A los que quedaron inconscientes, a los heridos graves, los irían descubriendo los bomberos cuando accedieron al vehículo. Como descubrieron los cuerpos de aquellos cuyas vidas terminaron allí, sin más explicación, sin más aviso. Nueve muertos, todos los demás heridos, sólo el conductor ileso. Físicamente ileso, las lesiones psicológicas en el parte inicial no se cuentan. Cuántas llamadas habrá recibido esta mañana Hugo, el otro conductor que suele hacer esta ruta; llamadas de amigos y familiares suyos que le creían en ese autobús y respiraron hondo antes de marcar esta mañana su número. Cuántas llamadas no habrá recibido el conductor que sí era, este hombre cuya identidad aún no ha trascendido, 54 años, que según “El norte de Castilla” ha confesado esta tarde que se quedó dormido.
Si incurrió en alguna negligencia, habrá de encarar el castigo penal que la ley contempla. Aunque, incluso si no la hubiera cometido, el peso de lo que hoy ha pasado este hombre lo llevará consigo el resto de su vida.
Tú también te estarás preguntando por qué este autocar no llevaba cinturones de seguridad para los pasajeros. No era obligatorio, han dicho hoy las autoridades, el vehículo es anterior a la normativa de 2007 y no se obligó a hacer las adaptaciones. Quién sabe de qué estaríamos hablando si cada pasajero hubiera llevado su cinturón. Puede que hoy estén lamentando que no los llevaran muchos conductores que, en su día, fueron muy críticos con la obligación de llevar cinturón de seguridad en los turismos, el conductor, el copiloto, los pasajeros del asiento de atrás, ellos también. Los accidentes suceden. No salimos a la carretera pensando en ello (bastantes cosas tenemos en las que pensar), nadie te asegura que no vaya a surgirte algún contratiempo y es verdad que, por más elementos de seguridad que hayan ido incorporando los vehículos, las garantías nunca son plenas. Pero todos esos elementos de seguridad están ahí para utilizarlos en nuestro beneficio. Teniéndolos, es bastante absurdo no utilizarlos.
La historia de estas 33 personas y sus familias es la más dura de este día en el que se sigue hablando de Bárcenas. Ni un día sin Bárcenas. Que a un evasor en prisión preventiva le dimitan sus abogados es bastante noticia si el evasor en cuestión fue tesorero del partido que hoy gobierna y viene amenazando (hasta ayer de manera indirecta y desde ayer de manera clara) con aportar información tan comprometedora, tan comprometedora, que, tachán tachán, caería el gobierno. En la calificación de riesgos de los documentos confidenciales esto de provocar caídas de instituciones es como la triple A, calidad máxima. Para que a alguien que guarda papeles comprometedores se le tome en serio tiene que decir que su divulgación harían caer o al gobierno, como dice Bárcenas, o a la Corona, como se hartó de decir el socio de Urdangarín, Diego Torres, alias el rey del correo electrónico. Qué más tiene Bárcenas que aún no haya aireado nadie lo sabe, pero lo nuevo en su serial es que, ahora sí, los papeles de Barcenas resulta que son de Bárcenas. Lo que tantas veces y bajo tantas circunstancias negó, ahora (en prisión) lo admite. Las anotaciones que publicó El País son suyas, existen manuscritos originales, los fotocopió (y difundió) Trías Sagnier y lo que reflejan son entradas y salidas de dinero de la caja del PP en efectivo y sin que constara en la contabilidad oficial del partido --dice Bárcenas--. Las entradas son donaciones de empresarios a los que luego se hacían favores en adjudicaciones y contratos públicos (dice Bárcenas) y las salidas son sobresueldos y gastos electorales. Es decir, que todas las veces que refutó la autoría de esos papeles mintió como un bellaco (en entrevistas periodísticas y en declaraciones ante el juez) y que si lo hizo, cuenta ahora, es porque interpretó que ésa era su parte del trato con el PP: él negaba que esos papeles fueran ciertos y, a cambio, se movían algunos hilos para que su situación judicial fuera menos apurada --dice Bárcenas--. O los hilos no fueron movidos o el efecto no fue el que se buscaba, por el ex tesorero lo ha ido teniendo cada vez peor hasta acabar en prisión provisional y con fianza civil de 43 millones de euros. Según la versión facilitada a la prensa, los abogados salen en estampida por diferencias con su cliente sobre la forma de llevar la defensa. Tiene sentido la explicación porque Bárcenas lleva una especie de defensa paralela de sí mismo a base de reunirse con periodistas desde hace meses. Claro que también tiene sentido que, en vista de cómo se le ha puesto el tema (cuentas bloqueadas, fianza civil de 43 millones) tengan alguna duda los abogados de que, llegado el caso, puedan cobrar lo que Bárcenas ya les adeuda.