Monólogo de Alsina: "Hoy produce vértigo recordar que ETA había tenido secuestrados a Ortega Lara y Declaux"
Les digo una cosa. En la Onda Cero de 1997 está empezando ahora mismo el programa de Luis del Olmo.
Veinte años se cumplirán mañana de aquel primero de julio de 1997. La palabra más querida de la radio, decía Luis: Libertad. La palabra que aquel día pudimos proclamar por dos veces y con la que ustedes, los oyentes madrugadores de entonces, se desayunaron con la misma felicidad, seguro, que quienes estábamos a este lado.
Hoy produce vértigo recordarlo, pero ETA —la organización que mataba, secuestraba, extorsionaba— había tenido secuestrados a la vez a dos rehenes: Ortega Lara en Mondragón, Delclaux en Irún. Y no era la primera vez que había más de un secuestrado al mismo tiempo. A Ortega, de hecho, lo habían capturado un año y medio antes cuando aún estaba secuestrado José María Aldaya, el empresario de Alditrans, casi un año retenido por no pagar la extorsión etarra.
A la familia de Cosme Delclux le exigió ETA un rescate que se estimó entonces en mil millones de pesetas (seis millones de euros). Al Estado, al Gobierno de España, le exigió el traslado de todos los reclusos etarras al País Vasco. Lo primero lo obtuvo. Lo segundo, no.
En la misma madrugada los etarras dejaron libre a Cosme y la Guardia Civil le devolvió la libertad a José Antonio. Los guardias de Intxaorrondo en un operación fulminante fruto de muchos meses de investigación minuciosa.
Aquélla, como hemos venido diciéndoles estos días, fue una de las mañanas más felices que hemos vivido nunca en la radio. Y la emoción reverdece ahora, aun sabiendo —o precisamente porque sabemos— lo que vino luego. ETA volvió a intentar el chantaje al Estado, esta vez capturando a un jovencísimo concejal de pueblo en Vizcaya y poniendo día y hora a su asesinato: lo matarían en cuarenta y ocho horas. Y lo mataron.
El nombre de Miguel Angel Blanco sería el más repetido, y el más llorado, en aquel mes de julio de hace veinte años. Pero eso vendría luego. Porque aquella mañana del primer día del mes Miguel Ángel seguía siendo un concejal anónimo con la vida corriente de un joven empleado de una empresa informática que acaba de comprarse un coche, toca en un grupo musical los sábados y tiene una novia que se llama como su hermana, Mari Mar. Aquella mañana feliz del primero de julio el nombre que estuvo en boca de todos, con alborozo, fue el de José Antonio Ortega Lara.