Monólogo de Alsina: "Entre el tributo y la inquietud amanece un lunes nada normal en París"
Iniciando este lunes, 16 de noviembre de 2015. Tres días después del 13-N de París. Tres días después de la matanza y mientras se intenta dar caza, antes de que actúen de nuevo, a los terroristas que el viernes por la noche mataron cuanto pudieron pero no llegaron a matarse ellos mismos.
Desde las seis de la mañana estamos pisando la calle en París. O en realidad, la plaza. Esta plaza de la República que representa tantas cosas para esta nación y que es el lugar elegido para rendir tributo y mostrar convicción en que el pulso a los criminales de Estado Islámico lo terminarán perdiendo ellos, los yihadistas que matan.
Entre el tributo y la inquietud amanece este lunes París. Sintiéndose baluarte de la libertad de conciencia frente a este movimiento totalitario y liberticida que es el yihadismo, pero sabiéndose, a la vez, vulnerable. Nadie niega que París se sabe hoy una ciudad insegura. Que el miedo a que vuelva a pasar forma parte de nuestro estado de ánimo. Ambas cosas, el orgullo y el miedo, se vivió anoche justo aquí.
A lo largo de todo el domingo fue creciente la concentración de personas que quisieron sumarse para dar testimonio. Sin que nadie las convocara porque las concentraciones, se lo recuerdo, están (si no prohibidas) sí desaconsejadas. Una multitud es lo que están buscando los yihadistas para volver a matar y causar terror. Pero aquí cada vez había más. Trayendo flores. Escribiendo mensajes. Aplaudiendo al chaval que a media tarde se subió al monumento a poner una bandera. O ignorando a un el que por la mañana se arrancó a gritos intentando embarcar a los demás en su proclama sin el menor éxito. Ya había anochecido cuando aquí se pusieron a corear las canciones que interpretaba un espontáneo.
En ambiente entusiasta, aplaudiéndose a sí mismos, aplaudiendo a Francia. Nadie tenia la sensación —-nadie creía—- estar corriendo un riesgo por estar aquí. Hasta que se escucharon los impactos. Que parecieron tiros. Que hicieron salir corriendo a quienes estaban más cerca del ruido y, contagiados de ellos, a los varios cientos de personas que en ese momento (siete de la tarde) estaban aquí. A la carrera, buscando donde esconderse, entrando en aluvión en este hotel que está aquí. Y causando aquí dentro la huída de cuantos estábamos, buscando un lugar donde escondernos entre gritos, desconcierto y crisis de nervios.
Hoy puedo decirles que anoche, aquí, nosotros mismos sentimos lo que es el miedo. El miedo a que estuviera sucediendo de nuevo, a protagonizar esas imágenes espantosas que hemos visto estos días atrás, de personas aterradas escapando de un tipo de dispara. Y luego se supo que no habían sido tiros, sino petardos. Valiente imbécil el que los tirara. Pero también se supo que había tiroteos de verdad en otro barrio del a ciudad, el Marais, porque hay un terrorista suelto al que, en una carrera contra reloj, hay que dar caza antes de que mate (o se reviente hecho bomba y matando) de nuevo.
Eso fue el domingo. El lunes ha amanecido de nuevo. Estamos estrenando un nuevo día en París y va empezando a sentirse la actividad en la plaza de la República. ——Conversando con los parisienses que se esfuerzan, aun sabiendo lo que hay, en hacer vida normal. Empieza un lunes nada normal en París. En la noche del domingo fue Notre Damme el escenario del duelo por los asesinados…
Y hoy será Versalles el lugar donde esté representada toda la sociedad francesa, diputados y senadores, para escuchar al presidente de la república Hollande proponer una reforma de la legislación que permita prolongar el estado de emergencia más allá de los doce días que hoy permite la ley. Medidas excepciones en una nación que hace gala del escrupuloso respeto a las libertades de sus ciudadanos.
Versalles, esta tarde. Hablará Hollande. El sábado lo hizo Manuel Valls, para decir abiertamente que ésta es una nación en guerra. En realidad ya era una nación en guerra, o participando en una guerra contra Estado Islámico en Iraq y Siria. Y fue anoche cuando el ejército francés cumplió con la orden directa del gobierno de realizar el mayor bombardeo hasta la fecha de posiciones de Estado Islámico en Siria, la ciudad de Racqa que es la capital del califato.
Sarkozy, que aspira a regresar al gobierno cuando termine Hollande, reclama cambios en la política de seguridad. Pulseras electronicas para tener localizados a los fichados por vinculos yihadistas y expulsion de los imanes extremistas.
La fuerza aérea francesa combatiendo a Estado Islámico en Siria e Iraq —si los yihadistas pretendían que Francia se retirara hoy ya sabe que eso no va pasar—— y la policía francesa librando aquí una carrera contra reloj para localizar a los terroristas que huyeron el viernes y que se teme que intenten provocar otra matanza. Porque encontraron el Seat Leon que usaron para acribillas a los clientes de bares y restaurantes y había tres fusiles de asalto.
Terroristas belgas, o franceses, o británicos. No es la nacionalidad lo que distingue a un yihadista del que no lo es. Estos tíos que lo mismo asaltan una discoteca del bulevar Voltaire, que la redacción de un semanari, que una escuela de Nigeria, que una academia de policia en Yemen o un tren de cercanías en Madrid suelen ser nacidos, o afincados, en esos países. Deslumbrados por los sermones integristas y deseosos de graduarse como combatientes allí donde hay un conflicto abierto o aquí, cuando regresan ebrios de estado islámico. Porque aquello que los define como yihadistas no es la nacionalidad, ni la edad, ni el hecho de ser musulmanes. Lo que les define es recurrir a la violencia, al asesinato, para combatir no el modelo occidental, o al gobierno keniano, sino la libertad de conciencia, todo aquello que suponga un obstáculo a la consumación de su interpretación del islam como de régimen político que toda sociedad debe acatar. Si libertades de ningun tipo. Un régimen de burkas y mulás en el que esté prohibida la diversidad, la duda y la música.
El día que los yihadistas cometieron la matanza de Charle Hebdo evocamos aquí a Sebastián Castellio, aquel francés que hace cuatrocientos cincuenta años se enfrentó a Calvino por quemar en la hoguera a Miguel Servet. Una voz contra el fanatismo religioso, contra el autoritarismo de quienes se envuelven en la fe para decidir quién puede vivir y quién debe morir. Hoy cabe repetir, desde la plaza de la República en París, la frase de Castellio: “Matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre”.