Monólogo de Alsina: "Investidura por aburrimiento"
En este edificio, de tan larga historia y tan enorme relevancia, aquí en el Palacio de las Cortes se escuchó ayer —-casi todas sus señorías lo admiten—- el que probablemente fue el discurso más aburrido de la historia, y eso que Zapatero, en esta misma cámara, alcanzó cotas de sopor inenarrables. Fus un tostón, premeditado, el discurso que eligió Rajoy para su no-investidura, pero gracias a eso cualquier cosa que suceda esta mañana nos va a parecer parlamentariamente muy vibrante.
Se espera el regreso de la ironía, la frase acerada, el párrafo redondo que deja al adversario desarbolado. Hoy se espera, ya que el desenlace de la votación está cantado, un poco de vuelo, de ambición intelectual —si quieren— en el debate entre rivales políticos.
Rajoy recurrió a la conocida táctica de la investidura por aburrimiento. Que me hagan presidente aunque solo sea para terminar con este suplicio. Hasta él mismo se sorprendía cuando los suyos se arrancaban con algún aplauso, aunque no tanto como los propios diputados que aplaudían, con el mismo entusiasmo con el que Iniesta comenta sus goles por la radio. En esta cámara se lleva la disciplina de voto y se lleva la disciplina del aplauso.
Los diputados de Ciudadanos —parela de hecho en esta sesión de los populares— no aplaudieron a su candidato ni siquiera cuando les agradeció que le vayan a dar su voto. No aplaudieron ni cuandio habló de la unidad de España, que fue el único momento en que Rajoy se vino arriba e hizo vibrar no tanto a su bancada como a Homs, a Tardá y a Rufián, los independentistas catalanes, que ahí se revolvieron en sus sillones como si les acabaran de poner una guindilla entre los muslos.
O el presidente ha dado vacaciones a su escritor de discursos o se reserva la brillantez parlamentaria para esta mañana. Vino —como todos— a cumplir el trámite y lo hizo sin más pretensiones. Su argumento de mayor peso para pedir la confianza de la cámara no es ni haber ganado las elecciones (cincuenta y dos diputados más que el segundo clasificado) ni tener casi la mitad de la cámara respaldando su investidura (ya nadie habla de la soledad del PP, arropado por Ciudadanos y Coalición Canaria). Su mejor argumento es que los 180 diputados que le niegan su abstención son incapaces de acordar entre ellos un presidente distinto.
La ausencia de propuesta alternativa, distinta a las terceras elecciones, es lo que arruina el discurso de Pedro Sánchez, la aluminosis argumental que padece el grupo socialista.
A las nueve subirá a la tribuna el líder socialista. Para recordarle, seguramente, a Rajoy las cosas que le dijo a él cuando intentó ser investido sin escaños suficientes. Si Sánchez quería ver a Rajoy recorriendo la Vía Dolorosa para acabar en el Gólgota —-donde las dan las toman—- misión cumplida. Rajoy va a fracasar como candidato. Pero eso sirve para ajustar cuentas, no para resolver el atasco de nuestra vida política.
En estos dos meses la dirección del PSOE se ha ocupado de hacer lo que está en su mano para que Rajoy no repita como presidente, en su derecho está. Pero ya va tocando que se ocupe en explicar qué solución es ésa a la que Sánchez viene aludiendo en sus discursos: “el PSOE estará en la solución”. ¿En qué solución? Qué va a hacer el PSOE no para evitar que salga investido Rajoy, sino para evitar que haya elecciones en diciembre.
Hasta ahora la dirección socialista se ha lamentado, se ha declarado víctima, de una insoportable campaña de presión. Pero ahora ya son algunos dirigentes del partido (de influencia menguada, es cierto) quienes le están haciendo a Sánchez la misma pregunta: qué hemos hecho hasta ahora, qué vamos a hacer a partir del viernes, para que no haya que poner las urnas de nuevo. Sánchez puede llamarlo “presión”. Pero es una pregunta.