Monólogo de Alsina: "Están sembrando el terreno por si al final hay una nueva guerra en Siria"
Están sembrando. El terreno. De la opinión pública.Han empezado a prepararnos por si, al final, pasara. O porque saben ya que va a pasar. Una nueva guerra. Que, en realidad, será una guerra antigua: la guerra civil en Siria, pero incrementando el papel que ya hoy desempeñan los actores internacionales que lidera Estados Unidos (España, en pequeña medida, ya participa) y desembarcando sin disimulo la Rusia de Putin.
Están sembrando con sus declaraciones. David Cameron, Reino Unido. Que ha dicho: “Será necesaria una fuerza militar severa para acabar con Estado Islámico y cambiar la situación en Siria”. Francois Hollande, Francia. “Hay que aumentar los bombardeos para erradicar los centros de entrenamiento yihadista”. García Margallo, gobierno de España (el presidente aún no se ha pronunciado): “Buscamos una cobertura internacional para intervenir militarmente en ese país”.
Gobiernos europeos admitiendo lo que se resiste a admitir Obama. Que la actual operacion militar contra Estado Islámico no funciona. Que los bombardeos sólo en territorio iraquí —-la guerra en el aire— no han parado los pies a los yihadistas. Y que en el otro bando, también letal para la población civil, sigue el régimen de Bachar el Assad, asistido militarmente por el ejército ruso.
Rusia ha admitido ya que tiene personal militar en Siria. “Nunca fue un secreto nuestra cooperación con ese gobierno”, dice el Kremlin. Pues es verdad. Y que sea Rusia quien está trabajándose el terreno incomoda enormemente a Obama, el hombre que minusvaloró a Estado Islámico hace cuatro años, fracasó en su intento de descabalgar al sirio y mantiene un pulso permanente con Vladimir Putin, FIFA incluida. Su ministro de Exteriores, Kerry, mentó ayer la bicha: la presencia creciente de Rusia en esta guerra añade el riesgo de que acabe saltando la chispa entre los rusos y la coalicion que lideran los norteamericanos. Porque el enemigo común es Estado Islámico, pero el régimen sirio es otra historia.
Intervención militar es el eufemismo que emplean los gobiernos para decir “entrar en guerra”. Y en eso estamos. Iniciando el camino hacia una multiplicación de la presencia militar en Iraq y Siria con la incertidumbre que eso supone, porque las guerras empiezan siempre con voluntad de acabarse rápido y luego, como bien sabemos, se eternizan. Ahí sigue la de Afganistan, catorce años después (se cumplen mañana) del 11-S.
Estado islámico es una organización yihadista, extrema y de métodos terroristas. Pero a la vez empieza a ser lo más parecido a aquello que soñó Bin Laden para Arabia Saudí y cuyo sucedáneo encontró en el Afganistán de los talibanes: un estado regido por la interpretación más radical de la ley islámica, todo un país con todos sus recursos al servicio de la expansión por la fuerza de su proyecto fanático. La BBC lo bautizó hace tiempo como Yihadistán.
El éxodo del pueblo sirio es la última prueba —-o la más inmediata— del corrimiento de tierras que se está produciendo en Oriente Medio. Ahora que ya sabemos cuántos refugiados de esta oleada presente nos corresponden —-17.000, como el gobierno sabía en realidad desde hace diez días—- ya pueden las distintas administraciones públicas organizarse para convertir en hechos cuanto vienen predicando.
Ésta que publica El Mundo es una de esas historias que a uno le cuesta creer. En las reuniones de la dirección del PP –dice el diario--- se ha estado discutiendo, intensamente, si Rajoy debe ir o no a una boda. A la boda de uno de sus vicesecretarios generales, Javier Maroto. Invitado, claro, está invitado. Como casi toda la plana mayor del partido. ¿Cuál es el problema, entonces, ¿no le gustan las bodas y no sabe cómo decírselo al novio? No. El problema es que hay dos novios. Vaya por Dios. Que Javier Maroto se va a casar con otro señor.
¿Qué tiene de rara una boda como ésta? Sólo hay una respuesta correcta: nada. O en tres palabras: nada en absoluto. ¿Qué problema puede tener Rajoy en acudir a la misma? En coherencia no debería tener ninguno en absoluto. Pero cuenta la información que el debate —-intenso, dice El Mundo—-ha versado sobre la conveniencia de que se vea al presidente del partido (y del gobierno) en una boda homosexual. ¡Conveniencia! ¿A estas alturas todavía cree que alguien que tuviera decidido votarle no lo va a hacer por personarse en una boda?
Pues parece que sí, que alguien en el PP lo cree. Y que alega, para que no parezca que es tema de ganar o perder votos, que resultaría incoherente que Rajoy asistiera a una ceremonia que él mismo tiene recurrida ante el TC, porque el PP recurrió hace años la ley del matrimonio homosexual y nunca se ha animado a retirar el recurso.
Hombre, invocar la coherencia en un tema como éste colaría si no fuera porque el que se casa es del PP y de la dirección del PP; y porque buena parte de los invitados son del PP y de la dirección del PP (encantados, todos, por cierto con Maroto y con su boda). Que vaya o no vaya el presidente del partido cambia poco la situación. Y la situación es que el PP recurrió una norma que le parecía inoportuna y contraria a los deseos de su electorado y ha acabado por descubrir que era una ley perfectamente asumible y aplaudida por la abrumadora mayoría de la sociedad, incluyendo, con el paso del tiempo y como saben los populares, a su propia parroquia.
El recurso sigue en el TC, poniendo velas la dirección del partido para que los magistrados se olviden de que existe o, en su caso, se lo tumben. Pelillos a la mar como si nunca lo hubiéramos recurrido. Que es lo mismo que les pasa hoy a los populares con la ley del aborto de Bibiana Aido, la ley de plazos. Que está recurrida en el Constitucional pero que no tiene mayor interés el PP —-quitando, igual, a Trillo, Gallardón y Fernández Díaz—- en que ese recurso prospere. Ayer ha quedado rematada en las Cortes la nueva ley del aborto, que es la misma que hizo Zapatero con la salvedad del permiso paterno para las menores.
Al final el PP no ve problema en que rija en España una ley de plazos, en que puedan casarse los homosexuales, en que puedan divorciarse las parejas. Al final, o sea, pasado el tiempo. Y esto es algo que los nuevos dirigentes de ese partido, los valores emergentes, vienen haciéndole ver a la vieja guardia, léase Rajoy, desde hace tiempo: que en cuestiones sociales, de hábitos y costumbres que cambian, el PP siempre llega tarde. Que le ha cedido la bandera de los cambios sociales a la izquierda, dejando que lleve siempre la iniciativa y poniendo la derecha palos en las ruedas, o en el Tribunal Constitucional. Así es como lo perciben (y lo han hecho saber) gentes como Cifuentes, Oyarzábal, Casado, Moragas o el propio Javier Maroto.