OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Tiene tela que lo comparen con Mandela"

Es su gran día. Aunque la tenga perdida, no deja de ser una sesión de investidura. De su investidura. Pedro Sánchez Castejón, cuarenta y cuatro años recién cumplidos, pide la confianza del Parlamento para ejercer la presidencia del gobierno.

ondacero.es

Madrid | 01.03.2016 08:08

El Parlamento no se la va a dar, pero nadie podrá negarle el mérito de haber llegado hasta aquí. Hace apenas dos años, este Pedro Sánchez era un diputado del montón, discretísimo militante del PSOE, del que algunos mentores en el partido hablaban dentro del grupo de posibles caras nuevas. Hasta mayo de 2014, el naufragio en las europeas, Alfredo Pérez Rubalcaba no se resignó a dejar paso al siguiente. Sólo entonces, con la vista puesta en la secretaría general de su partido, empezó Pedro Sánchez a ser lo que es hoy. Líder de su partido por votación directa de la militancia, candidato a las elecciones generales, derrotado en esas elecciones y, pese a ello, aspirante propuesto por el rey para intentar formar una mayoría de gobierno. Pedro I el propuesto, Pedro a la naranja

En su currículum, desde hoy, aparece que tuvo oportunidad de defender ante la cámara un programa de gobierno —en comunión con su compadre Rivera— aunque en letra más pequeña aparezca luego que sólo obtuvo 130 votos de los 350 escaños que constituyen el Congreso. Sabiendo que en los números pierde, tendrá que esforzarse el aspirante en impresionar a los presentes y los televidentes con su retórica y sus ideas, porque eso es todo lo que sacará hoy en claro, la ocasión de presentarse ante la opinión pública como un posible presidente sólido. Y para eso no basta con darle cera al presidente en funciones, el debate de la nación o el cara a cara de la campaña electoral ya se celebraron hace tiempo. Lo de hoy es, o debería esforzarse Sánchez, en que fuera otra cosa distinta a una moción de censura encubierta.

Ni Podemos ni el PP van a regalarle una abstención sorpresa a Sánchez. Su equipo sorprendió al candidato regalándole una tarta de cumpleaños, y él, para que no se diga que no es generoso, le envió a Pablo Iglesias una tarta de broma. De ésas que parecen de nata pero son de cartón piedra. Oferta express, lo llamaron los socialistas, como si al cabo de dos meses se les hubiera ocurrido de pronto una oferta que Iglesias no podría rechazar. ¿Le van a dar la vicepresidencia de un gobierno anaranjado?, se preguntaban, desconcertados, los cronistas. La oferta más que express era una suerte de liquidación de existencias. Por cierre de barra negociadora se hacen llegar retales de pacto a quien pudiera estar interesado. Podemos lo recibió como lo que, en verdad, parecía: un sobre con un matasuegras y unas bombas fétidas. Qué broma tan pesada, debieron de decir Errejón e Iglesias. Mientras Albert Rivera, al saberlo, respiraba el hombre aliviado. No me la ha colado Pedro, no me la ha colado. Aunque por momentos, Albert, lo pareciera.

Sánchez ha fracasado en su misión persuasiva. Y Rivera ha fracasado en la suya. Ni el primero ha hecho cambiar de criterio a Podemos ni el segundo ha hecho moverse al PP. Lógico, teniendo en cuenta que el argumentario del uno anula el del otro. Si hay que votar a Sánchez para que el PP sea ajusticiado en la plaza pública —-como Luena le está diciendo a Podemos— con qué cara va a ir Rivera a decirle a Rajoy que se se anude él mismo la soga al cuello. El miércoles, en el discurso de Rajoy, le van a llover piedras a Rivera. Y en el de Iglesias le lloverán a Sánchez, a Trinidad Jiménez y a Felipe. Nadie hablará más que Pablo de las puertas giratorias. Y del IBEX, y del gran capital y de los poderes fácticos que, según Podemos, han abortado el prometedor noviazgo entre Pedro y Pablo.

Hay una modalidad distinta de puerta giratoria, que es la de aquellos que habiendo intentado --durante décadas-- hacer volar por los aires las instituciones democráticas, cuando están ya talluditos y previo paso por la cárcel, pretenden vivir profesionalmente de ellas. La puerta que conduce de la pertenencia a ETA a la política institucional pasando por la prisión. Ya sabrán que este martes sale Otegi. Cerca de cumplir sesenta años y queriendo jubilarse como lendakari.

Paradigma de aquellos tipos con pasamontañas, que en su momento participaron en un comando; colaboraron con la banda; jalearon como héroes a quienes pegaban tiros en la nuca y ponían bombas; ayudaron a quienes pretendían imponer a la sociedad, por la fuerza, un sistema político autoritario; y que a la vuelta de unos años de condena, vitalmente fracasados, pretenden coronarse políticamente. Arnaldo Otegi, de combatir a la sociedad democrática violentamente, a reinventarse como pacificador, gestor del fracaso rupturista de la izquierda abertzale y, si se puede, lendakari. Este martes mismo empieza su campaña. Siempre quiso ser Martin McGuinnes, dirigente del IRA reconvertido en viceprimer ministro del gobierno autonómico de Irlanda del Norte.

Tal día como hoy —-no huelga recordarlo— de hace treinta y siete años, un hombre llamado Luis Abaitua recuperó la libertad pero no la salud, al cabo de diez días encerrado por la fuerza en un zulo y bajo amenaza de ser asesinado en cualquier momento. El tipo que lo había encañonado para meterlo en el maletero de un coche y llevarlo a un zulo se llamaba Arnaldo Otegi.

Es verdad que cumplió su condena por aquello como ha cumplido ahora la que le impuso el Tribunal Supremo por pertenencia a ETA. Otegi ha cumplido el castigo y está en orden con la justicia. Pero su historia siempre será ésta, la de alguien que sólo se animó a desmarcarse de la estrategia terrorista por cálculo político y cuando ya era cuarentón, y que aún no ha sido capaz de repudiar expresamente a la banda de la que formó parte.

Puede que algún día llegue a lendakari, nunca se sabe. Las instituciones democráticas siguen ahí, en pie, a pesar de aquellos que tanta sangre ajena derramaron y gracias a que el Estado ganó y quienes pretendían volarlas por los aires perdieron.