El monólogo de Alsina: Al principio, todos los gatitos parecen inofensivos
Les voy a decir una cosa.
En el primer episodio de la nueva temporada de “House of cards” -perdón por el spoiler- el congresistaUnderwood, viejo zorro de la política cuya habilidad para la intriga es la esencia de la serie, le confía al espectador que “al principio, todos los gatitos parecen inofensivos, lamiendo su platito de leche, pero en cuanto sus uñas son lo suficientemente largas, el gatito es un gato que puede hacerte sangre”. “Hay una sola regla en política”, dice el congresista con la voz de Kevin Spacey, “o cazas o te cazan”.
De Zapatero, en el año 2000, se dijo aquella cosa tan tonta de que era Bambi, ¿se acuerdan?, mientras él, aupado a la dirección de su partido, envió al desván de los trastos viejos a los prohombres del aparato anterior y subió al escenario a los actores nuevos. Bien lo recuerda Leguina, que aún no se ha recuperado del disgusto, o José Borrell, de quien ZP prescindió como cabeza de lista para las europeas empleando la misma táctica que Rajoy ha empleado ahora con Mayor Oreja, el ninguneo. A los gatitos les crecen las uñas y dejan hechos unos zorros a los poderosos felinos de otros tiempos. Le llamaban talante pero era p’alante: todo aquel que supusiera un estorbo acababa arrollado por el empuje de los nuevos.
A Mateo Renzi, nuevo personaje político que incorporamos al reparto europeo, se le vio desde el principio con ganas de hacerle un corte de mangas al aparato de su partido. Cuando empezó a hacer política, hace sólo diez años, como presidente de la provincia de Florencia nadie le dio demasiada relevancia. Era uno más de los nuevos cachorros de la Democracia Cristiana (Partido Popular Italiano, se llamaba entonces) que, con 29 años, probaba suerte en la vida pública sin tener muy claro que aquello fuera a durarle mucho. Fue cinco años después, cuando integrado ya en la gran alianza del centro izquierda, el Partido Democrático que surgió de la fusión de los tres partidos históricos de Italia (comunistas, socialistas y democristianos) para plantarle cara al carismático Berlusconi, aspiró a la alcaldía de Florencia -esa ciudad “pequeña”, que dice Berlusconi- cuando los veteranos de la izquierda italiana empezaron a temerse que el gatito echara uñas a una velocidad endiablada.
Ganó las primarias contra el aparato y ganó la alcaldía con la misma soltura con que quince años antes había ganado, en televisión, “La ruleta de la fortuna”: sin despeinarse. Para entonces ya tenía club de fans que lo promocionaban como el revulsivo que estaba necesitando la izquierda (la izquierda derrotada del aburrido Romano Prodi y la izquierda fallida del alcalde de Roma, Veltroni) y que gustaban de referirse a él, con más sentido del márketing que otra cosa, como “el Zapatero de Florencia”. Aunque la estrella de ZP empezaba a languidecer en España, ya por entonces, en Italia conservaba la aureola de líder rompedor, de ganador que derrotaba a la derecha. No en vano el documental más ácido contra Berlusconi se tituló “Viva Zapatero”.
Nuestro ZP -que no se entere Leguina- era el modelo por el que suspiraba la izquierda italiana, y aunque ideológicamente era Nichi Vendola quien podía estar más cerca del zapaterismo, a Renzi se le reconocía una aptitud para la telegenia, la publicidad y el discurso fresco que eran marca de la casa de Zapatero. Accesible, simpático y con buen encaje, Renzi siempre fue, en todo caso, más despierto, más rápido en sus respuestas que Zapatero. (La verdad es que ser más rápido que Zapatero en las respuestas tampoco es algo particularmente meritorio porque Punset lo es). Las coincidencias llegaban hasta ahí, porque en términos políticos Renzi era más de centro que de izquierdas, enfrentado a los sindicatos, defensor del libre mercado y la pequeña y mediana empresa y respetuoso con Berlusconi. Una especie de líder transversal que seguía creciendo como dirigente en el Partido Democrático mientras creían también las simpatías que despertaba entre el votante de centro derecha.
El gatito ya había enseñado las uñas en las primarias que celebró la izquierda hace año y pico, cuando nada más perderlas frente al veterano (y más de izquierdas) Bersani admitió su derrota con esta cruda broma: “Por fin he hecho algo de izquierdas”, dijo, “he perdido”. Su guasa pareció fuera de cacho cuando, tres meses después, Bersani le ganó las elecciones a Berlusconi, pero la victoria fue tan pírrica que Bersani ganó y perdió para siempre el mismo día. No llegaría a formar gobierno. Y en la mente de quienes le apoyaron en las primarias quedó la duda que se habría despejado en las próximas generales: si en lugar de presentar a Bersani, sesenta años, izquierda clásica, hubiéramos presentado a Mateo Renzi, treinta y ocho, centro transversal, ¿no habríamos podido arrasar? Se dice que en aquellas elecciones, va a hacer un año, Berlusconi no tomó la decisión de presentarse mientras no supo que Renzi había quedado anulado: con Bersani tenía opciones; con Renzi, no.
El gatito terminó de afilarse las uñas en diciembre -esta vez sí ganó las primarias- y empezó a rondar, bufando, al impasible Enrico Letta, el primer ministro de rebote cuyo punto fuerte nunca fue el carisma. “O cazas o te cazan”, debió pensar el de Florencia. Tener el cartel electoral asegurado para las próximas elecciones no es gran cosa en un país en el que la política es una montaña rusa que te sube, te baja -y te descarrila en la curva- de un día para otro y sin previo aviso. No dio opción al reagrupamiento de sus críticos, que naturalmente los tiene, y se tiró a la yugular de Letta, desangrándole.
Hoy Napolitano, cincuenta años mayor que Renzi, le ha encomendado la formación de un nuevo gobierno. Y Renzi ha combinado sus dos características más conocidas: la falsa humildad y el desparpajo. “Asumo el encargo con reservas”, dijo primero, como sabiéndose inexperto para desafío tan inmenso. Luego añadió: “Vamos a hacer una reforma al mes: la constitucional este mes, la laboral, el mes que viene; la de impuestos, el mes siguiente”. Ríete tú del impulso reformista de Rajoy: Renzi va a arrebatarle el gusto por llamarle a todo lo que haga, “reforma”. Para haber aceptado “con reservas”, tiene la hoja de ruta ya publicada. Requiere, para poder gobernar, del respaldo parlamentario de la nueva centroderecha, que se hace valer (se pone en valor, como se dice ahora) poniendo precio a su apoyo: que la política sea concertada y de centro. Y requiere de encontrar personas que acepten ser ministros de un gobierno nuevo. Que es ahí donde va a tener dificultades el joven Renzi para convencer a los más veteranos. Si hace cinco años ya creía conveniente mandar a los viejos al desguace, a ver cómo les persuade ahora de que siempre ha deseado contar con ellos.
Llega Renzi. Impaciente, hábil, aficionado a dar sorpresas y con don de gentes. Europa le espera. En la próxima cumbre comunitaria él será el foco de atracción. El recién llegado, el debutante, el enigma, el nuevo.