Es posible que esto se parezca a 'Juego de tronos'
Les voy a decir una cosa.
Si esto, más que una megacrisis europea, es -como dicen algunos- una guerra con parámetros nuevos en la que unos territorios tratan de doblegar a otros para que rindan su soberanía económica, entonces sí es posible que se parezca un poco a Juego de tronos.
Si ésta acaba siendo la historia de una unión forzada, y artificial, de estados que recelan del vecino y con la excusa de ayudarle a derrotar a sus enemigos, van y se la clavan, entonces sí es posible que se parezca a Juego de tronos. Como en la serie que esta noche estrena en abierto Antena 3, la política europea tiene hoy muchos protagonistas, cada uno con su parcelita de poder y cada uno pelea, invocando a todas horas el honor y la lealtad, por mantenerlo o ampliarlo. Como en la saga de George R.R. Martin, los protagonistas son muchos, nadie se fía plenamente de nadie y nunca es posible saber a ciencia cierta quiénes sobrevivirán hasta el próximo episodio. Por poderosos que parezcan, su continuidad nunca está asegurada. Ahí están Sarkozy, o Gordon Brown, o Berlusconi, o Sócrates, o Papandreu, o Zapatero para confirmarlo. Por suerte para ellos, la pérdida del poder no lleva aparejado que te corten la cabeza.
Del rey Robert Baratheon, que es quien manda ahora en los siete reinos de Poniente (“ahora” me refiero a cuando empieza el primer capítulo), se dirá en el futuro que alcanzó una gran práctica en el hábito de cerrar los ojos para no ver lo que no quiere ver. Más o menos lo mismo que se decía de los taxistas y porteros de Nueva York cuando empezaron las guerras de las mafias: no es que no quisieran denunciar lo que veían, es que se convencieron a sí mismos de que nunca veían nada. Puede que al gobernador depuesto del Banco de España, Fernández Ordóñez, de la casa MAFO, le ocurriera esto mismo, que se ejercitó tanto -y con tanta destreza- en el ejercicio de no ver que acabó interiorizándolo como algo inherente a su cargo; o puede que existieran, por encima de él, fuerzas poderosas que le obligaron a dejar hacer, prolongando peligrosamente una fiesta que acabó con muchas cajas de ahorros a lo Michael Jackson, bailando la danza de los zombies.
El gobernador difunto tiene hasta el martes para seguir anotando en su libreta los agravios de que se siente objeto, porque el martes acudirá al Congreso de los Diputados y, si ése es su deseo, allí podrá desquitarse: reivindicarse a sí mismo como guardián leal del sistema frente a las imputaciones que viene recibiendo por haberse echado a dormir mientras las cajas naufragaban hundidas por el peso del ladrillo valyrio. El nuevo gobernador, en actitud inédita en esa casa, ha leído hoy la cartilla en público al antiguo. Es verdad que lo ha hecho usando la primera persona del plural, “hemos fallado”, dijo, porque este gobernador nuevo es de promoción interna, o sea, ya estaba dentro.
Pero su reconocimiento, aparente, de errores cometidos fue, en realidad, un pliego de cargos contra el destituido e incluso su predecesor, Caruana. “No tuvimos determinación suficiente”, ha dicho, “para frenar el aumento del endeudamiento y para corregir el deterioro posterior en los balances bancarios cuando estalló la burbuja”. En España, y a excepción del Rey -”me he equivocado, lo siento, no volverá a suceder”- lo habitual es que uno admita las negligencias no propias sino de quienes le precedieron en el cargo. Ha sido muy comentado cómo NovaGalicia se ha convertido en el primer banco que pide perdón a sus clientes por los “errores” (o abusos) cometidos en el pasado, pero eso ha sido posible porque los que dirigen ahora el banco no son los mismos que lo dirigían cuando pasó todo. Siempre es más fácil admitir las negligencias cuando son de otros, de los de antes.
Rajoy no tiene ningún problema en admitir que ha sido un error mayúsculo permitir que la deuda del Estado alcanzara casi un billón de euros, pero eso es porque responsabiliza de esa deuda, en solitario, a quien le precedió en la Moncloa, de tal forma que el reconocimiento de errores es, en realidad, una atribución de culpa al otro.
Hoy, en twitter, ha sido muy comentada una declaración (descontextualizada) que realizó en esta radio Elena Valenciano. Su frase “no tenemos ninguna responsabilidad en la situación actual de España”. En descargo de la número dos del PSOE -instalada en el funambulismo discursivo de afirmar que “acompañarán a quienes salgan a la calle a participar de las protestas, pero sin encabezarlas”- hay que decir que subrayó por dos veces lo de “situación actual”, los últimos seis meses, porque sí acepta la responsabilidad de lo que pasó mientras gobernaron ellos.
Esto es muy de los dirigentes políticos de aquí: la visión trocead de la historia, dividida en compartimentos estancos: hasta aquí lo que pasó mientras yo goberné, a partir de aquí lo que pasó cuando yo ya no gobernaba. Como si la historia no fuera un continuo en el que los hechos de hoy guardan relación (y a veces hasta son consecuencia) con los hechos previos, aunque antes gobernara otro. Esta visión distorsionada, e interesada, de la historia no es exclusiva, faltaría más, de Valenciano. Los populares son muy de decir que todos los problemas de ahora son consecuencia de lo que hizo (o no hizo) el gobierno de antes, como si la falta de pericia que ellos han acreditado en estos seis primeros meses de legislatura no hubiera influido para nada en el devenir de los acontecimientos y como si antes de diciembre de 2011 no hubiera habido gobiernos autonómicos del PP, muchos, y gestores de cajas colocados por el PP, algunos, que han tenido también su parte de responsabilidad en todo lo que ha ocurrido.
Comparte la mayoría de los dirigentes políticos esta visión con orejeras o visión de burro. Y han adquirido tal soltura al aplicarla que ya cabe la duda de si lo hacen a conciencia o les sale solo. Cabe la duda de si Rajoy llegó a creerse de verdad, o fue impostura, que bastaba con que cambiara de signo político el gobierno central para que el descrédito de España ante Bruselas y los mercados empezara a ser cosa del pasado. Cabe la duda de si Valenciano llega a creerse de verdad, o es impostura, que para cuadrar las cuentas no hay por qué recurrir a subir el IVA o a bajar el suelo a los funcionarios, porque hay otras partidas a las que se puede meter mano.
Si el PSOE es capaz, ahora, de encontrar de dónde recortar hasta 50.000 millones sin tocar el IVA o a las nóminas de los empleados públicos, con mayor motivo pudo haberlos encontrado en 2010, cuando el ajuste ascendió apenas a 15.000 millones. Todo el mundo tiene derecho a cambiar de criterio, claro, y a lamentar ahora la situación de los colectivos más afectados por los recortes con la misma pasión con que entonces se explicaba que no había más remedio que cumplir con las exigencias europeas. Pero sería bueno que Valenciano aclarar si es que reniega hoy del respaldo que le dio entonces a aquellas medidas o es que su aplauso o repulsa hacia un plan de ajuste depende no de su contenido sino de qué partido político lo ejecuta. Que es lo mismo que le pasó al PP cuando rechazó los ajustes de entonces con el argumento de que podía recortarse de otras partidas.
Hoy Cospedal reclama patriotismo -viejo truco- con la misma vehemencia con que entonces reclamaba su derecho a votar en contra. Está todo tan visto, tan oído, tan manido, que la lectura que hacen de la realidad va camino de perder cualquier relevancia. Por ver sólo lo que quieren ver y cerrar los ojos a lo que está viendo todo el mundo. Como dice Tyrion Lannister, “no es que yo sea enano, es que me aplasta el peso de la verdad”.