Monólogo de Alsina: "Un millón de civiles en un infierno fanático en Mosul"
Hay una guerra. Claro que la hay. Con disparos, con tanques, con bombardeos. Y hay civiles. Sobre todo hay civiles. Un millón de personas. Atrapado primero en un infierno fanático que no eligieron. Atrapado ahora en el fuego cruzado entre ese infierno y quienes intentan terminarlo. Civiles cuyas vidas corren riesgo si se quedan. Y corren riesgo si intentan salir.
“Estado Islámico mató a mis dos mejores amigos. Trataban de escapar a la zona controlada por los iraquíes. Les reventaron la cabeza contra el capó de un coche y luego les dispararon”. Lo ha contado Hassan. Que tiene 28 años.
“Dos de mis hijas murieron en la huida. Una, la pequeña, pisó una mina. La otra fue alcanzada por un disparo. Antes yo tenía cuatro hijas. Ahora sólo me quedan dos. Una está atrapada en Mosul con el resto de mi familia”. Lo cuenta Ibrahim. Cuarenta años.
Testimonios de quienes pudieron salir.
Mosul. Un millón de habitantes. Ya sé que está lejos. Está lejísimos. A más de cuatro mil kilómetros de Barcelona. Perdón por hablarles de algo tan remotamente remoto. Usted que está con la cabeza puesta ahora mismo en llegar a tiempo al trabajo; en dejar a tiempo a los críos. Pero ocurre lo que está pasando allí nos afecta más de lo que seguramente estamos siendo capaces de explicar.
Hay una guerra.
Claro que hay una guerra. Convencional. De un ejército contra otro ejército. Una guerra en tierra. Que se libra desde hace dos años. Formamos parte de ella. No en primera línea, desde luego, pero sí apoyando, y alineados, con uno de los bandos.
Solemos decir esto tan asumido de que al terrorismo no se le combate con tanques. No lo combatimos con tanques aquí. Y bien que lo sufrimos.
Pero cuando los terroristas, además de células escondidas entre nosotros con fusiles y bombas, tienen miles de activistas entrenados militarmente, con vehículos militares, armamento pesado, están organizados como un ejército y van conquistando territorio (o sea ciudades, con personas) en dos países, entonces al terrorismo —a ese grupo terrorista organizado como un ejército y como un estado— se le combate militarmente. Claro que hay una guerra en tierra. Y nuestro ejército, el español, colabora —en la distancia— con quienes combaten barrio a barrio, calle a calle, a los yihadistas.
En las afueras de Mosul se ven columnas de humo. Columnas de tanques iraquíes. Se oyen explosiones. Ayer reventó una furgoneta bomba.
Hay primeros ministros que inauguran pantanos y hay primeros ministros, como el de Iraq, que declaran inaugurada una batalla.
Empieza la victoria, dice, pronto podremos celebrar la liberación de la ciudad. A última hora de ayer dio por liberados doscientos kilómetros cuadrados de territorio. Dos años después de la humillante derrota del ejército iraquí a manos de Estado Islámico —sólo una semana les llevó a los yihadistas hacerse con la segunda ciudad del país— el gobierno de Iraq promete que esta será la batalla definitiva. La prueba de que, como antes pasó en Faluya, en Ramadi, en Tikrit (la ciudad de Sadam), el ISIS puede ser derrotado también en Mosul.
En primera línea de fuego, los militares iraquíes y los peshmergas kurdos. Apoyando desde el aire, la aviación estadounidense. El resto de los países que constituimos la coalición internacional nos limitamos a aportar logística y adiestramiento.
Si hemos sido capaces de doblegarles cuando estaban fuertes, dice el jefe de los fuerzas kurdas, con mayor razón ahora que Estado Islámico está débil. Está en juego el golpe de gracia al califato de los de Al Bagdadi. Si pierden Mosul, sólo les quedará Raqqa.
Semanas, o meses, puede prolongarse la campaña militar.
Un millón de civiles sigue residiendo en Mosul. No se ve a los civiles. Pero están. Tuvieron que dejarse barba, esconder sus discos, declararse devotos musulmanes mientras duró (aún dura) el régimen de terror de Estado Islámico. Ahora temer ser utilizados como escudos humanos. No pueden salir de la ciudad. Hay francotiradores apostados en las rutas de salida. No hay corredores seguros ni pasillos humanitarios. Los están reclaman do las ONG. Y el ACNUR, que coordina los campamentos para cien mil personas que están siendo levantados a toda prisa. Para aquellos que logren salir. Y que carezcan de fuerza y de recursos para hacer el camino hasta Erbil, a ochenta kilómetros.
Hay una guerra. Lejos. Contra estos yihadistas que allí han conquistado ciudades, han impuesto su ley falsamente sagrada y han matado al por mayor a toda clase de personas; estos yihadistas que son los mismos que aquí, en nuestras ciudades de nuestra Europa, se atiborran de bombas, se las anudan a la cintura y salen a matar gente.
Tan lejos, ¿verdad? Y tan cerca.
Martes, 18 de octubre. En España ha empezado a sonar ya la música que anuncia que el domingo hay toros en Ferraz. Y ganarán la lidia los mismos que ya ganaron el anterior comité federal.
Susana Díaz envía a sus apóstoles a ir anunciando el evangelio nuevo. Dichosos sean los que se abstengan porque ellos evitarán que el PSOE se despeñe en las urnas. Juan Cornejo fue el segundo dirigente andaluz en pronunciar la palabra tabú, abstención. El primero fue Mario Jiménez, el portavoz de la gestora, en este programa hace quince días.
Tal como ocurrió de las vísperas del comité federal anterior —el de la rebelión contra el rey Pedro, el golpe de los matarreyeres— en estos días previos al nuevo encontronazo andan los dos bandos haciendo recuento de afines. La federación andaluza da por hecho que serán mayoría los fieles a la nueva gestora: ganará la tesis de abstenerse en la investidura mariana y quedará, como último fleco y para la semana siguiente, el ruido de los pedristas desafiando a Susana y renegando de la disciplina de voto que en otros tiempos celebraban.
Rajoy empieza a dar por hecho que a finales de la semana que viene será presidente ya del todo. Y de nuevo. Prueba de ello es que a su alrededor proliferan ya las quinielas de ministros entrantes y salientes: se dice que caerá Margallo, que se buscará una salida cómoda a Fernández Díaz, que cambiará de cartera Tejerina y entrarán Cospedal y José Luis Ayllón. Que seguirá, por supuesto, Soraya y que a Moragas igual lo hace ministro. Cosa que, de alguna manera, ya era.