Monólogo de Alsina: ¿Habrá beso entre Errejón e Iglesias?
Cuando un Cándido se va, algo…se mueve en el mapa. En el mapa de las figuras públicas de los últimos veintidós años. Cuando un Cándido se va, algo de espacio merece en las portadas. Algo más que el que ha obtenido el canto del cisne que entonó quien ha sido actor político relevante del último cuarto de siglo en España.
Se despidió Cándido Méndez, como ha sido costumbre en su carrera, hablando más de lo que tienen que hacer los demás —el gobierno, el PP, Podemos, los gobiernos europeos, la comisión europea— que de lo que ha dejado de hacer su organización, la UGT, todos estos años. Perdió Méndez la valiosa oportunidad que tenía, antes de irse (veremos a dónde), de admitir sus propias negligencias en la vigilancia de la higiene interna, en el mal uso de los recursos públicos, la financiación irregular del sindicato y en la vista gorda ante las corruptelas. Esa tendencia tan marcada a atribuir las manchas de aceite a campañas externas de descrédito al mundo sindical. Es insistencia.
Llamar errores a los escándalos, como hizo; despachar como falta de transparencia mangoneos que son objeto de investigación judicial desde hace años, como hizo ayer; pasar de puntillas sobre nombres tan destacados, para mal, en la historia reciente de la UGT como Manuel Pastrana, el de las facturas falsas; José Ricardo Martínez, el de las tarjetas black; Juan Lanzas, el conseguidor de los EREs que presumía de tener billetes para asar una vaca, revela una actitud bastante parecida a la de Rajoy cuando evitar pronunciar en público los nombres de sus imputados. “Ese señor del que usted me habla”.
Lo más duro que llegó a decir Méndez sobre los casos que salpican a su organización es que “ha habido actitudes reprobables”. Que él, por supuesto, se encargó de atajar. La doctrina habitual de los partidos: casos aislados, personas indecentes, corruptos los hay en todas partes y el sindicato es el primer perjudicado. Sólo que lo que está investigando un juez es la financiación de la organización, no de cuatro espabilados. Las facturas falsas que, presuntamente, emitía el sindicato por servicios que no prestaba. Los maletines para los delegados de un congreso pagados con fondos europeos. La ofensiva judicial contra los dos empleados que destaparon la existencia de despilfarros.
Perdió Cándido la ocasión de hacer un discurso crudo sobre las causas de la pérdida de peso y de afiliados, sobre el desafecto social que ha ido cosechando el sindicato. Se acepta como broma que ahora diga que “no es bueno eternizarse en los cargos”; como broma se acepta que predique la regeneración democrática de los partidos mientras la UGT se resiste a introducir elecciones directas a secretario general y su aparato se esfuerza en que gane el congreso el heredero ungido por el jefe saliente. De broma en broma este hombre afable, cordial, vehemente en el púlpito y propicio al pacto, de broma en broma Cándido Méndez se fue esfumando.
Se ha abonado a las bromas el secretario general del partido Podemos. Iglesias acabará besando a Errejón en la boca, o donde haga falta, para atajar estos rumores crecientes de enfriamiento en la pareja. “He enviado a Errejón a Siberia a reeducarse por disidente”, escribió Pablo en un tuit, bromista con el gulag y desdeñando las informaciones que hablan de crisis seria en su partido. “Hombro con hombro”, escribió Errejón, siempre con Pablo.
Bienvenido sea el sentido del humor —-humor negro, si acaso, cuando se mencionan los campos de concentración siberianos—, bienvenido sea el humor siempre que no se emplee para ocultar la realidad y pretender que es anecdótica una disensión relevante. Primero dimitió el secretario de organización en Madrid y ahora se van otros nueve integrantes de esa misma dirección regional porque no comparten la deriva, dicen, del máximo responsable, Luis Alegre. Si hubieran tenido a bien los dimisionarios explicar más sus razones para bajarse del autobús habrían alimentado menos las especulaciones, la idea de que hay por arriba una pugna entre los de Errejón y los de Iglesias, errejonistas frente a pablistas, o errejes frente a eclesiásticos. Más abiertos los primeros a dejar gobernar al PSOE y más firmes los segundos en la exigencia de gobierno de coalición o nada.
Es cierto que hay medios insistiendo cada día en las discrepancias internas de Podemos y que a veces se exagera la trascendencia de esas discrepancias, pero tampoco vale, por muy nueva política que uno sea, despachar los problemas internos atribuyéndolo todo a una campaña para conseguir la gran coalición de PP y PSOE, como hace Errejón en su carta de anoche. Cuando te dimiten diez cargos orgánicos no puedes llamarlo ataque exterior. Si acaso es un ataque interno contra el secretario general autonómico. La disensiones internas son justamente eso, internas. No se crean ni se inducen desde fuera.
No era broma el mensaje de aliento que Letizia, reina, le envió al empresario Javier López Madrid, cuando se supo lo suyo con las black. “Compi yogui, sabemos quien eres y te queremos”. ¿Quiénes? La primera persona del plural en la pareja la carga el diablo. Sobre todo cuando la pareja es regia.
Mucho se hablado de los mensajes. Y aún queda. Lo irrelevante del contenido es que la reina tenga una mala opinión del suplemento de un periódico. No se rasgue las vestiduras el periodismo patrio: si a Letizia le parece que el LOC es, con perdón, una mierda está en derecho a pensarlo y a decirlo en una conversación privada. Antes que reina fue periodista, tiene opiniones propias sobre cada diario, cada digital, cada programa de radio. Y hace bien en tenerlas.
Sí tiene relevancia su encendido apoyo, cierre de filas, al consejero de Caja Madrid al que le han descubierto gastos personales con cargo a la tarjeta black. La tiene en la medida en que pone en cuestión el discurso de la reina, y el rey, sobre las corruptelas, los abusos de posición y la ejemplaridad en la vida pública. Caja Madrid, no hace falta recordarlo, era una institución financiera propiedad de los impositores que manejaban caprichosamente las administraciones públicas, los partidos políticos, las patronales y los sindicatos. Que conocido el caso de las tarjetas la reina le haga llegar a López Madrid su aliento siembra la duda sobre el grado de convicción con que siente la corona —-la actual corona— el deber de higiene en la gestión del dinero ajeno. Duda que trató de despejar el rey rompiendo con el amigo unos días después de las black y del chat, inoportuno, de Letizia.
Más interesante que todo esto es quién esta detrás de la filtración y con qué intención filtra. Los mensajes de los reyes se los copió López Madrid a la mujer con la que mantenía una relación, aparentemente, para darse importancia: esto tan viejo del mira con quién me codeo, los reyes, nada menos. Pero según la información del Diario, la guardia civil tuvo conocimiento de ellos no a través de esta señora sino hurgando en el teléfono móvil del empresario. En el sumario, en realidad, no aparecen porque la juez entendió que nada aportaban a la causa. Y, sin embargo, han acabado llegando a un medio de prensa. Quién tenía interés y por qué. ¿Perjudicar a la reina Letizia? Es posible, perjudicada, de hecho, sale de esta historia. ¿Dañar la imagen del rey? Es posible también. No le viene bien al monarca verse mezclado con sms de apoyo a un investigado. ¿Un aviso a navegantes de la munición que alguien tiene? Podría ser. ¿Con qué finalidad última? Ah, no se sabe. Yo al menos no lo sé. Si lo supiera, entiéndame, se lo contaría.
En la España de terreno político embarrado y sin gobierno estable a la vista, sólo faltaba que tuviera que empezar a dar explicaciones el árbitro.